Con los auxilios monetarios, ofrecidos por la decanatura de estudiantes de la universidad y doña Esther, más el dinero que me giraba mi bondadosa hermana Herlinda, no volví a tener aprietos económicos para culminar mi estudio de medicina en la Universidad del Valle (UV). Además, en aquel tiempo, el decano de la facultad de medicina […]
Con los auxilios monetarios, ofrecidos por la decanatura de estudiantes de la universidad y doña Esther, más el dinero que me giraba mi bondadosa hermana Herlinda, no volví a tener aprietos económicos para culminar mi estudio de medicina en la Universidad del Valle (UV). Además, en aquel tiempo, el decano de la facultad de medicina era el médico Jairo Cruz, quien después de conocer mis afugias y procedencia de Valledupar, me brindó su respaldo en caso de que fuera necesario.
El doctor Jairo Cruz es hermano de Rubén Darío Cruz, que vivía en Valledupar y era comerciante de nuestro queso con distribución a Bogotá, Medellín y otras ciudades. De vacaciones le traje una encomienda de su hermano Jairo, y Rubén Darío me invitó a cenar a su casa, que les decían ‘las casas del millón de pesos’. Su esposa murió en el fatídico accidente de la aerolínea Tac, en la lamentable tragedia ocurrida el 5 de febrero de 1972, falleció mi amigo de bachillerato, Ricardo González, y también perecieron otros 13 pasajeros, casi todos vallenatos y 4 tripulantes.
En 1973 comencé el año internado rotatorio; es decir, el ciclo académico teórico-práctico, durante el cual los estudiantes del último año de la carrera de medicina rotaban por las especialidades médicas de medicina interna, cirugía general, ginecología-obstetricia, pediatría y urgencias rotados con tiempos similares. A mí, cirugía general y ginecología-obstetricia me correspondió hacerlas en la clínica ‘Rafael Uribe Uribe’ del extinto Iss de Cali, las otras especialidades en el hospital universitario del Valle, ‘Evaristo García’.
En la clínica del Iss el alojamiento era en habitación personal con baño independiente, mensualmente me entregaban 4 tiqueteras para la alimentación, cada una de diferentes colores y valores (desayuno, almuerzo, cena y merienda de media noche), en cambio en el hospital universitario la habitación era multicompartida igual el baño (ducha, inodoro y lavamanos), la comida era abundante (autoservicio) y se podía llevar a comer a la novia (amiga o amigo que trabajara cerca).
Hice mis rotaciones del Iss con, Alberto Rojas, compañero de estudio, como él tenía carro nos íbamos a comer con los demás compañeros al hospital Universitario. Después de pasar el primer mes, en la clínica me aborda una persona y me dice: “doctor, usted tiene las tiqueteras de alimentación”, las tengo guardadas en la habitación, le respondí. “doctor cada tiquete tiene precio, yo soy el contratista de la cafetería y se los compro por el 50% del valor correspondiente”. Primera vez que escuché la palabra contratista, la verdad me asustó la propuesta y le dije que lo pensaría. Le Comenté a mi compañero de rotación y me dijo: “casi te roban, yo los vendí por el 70%”, así fue porque me pagó lo mismo. Después por temor y respeto recibía mi alimento en la cafetería de la clínica.
En la clínica me entregaron un sello para validar mi firma en las recetas médicas y en los exámenes paraclínicos prescritos. A menudo las enfermeras, camilleros, aseadoras, choferes, vigilantes, y mensajeros de la clínica me pedían el favor de recetarles medicamentos y ordenarles exámenes a sus derechohabientes. Le comento al médico jefe y con voz altisonante me dijo: “con tú sello puedes recetar y ordenar a cualquiera que este afiliado al ISS”, ok jefe, le respondí.
Cuando hacía la medicatura rural obligatoria en Valledupar, también hacía turnos en la clínica del Iss, aquí el despilfarro era peor, porque las enfermeras, choferes, camilleros y aseadoras, sin orden del médico de turno, por montones dizque les regalaban las drogas del Iss a los pacientes pobres del hospital Rosario Pumarejo de López.
PD: Léase en la página web las columnas: Gracias a Toño Murgas y Episodios indelebles.
