Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 9 septiembre, 2014

Diomedes Díaz, un genio de la cultura popular

Hace un par de días asistimos a un almuerzo con motivo del cumpleaños de un familiar. Compartíamos la buena comida mientras sonaban como fondo musical varias canciones relativamente nuevas de diferentes cantantes. Todo transcurría en absoluta calma, cuando de repente se posó a media cuadra de allí, algún carro, de esos que tienen un equipo […]

Hace un par de días asistimos a un almuerzo con motivo del cumpleaños de un familiar. Compartíamos la buena comida mientras sonaban como fondo musical varias canciones relativamente nuevas de diferentes cantantes. Todo transcurría en absoluta calma, cuando de repente se posó a media cuadra de allí, algún carro, de esos que tienen un equipo de sonido tan potente que obligan a participar de su festejo a varias cuadras a la redonda. Sonaba una vieja canción de Diomedes Díaz; razón suficiente para que más de uno en la mesa comenzara a tararearla, arriesgándose a atragantarse y como tal, a la censura de ser tildado de mal educado.

Era tan penetrante la melodía, que alguno sin que lo notaran, silenció la música de fondo para dedicarse a escuchar la que venía del exterior. Nadie lo desaprobó; por el contrario, casi todos se balanceaban al ritmo de la melodía invasora. Fue entonces donde notamos cuánta falta sigue haciendo Diomedes Díaz, cuánta nostalgia expresa la gente cuando escucha sus canciones. Eso hizo que hoy decidiera dedicarle mi columna al Cacique de la Junta quien a pesar de haberse ido, hace más de ocho meses, aún sigue siendo insuperable y determinante a la hora de hablar de vallenato.

Este genio de la cultura, era capaz de romper cualquier paradigma para imponer su propia lógica, pues extrañamente y sin renunciar a su origen de campesino, impuso patrones en la forma de hablar, porque sus expresiones fueron replicadas en todas las esferas de la sociedad que en cada anuncio verbal de Diomedes permanecía atenta para reiterar la dinámica de la lengua que cambia cuando alguien con el suficiente capital simbólico se atreve a romper el paradigma establecido para subvertir el orden e imponer otra lógica lingüística en la que al adagio y el refranero popular toman vida sin importar el sustrato lingüístico en el que se desarrolle.

Mientras cantaba, mucha gente permanecía de pie frente a él, como si estuviera hipnotizado, solo para escucharlo cantar y decir sus famosas frases, algunas totalmente desconectadas de la lógica otras con la profunda sabiduría popular. Una de sus más famosas expresiones fue “se las dejo ahí”. Frase que sigue siendo utilizada en cualquier contexto en el que para mostrar que el discurso ha sido terminado con contundencia, se concluye con ella.

Hace más de una década, durante un concierto, Diomedes respondió a una crítica de un fans con una ofensa que pronto se expandió como una frase popular a lo largo de la geografía nacional. “No se sulfure señor, que yo vine a complacer a este pueblo, yo vine fue a cantar no señor ¡pero usted no sea tan sapo, tan lambón, marica.” La gente en lugar de reprochar la vulgaridad con la que respondió el Cacique, celebró tanto la respuesta, que la expresión pronto fue puesta de moda en todo el país, en discotecas que las mezclaban con otras piezas musicales para el baile en universidades y en las calles; incluso fue usada como timbre en teléfonos celulares.

Usó expresiones sin ninguna profundidad pero que fueron convertidas en parte del discurso colectivo de la región: “Con mucho gusto, y no es que uno se muera, sino lo que dura un muerto; ay mamá, ojalá el mar fuera mío, pa´ dártelo con to y pesca ‘o ¡la demora me perjudica, como Joaco Guillén que siempre ha estado ahí, ahí.”

Estas expresiones más comunes de Diomedes han sido insertadas en el refranero popular y cada vez que la escuchamos, al igual que sus canciones, volvemos a caer en la trampa de la nostalgia que nos hace extrañarlo y corroborar que aún después de muerto sigue influyendo en la cultura popular.

