La evocadora, real, fraternal, hermosa y filosófica letra vertida pródigamente con sereno valor, conciencia de alto mérito y talento inimitable, en la inédita canción ‘Entre el bien y el mal’, por el alma melódica del genial Diomedes, muerto sin haber partido, tiene un valor artístico y filosófico envidiable, solo propio de los premiados dioses griegos […]
La evocadora, real, fraternal, hermosa y filosófica letra vertida pródigamente con sereno valor, conciencia de alto mérito y talento inimitable, en la inédita canción ‘Entre el bien y el mal’, por el alma melódica del genial Diomedes, muerto sin haber partido, tiene un valor artístico y filosófico envidiable, solo propio de los premiados dioses griegos que recitaban conducidos por la motivación humanística y poética.
Dueño de la creatividad, del juego de las palabras, de la metáfora sútil y alada, enseña ‘El Cacique’ en esta, que denomino colosal obra, que la vida es ciertamente hermosa. Justo, mientras escribo esta cuartilla, en el amanecer del cielo bogotano, contemplaba con reverencia la magnífica escena de las nubes abriéndole paso, por entre un cielo cubierto, a los refulgentes rayos del sol naciente.
Hermosura de vivir que ‘Entre el bien y el mal’ reclama el aún vigente cantautor en bellos versos dialogando con el espíritu de la clarividencia que lo tortura en lo más íntimo de la que fue su sólida estructura espiritual, misma repleta y contagiada de amor y exquisito cariño.
Muestra ‘Entre el bien y el mal’ que la tristeza, la desilusión, los problemas serios, son hechos de la vida y no la vida misma.
Vida pasajera, dejar de existir, alcanzar el día de ayer, trazar el tiempo, resumidas en fulgidas prosas cristalinas, son alas líricas vaciadas en mármol blanco y sonoro, como el de los zócalos clásicos que soportan la majestad de los dioses bajo el azul de Grecia, que brotaron del poeta doliente en delirante señal de despedida al compás de una nota musical interpretada por el juglar ideal encargado de cerrar la enternecedora faena desnuda de ambiciones que Diomedes había iniciado con ‘El Debe’ en la romántica e idílica ventana marroncita.
“Alcanzar el día de ayer” es frase que traduce un clamor, un requiebro como toda una obra poética, una melancólica necesidad de legar con el juego del vocablo enseñanzas prodigiosas de irresistible influjo sobre grandes muchedumbres. Diomedes en esta obra meritísima, como casi todas las de su cosecha, con su vocación creadora, evidencia sus tesoros de inteligencia natural superior a todas las vanidades humanas.
En Diomedes las palabras no son silabas sino semántica, emociones, ideas. Por ello, quizás, los doctos y especialistas en el análisis de nuestra vernácula música han pronosticado que pasarán muchos años antes de que nazca otro artista como él.
Por Orlando Araque García
La evocadora, real, fraternal, hermosa y filosófica letra vertida pródigamente con sereno valor, conciencia de alto mérito y talento inimitable, en la inédita canción ‘Entre el bien y el mal’, por el alma melódica del genial Diomedes, muerto sin haber partido, tiene un valor artístico y filosófico envidiable, solo propio de los premiados dioses griegos […]
La evocadora, real, fraternal, hermosa y filosófica letra vertida pródigamente con sereno valor, conciencia de alto mérito y talento inimitable, en la inédita canción ‘Entre el bien y el mal’, por el alma melódica del genial Diomedes, muerto sin haber partido, tiene un valor artístico y filosófico envidiable, solo propio de los premiados dioses griegos que recitaban conducidos por la motivación humanística y poética.
Dueño de la creatividad, del juego de las palabras, de la metáfora sútil y alada, enseña ‘El Cacique’ en esta, que denomino colosal obra, que la vida es ciertamente hermosa. Justo, mientras escribo esta cuartilla, en el amanecer del cielo bogotano, contemplaba con reverencia la magnífica escena de las nubes abriéndole paso, por entre un cielo cubierto, a los refulgentes rayos del sol naciente.
Hermosura de vivir que ‘Entre el bien y el mal’ reclama el aún vigente cantautor en bellos versos dialogando con el espíritu de la clarividencia que lo tortura en lo más íntimo de la que fue su sólida estructura espiritual, misma repleta y contagiada de amor y exquisito cariño.
Muestra ‘Entre el bien y el mal’ que la tristeza, la desilusión, los problemas serios, son hechos de la vida y no la vida misma.
Vida pasajera, dejar de existir, alcanzar el día de ayer, trazar el tiempo, resumidas en fulgidas prosas cristalinas, son alas líricas vaciadas en mármol blanco y sonoro, como el de los zócalos clásicos que soportan la majestad de los dioses bajo el azul de Grecia, que brotaron del poeta doliente en delirante señal de despedida al compás de una nota musical interpretada por el juglar ideal encargado de cerrar la enternecedora faena desnuda de ambiciones que Diomedes había iniciado con ‘El Debe’ en la romántica e idílica ventana marroncita.
“Alcanzar el día de ayer” es frase que traduce un clamor, un requiebro como toda una obra poética, una melancólica necesidad de legar con el juego del vocablo enseñanzas prodigiosas de irresistible influjo sobre grandes muchedumbres. Diomedes en esta obra meritísima, como casi todas las de su cosecha, con su vocación creadora, evidencia sus tesoros de inteligencia natural superior a todas las vanidades humanas.
En Diomedes las palabras no son silabas sino semántica, emociones, ideas. Por ello, quizás, los doctos y especialistas en el análisis de nuestra vernácula música han pronosticado que pasarán muchos años antes de que nazca otro artista como él.
Por Orlando Araque García