Hacer ejercicio y comer sano son las recomendaciones que hacen los médicos para evitar la diabetes.
Desde el año 1500 antes de Cristo, la historia de la humanidad reporta la aparición de una enfermedad que hacía que los pacientes orinaran a menudo y perdieran peso. Los egipcios fueron los primeros en reportar esta extraña enfermedad, la cual solían tratar con métodos naturales como arena, tierra, flores de pepino y cerveza. Entre los años 80 y 139 fue Areteo de Capadocia quien la llamó diabetes, que en su idioma natal significa “correr a través” porque los pacientes que la padecían orinaban mucho, de ahí el hecho que se creía que el agua ingerida pasaba por el riñón sin ser filtrada.
La diabetes es un conjunto de trastornos metabólicos, cuya característica principal es la concentración elevada de glucosa o azúcar en la sangre de manera constante y crónica, debido a un defecto en la producción de insulina o al mal funcionamiento de las células del cuerpo para absorberla.
Existen dos tipos de diabetes: la primera es la denominada Diabetes Mellitus tipo 1, la cual es frecuente en personas jóvenes. En este tipo, las células del páncreas encargadas de fabricar y producir la insulina se destruyen y dejan de generarla, mientras que el segundo de los casos, llamado Diabetes Mellitus tipo 2, se produce por una resistencia progresiva de las células corporales, especialmente las del hígado y las células musculares a la acción de la insulina producida. Existe otro tipo de diabetes menos frecuente, pero igual de importante, la cual se presenta en el embarazo y se conoce como diabetes gestacional. En cualquiera de los casos, el resultado es un nivel de glucosa o azúcar sanguíneo elevado.
La acumulación de azúcar en la sangre produce un daño progresivo de los vasos sanguíneos y acelera el proceso de arteriosclerosis, aumentando consigo el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular como un infarto agudo de miocardio, angina de pecho o una muerte cardiaca súbita. El riesgo cardiovascular de una persona diabética de padecer un evento cardiovascular se iguala al de una persona no diabética que haya sufrido un infarto.
La diabetes mellitus causa alteraciones en los vasos sanguíneos, especialmente en las partes del cuerpo donde se encuentran vasos sanguíneos de menor calibre como los ojos y riñones. En los ojos se manifiesta con la disminución progresiva de visión que puede desembocar en ceguera, mientras que en riñones puede causar una pérdida creciente de la función renal que puede terminar en falla renal y en consecuencia el paciente puede terminar en diálisis. En el sistema nervioso periférico puede producir alteración de la sensibilidad de los miembros inferiores, lo que supone un grave riesgo de úlceras e infecciones. Puede producir además alteraciones como impotencia y alterar la circulación de los miembros inferiores, aumentando así el riesgo de amputaciones.
La diabetes mellitus presenta por lo general síntomas específicos como son: fatiga, sed excesiva, micción o ganas de orinar constante, hambre, pérdida de peso y visión borrosa. En la diabetes mellitus tipo 2 los síntomas se desarrollan lentamente, en algunos casos los pacientes no llegan a presentar síntomas mientras que en la diabetes mellitus tipo 1 la sintomatología suele aparecer de manera brusca.
La prueba principal para diagnosticar es la glucosa o nivel de azúcar en sangre. Si los niveles de azúcar en la sangre en ayunas supera la cifra de 126 mg/dL en dos ocasiones o más se considera que la persona es diabética. Existe otra forma de diagnosticar la diabetes que consiste en medir los niveles de azúcar dos horas luego de consumir una bebida azucarada. Si los niveles sobrepasan los 200 mg/dL se considera que la persona es diabética.
Por último, aun si la persona presenta niveles de azúcar normales en la sangre, el médico puede determinar cómo han estado estos niveles en los últimos tres meses mediante la prueba de hemoglobina glicosilada.
Si bien es cierto que la diabetes posee un componente genético y que las personas con padres o abuelos diabéticos tienen una mayor predisposición a presentar esta enfermedad, algunos cambios en el estilo de vida pueden prevenir la aparición de esta enfermedad.
El sobrepeso es factor de riesgo para padecer de diabetes, porque impide que el organismo produzca y utilice adecuadamente la insulina.
Comer sanamente, en porciones más pequeñas, evitar las comidas altas en grasas y el picoteo o snacking es una buena forma de controlar el peso. Consumir carnes de aves y pescados, eliminar los postres y las comidas rápidas con mucha salsa son importantes a la hora de bajar de peso.
Por último, aumentar el ejercicio. Junto a la dieta, el ejercicio es vital para las personas que presentan riesgos de padecer diabetes. Intentar caminar a diario o nadar por 30 minutos, realizar caminatas con tus amigos y evitar usar el ascensor son maneras útiles de hacer ejercicio.
Recuerda que la diabetes mellitus es una enfermedad crónica y progresiva, la cual una vez diagnosticada no tiene cura y conlleva a complicaciones a largo tiempo, en ocasiones graves y comprometen el estado de salud tanto físico como mental y emocional de todas las personas que la padecen de por vida.
Por Iván José Castro López M.D.