Columnista
9 septiembre, 2014

Diomedes Díaz, un genio de la cultura popular

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

Hace un par de días asistimos a un almuerzo con motivo del cumpleaños de un familiar. Compartíamos la buena comida mientras sonaban como fondo musical varias canciones relativamente nuevas de diferentes cantantes. Todo transcurría en absoluta calma, cuando de repente se posó a media cuadra de allí, algún carro, de esos que tienen un equipo […]


Hace un par de días asistimos a un almuerzo con motivo del cumpleaños de un familiar. Compartíamos la buena comida mientras sonaban como fondo musical varias canciones relativamente nuevas de diferentes cantantes. Todo transcurría en absoluta calma, cuando de repente se posó a media cuadra de allí, algún carro, de esos que tienen un equipo de sonido tan potente que obligan a participar de su festejo a varias cuadras a la redonda. Sonaba una vieja canción de Diomedes Díaz; razón suficiente para que más de uno en la mesa comenzara a tararearla, arriesgándose a atragantarse y como tal, a la censura de ser tildado de mal educado.

Era tan penetrante la melodía, que alguno sin que lo notaran, silenció la música de fondo para dedicarse a escuchar la que venía del exterior. Nadie lo desaprobó; por el contrario, casi todos se balanceaban al ritmo de la melodía invasora. Fue entonces donde notamos cuánta falta sigue haciendo Diomedes Díaz, cuánta nostalgia expresa la gente cuando escucha sus canciones. Eso hizo que hoy decidiera dedicarle mi columna al Cacique de la Junta quien a pesar de haberse ido, hace más de ocho meses, aún sigue siendo insuperable y determinante a la hora de hablar de vallenato.

Este genio de la cultura, era capaz de romper cualquier paradigma para imponer su propia lógica, pues extrañamente y sin renunciar a su origen de campesino, impuso patrones en la forma de hablar, porque sus expresiones fueron replicadas en todas las esferas de la sociedad que en cada anuncio verbal de Diomedes permanecía atenta para reiterar la dinámica de la lengua que cambia cuando alguien con el suficiente capital simbólico se atreve a romper el paradigma establecido para subvertir el orden e imponer otra lógica lingüística en la que al adagio y el refranero popular toman vida sin importar el sustrato lingüístico en el que se desarrolle.

Mientras cantaba, mucha gente permanecía de pie frente a él, como si estuviera hipnotizado, solo para escucharlo cantar y decir sus famosas frases, algunas totalmente desconectadas de la lógica otras con la profunda sabiduría popular. Una de sus más famosas expresiones fue “se las dejo ahí”. Frase que sigue siendo utilizada en cualquier contexto en el que para mostrar que el discurso ha sido terminado con contundencia, se concluye con ella.

Hace más de una década, durante un concierto, Diomedes respondió a una crítica de un fans con una ofensa que pronto se expandió como una frase popular a lo largo de la geografía nacional. “No se sulfure señor, que yo vine a complacer a este pueblo, yo vine fue a cantar no señor ¡pero usted no sea tan sapo, tan lambón, marica.” La gente en lugar de reprochar la vulgaridad con la que respondió el Cacique, celebró tanto la respuesta, que la expresión pronto fue puesta de moda en todo el país, en discotecas que las mezclaban con otras piezas musicales para el baile en universidades y en las calles; incluso fue usada como timbre en teléfonos celulares.

Usó expresiones sin ninguna profundidad pero que fueron convertidas en parte del discurso colectivo de la región: “Con mucho gusto, y no es que uno se muera, sino lo que dura un muerto; ay mamá, ojalá el mar fuera mío, pa´ dártelo con to y pesca ‘o ¡la demora me perjudica, como Joaco Guillén que siempre ha estado ahí, ahí.”

Estas expresiones más comunes de Diomedes han sido insertadas en el refranero popular y cada vez que la escuchamos, al igual que sus canciones, volvemos a caer en la trampa de la nostalgia que nos hace extrañarlo y corroborar que aún después de muerto sigue influyendo en la cultura popular.