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Columnista - 2 agosto, 2015

Desencuentro

Si se pretendiera entender las relaciones como requisito para tener una la raza humana se extinguiría. La ciudad era la misma. Para sus habitantes: calurosa y tediosa a morir; sin embargo, para los foráneos circunvecinos era todo un plan ir de compras, de paseo e incluso por diligencias; como sea siempre era señal de desahogo […]

Si se pretendiera entender las relaciones como requisito para tener una la raza humana se extinguiría. La ciudad era la misma. Para sus habitantes: calurosa y tediosa a morir; sin embargo, para los foráneos circunvecinos era todo un plan ir de compras, de paseo e incluso por diligencias; como sea siempre era señal de desahogo asistir a la capital, al punto de que algunos, a pesar de la corta distancia que la separaba del área metropolitana, se refirieran al hecho de visitarla como irse de viaje, aunque quedara tan cerca; bastante kafkiano el asunto, pero ajá.

Esa mañana, un apagón general hizo que la migración de provincianos al centro urbano fuera desproporcionada frente a lo que habitualmente ocurría los fines de semana. Apagón que motivó a “X” a ir a la capital, punto más cercano que ofrecía la oportunidad de mercar y mirar libros, en medio de una burbuja de aire acondicionado que atenuaba el calor del mundo natural. Aunque muchas veces “X” había hecho eso mismo él solo, esa vez decidió convidar a su esposa, para librarla de la agonía de una mañana sin luz, treintainueve grados en la sombrita.

Por otro lado, “Y” tenía que comprar cartuchos para su impresora. Como sabía que la papelería del centro comercial la abrían a las diez, tomó un taxi diez minutos antes. Llegó, pagó y caminó hasta la puerta de vidrio de una de las entradas. “X” llegó tipo diez a la ciudad, y de ahí directo al centro mercantil, abarrotado de lugareños desparchados. Cuando estaban cerca de la escalera que conducía a la librería, se produjo el desencuentro:
Versión de “Y”: Esa mañana tenía que ir al centro comercial, a comprar tinta para la impresora. Me puse unos zapatos divinos, una blusa y un pantalón nuevos. Cuando llego allá, que voy cerca a las escaleras que van al segundo piso, ya me encuentro de frente con “X”, que iba de gancho con una señora que supuse era su esposa. Yo, como toda persona educada, lo saludé ¿Y tú crees que me regresó el saludo? Yo iba en la misma dirección que ellos, pero preferí desviarme. Minutos más tarde, cuando entro en la librería, ya veo a “X” en una mesa, hundiéndose en un libro mientras yo pasaba. Conseguí mis tintas, fui a la caja registradora y pagué. Después pasé por el supermercado, a hacer unas compritas para un arroz thai que quiero preparar.

Versión de “X”: Esa mañana, como se fue la luz, me voy yo para el centro comercial, a hacer mercado y buscar unas vainas y, cuando voy llegando, adivina a quién me encuentro. Si, a “Y”. Yo me acerqué y la saludé normal, y seguí andando, acababan de abrir la librería y quise aprovechar antes de mercar. Cuando la saludé nomás me abrió los ojos, levantó las cejas, dio media vuelta y siguió caminando. Yo sabía que también iba para la librería pero seguramente prefirió evitarme; yo iba con mi mujer pero ella ni se dio por enterada. Después, al cabo rato, estando yo leyendo unas vainas en las mesas de la librería veo que entra “Y”, se va directo a la sección de los computadores y después pasa otra vez, al fondo, mirándome de reojo. Ya después no la vi más, pasé por el supermercado y compré unas verduras y detergentes, que me hacían falta para la casa, y ya.

Después de esa vez, ni X ni Y han vuelto a encontrarse ni a tener contacto de ningún tipo (interesante descubrir que pasaría de ser así). La ciudad sigue siendo la misma: calurosa, tediosa a morir, y en los pueblos circunvecinos la desidia se apodera de la gente.