Hacer ejercicio y comer sano son las recomendaciones que hacen los médicos para evitar la diabetes.
Desde el año 1500 antes de Cristo, la historia de la humanidad reporta la aparición de una enfermedad que hacía que los pacientes orinaran a menudo y perdieran peso. Los egipcios fueron los primeros en reportar esta extraña enfermedad, la cual solían tratar con métodos naturales como arena, tierra, flores de pepino y cerveza. Entre los años 80 y 139 fue Areteo de Capadocia quien la llamó diabetes, que en su idioma natal significa “correr a través” porque los pacientes que la padecían orinaban mucho, de ahí el hecho que se creía que el agua ingerida pasaba por el riñón sin ser filtrada.
La diabetes es un conjunto de trastornos metabólicos, cuya característica principal es la concentración elevada de glucosa o azúcar en la sangre de manera constante y crónica, debido a un defecto en la producción de insulina o al mal funcionamiento de las células del cuerpo para absorberla.
Existen dos tipos de diabetes: la primera es la denominada Diabetes Mellitus tipo 1, la cual es frecuente en personas jóvenes. En este tipo, las células del páncreas encargadas de fabricar y producir la insulina se destruyen y dejan de generarla, mientras que el segundo de los casos, llamado Diabetes Mellitus tipo 2, se produce por una resistencia progresiva de las células corporales, especialmente las del hígado y las células musculares a la acción de la insulina producida. Existe otro tipo de diabetes menos frecuente, pero igual de importante, la cual se presenta en el embarazo y se conoce como diabetes gestacional. En cualquiera de los casos, el resultado es un nivel de glucosa o azúcar sanguíneo elevado.
La acumulación de azúcar en la sangre produce un daño progresivo de los vasos sanguíneos y acelera el proceso de arteriosclerosis, aumentando consigo el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular como un infarto agudo de miocardio, angina de pecho o una muerte cardiaca súbita. El riesgo cardiovascular de una persona diabética de padecer un evento cardiovascular se iguala al de una persona no diabética que haya sufrido un infarto.
La diabetes mellitus causa alteraciones en los vasos sanguíneos, especialmente en las partes del cuerpo donde se encuentran vasos sanguíneos de menor calibre como los ojos y riñones. En los ojos se manifiesta con la disminución progresiva de visión que puede desembocar en ceguera, mientras que en riñones puede causar una pérdida creciente de la función renal que puede terminar en falla renal y en consecuencia el paciente puede terminar en diálisis. En el sistema nervioso periférico puede producir alteración de la sensibilidad de los miembros inferiores, lo que supone un grave riesgo de úlceras e infecciones. Puede producir además alteraciones como impotencia y alterar la circulación de los miembros inferiores, aumentando así el riesgo de amputaciones.
La diabetes mellitus presenta por lo general síntomas específicos como son: fatiga, sed excesiva, micción o ganas de orinar constante, hambre, pérdida de peso y visión borrosa. En la diabetes mellitus tipo 2 los síntomas se desarrollan lentamente, en algunos casos los pacientes no llegan a presentar síntomas mientras que en la diabetes mellitus tipo 1 la sintomatología suele aparecer de manera brusca.
La prueba principal para diagnosticar es la glucosa o nivel de azúcar en sangre. Si los niveles de azúcar en la sangre en ayunas supera la cifra de 126 mg/dL en dos ocasiones o más se considera que la persona es diabética. Existe otra forma de diagnosticar la diabetes que consiste en medir los niveles de azúcar dos horas luego de consumir una bebida azucarada. Si los niveles sobrepasan los 200 mg/dL se considera que la persona es diabética.
Por último, aun si la persona presenta niveles de azúcar normales en la sangre, el médico puede determinar cómo han estado estos niveles en los últimos tres meses mediante la prueba de hemoglobina glicosilada.
Si bien es cierto que la diabetes posee un componente genético y que las personas con padres o abuelos diabéticos tienen una mayor predisposición a presentar esta enfermedad, algunos cambios en el estilo de vida pueden prevenir la aparición de esta enfermedad.
El sobrepeso es factor de riesgo para padecer de diabetes, porque impide que el organismo produzca y utilice adecuadamente la insulina.
Comer sanamente, en porciones más pequeñas, evitar las comidas altas en grasas y el picoteo o snacking es una buena forma de controlar el peso. Consumir carnes de aves y pescados, eliminar los postres y las comidas rápidas con mucha salsa son importantes a la hora de bajar de peso.
Por último, aumentar el ejercicio. Junto a la dieta, el ejercicio es vital para las personas que presentan riesgos de padecer diabetes. Intentar caminar a diario o nadar por 30 minutos, realizar caminatas con tus amigos y evitar usar el ascensor son maneras útiles de hacer ejercicio.
Recuerda que la diabetes mellitus es una enfermedad crónica y progresiva, la cual una vez diagnosticada no tiene cura y conlleva a complicaciones a largo tiempo, en ocasiones graves y comprometen el estado de salud tanto físico como mental y emocional de todas las personas que la padecen de por vida.
Por Iván José Castro López M.D.