Halloween ya pasó, y ahora que los reflectores de la cumbre se han apagado, el verdadero reto es que estos líderes y representantes se quiten el disfraz de la “preocupación ambiental”.
La reciente cumbre COP16 en Cali, en la que Colombia intentó mostrar su mejor cara en temas de conservación, coincidió irónicamente con la época de Halloween, ese momento donde algunos asumen disfraces temporales y se transforman en héroes ambientales, defensores acérrimos de la naturaleza. Sin embargo, Halloween ya pasó, y ahora que los reflectores de la cumbre se han apagado, el verdadero reto es que estos líderes y representantes se quiten el disfraz de la “preocupación ambiental” y asuman, con sinceridad y compromiso real, la responsabilidad que tanto han prometido. Porque, al final, el planeta no puede esperar a que los disfraces se vuelvan realidad.
La COP16 en Cali dejó, en términos de movilización, un impacto importante. Según Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Ambiente y presidente del Foro Nacional Ambiental, esta fue la mayor campaña de educación ambiental en la historia de Colombia. Con cientos de foros, seminarios y una masiva movilización nacional impulsada por el Gobierno, liderada por la ministra Muhamad, se logró captar la atención de miles de colombianos, sensibilizándolos sobre temas cruciales de protección ambiental. Este esfuerzo es indiscutible; sin embargo, en un país con históricos desafíos en la protección de su biodiversidad, surge la pregunta: ¿cuánto de este despliegue se traducirá en acción real y no solo en palabras?
Un logro importante que se destacó durante la cumbre fue el Plan de Acción de Biodiversidad, que define los objetivos ambientales de Colombia hasta 2030 a través de 191 acciones específicas, como restaurar cinco millones de hectáreas y fomentar una bioeconomía que genere 522.000 empleos. Andrés Franco Herrera, director de Ciencias Biológicas y Ambientales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, resaltó el valor de este plan, que incluye compromisos de más de 16.000 personas y 23 encuentros regionales, como un ejemplo de que es posible trabajar en conjunto para proteger nuestro entorno. Pero, aunque esta propuesta refleja un gran esfuerzo de colaboración y compromiso, la historia reciente de Colombia nos enseña que muchas veces estos planes quedan en el papel, mientras los problemas continúan agravándose en las zonas más vulnerables.
El gobierno del presidente Gustavo Petro, en la COP16, expresó su intención de posicionarse como líder en protección ambiental, promoviendo metas ambiciosas, como que el sector ambiental represente el 3% del PIB y contribuya a la creación de modelos regenerativos en el país. Sin embargo, es necesario cuestionarse si el enfoque de esta cumbre fue realmente resolver las problemáticas ambientales internas o simplemente ganar visibilidad internacional. Porque en las zonas rurales donde más se sienten las consecuencias de la deforestación, la minería ilegal y la falta de infraestructura para el reciclaje, el cambio es aún imperceptible.
Mauricio Madrigal, abogado ambiental y doctor en derechos humanos, destacó que la COP16 tuvo el mérito de fortalecer y dar visibilidad a los movimientos sociales y comunitarios, que encontraron en la cumbre un espacio para profundizar sus propuestas y ganar relevancia en el debate nacional. En palabras de Manuel Guzmán-Hennessey, profesor de la Universidad del Rosario, este encuentro dejó “la semilla de un pensamiento para la conservación de la vida”, algo positivo que, sin embargo, necesita un terreno fértil de políticas, recursos y voluntad política que lo sostenga. La desconexión entre el discurso y la acción es palpable: mientras se lanzan grandes metas en eventos como la COP16, en el día a día los ciudadanos ven poca evidencia de estos compromisos en sus comunidades.
Halloween ya pasó, y es momento de que quienes participaron en la COP16 dejen de lado la parafernalia de grandes eventos y muestren un compromiso verdadero. Colombia no necesita más discursos adornados ni promesas en foros internacionales; necesita acciones concretas y efectivas, inversiones significativas y leyes que se traduzcan en cambios palpables en cada rincón del país. El disfraz ambientalista de quienes buscan ganar reconocimiento y aparentar preocupación ya no es suficiente. El tiempo de los discursos y la doble moral ha terminado. El planeta, y especialmente Colombia, no pueden esperar a que estos compromisos se materialicen en acciones.