Con los auxilios monetarios, ofrecidos por la decanatura de estudiantes de la universidad y doña Esther, más el dinero que me giraba mi bondadosa hermana Herlinda, no volví a tener aprietos económicos para culminar mi estudio de medicina en la Universidad del Valle (UV). Además, en aquel tiempo, el decano de la facultad de medicina […]
Con los auxilios monetarios, ofrecidos por la decanatura de estudiantes de la universidad y doña Esther, más el dinero que me giraba mi bondadosa hermana Herlinda, no volví a tener aprietos económicos para culminar mi estudio de medicina en la Universidad del Valle (UV). Además, en aquel tiempo, el decano de la facultad de medicina era el médico Jairo Cruz, quien después de conocer mis afugias y procedencia de Valledupar, me brindó su respaldo en caso de que fuera necesario.
El doctor Jairo Cruz es hermano de Rubén Darío Cruz, que vivía en Valledupar y era comerciante de nuestro queso con distribución a Bogotá, Medellín y otras ciudades. De vacaciones le traje una encomienda de su hermano Jairo, y Rubén Darío me invitó a cenar a su casa, que les decían ‘las casas del millón de pesos’. Su esposa murió en el fatídico accidente de la aerolínea Tac, en la lamentable tragedia ocurrida el 5 de febrero de 1972, falleció mi amigo de bachillerato, Ricardo González, y también perecieron otros 13 pasajeros, casi todos vallenatos y 4 tripulantes.
En 1973 comencé el año internado rotatorio; es decir, el ciclo académico teórico-práctico, durante el cual los estudiantes del último año de la carrera de medicina rotaban por las especialidades médicas de medicina interna, cirugía general, ginecología-obstetricia, pediatría y urgencias rotados con tiempos similares. A mí, cirugía general y ginecología-obstetricia me correspondió hacerlas en la clínica ‘Rafael Uribe Uribe’ del extinto Iss de Cali, las otras especialidades en el hospital universitario del Valle, ‘Evaristo García’.
En la clínica del Iss el alojamiento era en habitación personal con baño independiente, mensualmente me entregaban 4 tiqueteras para la alimentación, cada una de diferentes colores y valores (desayuno, almuerzo, cena y merienda de media noche), en cambio en el hospital universitario la habitación era multicompartida igual el baño (ducha, inodoro y lavamanos), la comida era abundante (autoservicio) y se podía llevar a comer a la novia (amiga o amigo que trabajara cerca).
Hice mis rotaciones del Iss con, Alberto Rojas, compañero de estudio, como él tenía carro nos íbamos a comer con los demás compañeros al hospital Universitario. Después de pasar el primer mes, en la clínica me aborda una persona y me dice: “doctor, usted tiene las tiqueteras de alimentación”, las tengo guardadas en la habitación, le respondí. “doctor cada tiquete tiene precio, yo soy el contratista de la cafetería y se los compro por el 50% del valor correspondiente”. Primera vez que escuché la palabra contratista, la verdad me asustó la propuesta y le dije que lo pensaría. Le Comenté a mi compañero de rotación y me dijo: “casi te roban, yo los vendí por el 70%”, así fue porque me pagó lo mismo. Después por temor y respeto recibía mi alimento en la cafetería de la clínica.
En la clínica me entregaron un sello para validar mi firma en las recetas médicas y en los exámenes paraclínicos prescritos. A menudo las enfermeras, camilleros, aseadoras, choferes, vigilantes, y mensajeros de la clínica me pedían el favor de recetarles medicamentos y ordenarles exámenes a sus derechohabientes. Le comento al médico jefe y con voz altisonante me dijo: “con tú sello puedes recetar y ordenar a cualquiera que este afiliado al ISS”, ok jefe, le respondí.
Cuando hacía la medicatura rural obligatoria en Valledupar, también hacía turnos en la clínica del Iss, aquí el despilfarro era peor, porque las enfermeras, choferes, camilleros y aseadoras, sin orden del médico de turno, por montones dizque les regalaban las drogas del Iss a los pacientes pobres del hospital Rosario Pumarejo de López.
PD: Léase en la página web las columnas: Gracias a Toño Murgas y Episodios indelebles.