Columnista
2 agosto, 2015

Desencuentro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Si se pretendiera entender las relaciones como requisito para tener una la raza humana se extinguiría. La ciudad era la misma. Para sus habitantes: calurosa y tediosa a morir; sin embargo, para los foráneos circunvecinos era todo un plan ir de compras, de paseo e incluso por diligencias; como sea siempre era señal de desahogo […]


Si se pretendiera entender las relaciones como requisito para tener una la raza humana se extinguiría. La ciudad era la misma. Para sus habitantes: calurosa y tediosa a morir; sin embargo, para los foráneos circunvecinos era todo un plan ir de compras, de paseo e incluso por diligencias; como sea siempre era señal de desahogo asistir a la capital, al punto de que algunos, a pesar de la corta distancia que la separaba del área metropolitana, se refirieran al hecho de visitarla como irse de viaje, aunque quedara tan cerca; bastante kafkiano el asunto, pero ajá.

Esa mañana, un apagón general hizo que la migración de provincianos al centro urbano fuera desproporcionada frente a lo que habitualmente ocurría los fines de semana. Apagón que motivó a “X” a ir a la capital, punto más cercano que ofrecía la oportunidad de mercar y mirar libros, en medio de una burbuja de aire acondicionado que atenuaba el calor del mundo natural. Aunque muchas veces “X” había hecho eso mismo él solo, esa vez decidió convidar a su esposa, para librarla de la agonía de una mañana sin luz, treintainueve grados en la sombrita.

Por otro lado, “Y” tenía que comprar cartuchos para su impresora. Como sabía que la papelería del centro comercial la abrían a las diez, tomó un taxi diez minutos antes. Llegó, pagó y caminó hasta la puerta de vidrio de una de las entradas. “X” llegó tipo diez a la ciudad, y de ahí directo al centro mercantil, abarrotado de lugareños desparchados. Cuando estaban cerca de la escalera que conducía a la librería, se produjo el desencuentro:
Versión de “Y”: Esa mañana tenía que ir al centro comercial, a comprar tinta para la impresora. Me puse unos zapatos divinos, una blusa y un pantalón nuevos. Cuando llego allá, que voy cerca a las escaleras que van al segundo piso, ya me encuentro de frente con “X”, que iba de gancho con una señora que supuse era su esposa. Yo, como toda persona educada, lo saludé ¿Y tú crees que me regresó el saludo? Yo iba en la misma dirección que ellos, pero preferí desviarme. Minutos más tarde, cuando entro en la librería, ya veo a “X” en una mesa, hundiéndose en un libro mientras yo pasaba. Conseguí mis tintas, fui a la caja registradora y pagué. Después pasé por el supermercado, a hacer unas compritas para un arroz thai que quiero preparar.

Versión de “X”: Esa mañana, como se fue la luz, me voy yo para el centro comercial, a hacer mercado y buscar unas vainas y, cuando voy llegando, adivina a quién me encuentro. Si, a “Y”. Yo me acerqué y la saludé normal, y seguí andando, acababan de abrir la librería y quise aprovechar antes de mercar. Cuando la saludé nomás me abrió los ojos, levantó las cejas, dio media vuelta y siguió caminando. Yo sabía que también iba para la librería pero seguramente prefirió evitarme; yo iba con mi mujer pero ella ni se dio por enterada. Después, al cabo rato, estando yo leyendo unas vainas en las mesas de la librería veo que entra “Y”, se va directo a la sección de los computadores y después pasa otra vez, al fondo, mirándome de reojo. Ya después no la vi más, pasé por el supermercado y compré unas verduras y detergentes, que me hacían falta para la casa, y ya.

Después de esa vez, ni X ni Y han vuelto a encontrarse ni a tener contacto de ningún tipo (interesante descubrir que pasaría de ser así). La ciudad sigue siendo la misma: calurosa, tediosa a morir, y en los pueblos circunvecinos la desidia se apodera de la gente.