Por Tatiana Barros
Halloween ya pasó, y ahora que los reflectores de la cumbre se han apagado, el verdadero reto es que estos líderes y representantes se quiten el disfraz de la “preocupación ambiental”.
La reciente cumbre COP16 en Cali, en la que Colombia intentó mostrar su mejor cara en temas de conservación, coincidió irónicamente con la época de Halloween, ese momento donde algunos asumen disfraces temporales y se transforman en héroes ambientales, defensores acérrimos de la naturaleza. Sin embargo, Halloween ya pasó, y ahora que los reflectores de la cumbre se han apagado, el verdadero reto es que estos líderes y representantes se quiten el disfraz de la “preocupación ambiental” y asuman, con sinceridad y compromiso real, la responsabilidad que tanto han prometido. Porque, al final, el planeta no puede esperar a que los disfraces se vuelvan realidad.
La COP16 en Cali dejó, en términos de movilización, un impacto importante. Según Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Ambiente y presidente del Foro Nacional Ambiental, esta fue la mayor campaña de educación ambiental en la historia de Colombia. Con cientos de foros, seminarios y una masiva movilización nacional impulsada por el Gobierno, liderada por la ministra Muhamad, se logró captar la atención de miles de colombianos, sensibilizándolos sobre temas cruciales de protección ambiental. Este esfuerzo es indiscutible; sin embargo, en un país con históricos desafíos en la protección de su biodiversidad, surge la pregunta: ¿cuánto de este despliegue se traducirá en acción real y no solo en palabras?
Un logro importante que se destacó durante la cumbre fue el Plan de Acción de Biodiversidad, que define los objetivos ambientales de Colombia hasta 2030 a través de 191 acciones específicas, como restaurar cinco millones de hectáreas y fomentar una bioeconomía que genere 522.000 empleos. Andrés Franco Herrera, director de Ciencias Biológicas y Ambientales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, resaltó el valor de este plan, que incluye compromisos de más de 16.000 personas y 23 encuentros regionales, como un ejemplo de que es posible trabajar en conjunto para proteger nuestro entorno. Pero, aunque esta propuesta refleja un gran esfuerzo de colaboración y compromiso, la historia reciente de Colombia nos enseña que muchas veces estos planes quedan en el papel, mientras los problemas continúan agravándose en las zonas más vulnerables.
El gobierno del presidente Gustavo Petro, en la COP16, expresó su intención de posicionarse como líder en protección ambiental, promoviendo metas ambiciosas, como que el sector ambiental represente el 3% del PIB y contribuya a la creación de modelos regenerativos en el país. Sin embargo, es necesario cuestionarse si el enfoque de esta cumbre fue realmente resolver las problemáticas ambientales internas o simplemente ganar visibilidad internacional. Porque en las zonas rurales donde más se sienten las consecuencias de la deforestación, la minería ilegal y la falta de infraestructura para el reciclaje, el cambio es aún imperceptible.
Mauricio Madrigal, abogado ambiental y doctor en derechos humanos, destacó que la COP16 tuvo el mérito de fortalecer y dar visibilidad a los movimientos sociales y comunitarios, que encontraron en la cumbre un espacio para profundizar sus propuestas y ganar relevancia en el debate nacional. En palabras de Manuel Guzmán-Hennessey, profesor de la Universidad del Rosario, este encuentro dejó “la semilla de un pensamiento para la conservación de la vida”, algo positivo que, sin embargo, necesita un terreno fértil de políticas, recursos y voluntad política que lo sostenga. La desconexión entre el discurso y la acción es palpable: mientras se lanzan grandes metas en eventos como la COP16, en el día a día los ciudadanos ven poca evidencia de estos compromisos en sus comunidades.
Halloween ya pasó, y es momento de que quienes participaron en la COP16 dejen de lado la parafernalia de grandes eventos y muestren un compromiso verdadero. Colombia no necesita más discursos adornados ni promesas en foros internacionales; necesita acciones concretas y efectivas, inversiones significativas y leyes que se traduzcan en cambios palpables en cada rincón del país. El disfraz ambientalista de quienes buscan ganar reconocimiento y aparentar preocupación ya no es suficiente. El tiempo de los discursos y la doble moral ha terminado. El planeta, y especialmente Colombia, no pueden esperar a que estos compromisos se materialicen en acciones.
Por Tatiana Barros