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Columnista - 15 junio, 2013

Desempleado

Con mis padres enfermos debía buscar la manera de aportar a la economía familiar, tan deprimida con sus hospitalizaciones y convalecencias, que era imposible dejar pasar por alto la situación; no solo porque mi propia economía derivaba directamente de la de ellos sino porque su propia manutención se convirtió en responsabilidad mía.

Por Jarol Ferreira Acosta

Con mis padres enfermos debía buscar la manera de aportar a la economía familiar, tan deprimida con sus hospitalizaciones y convalecencias, que era imposible dejar pasar por alto la situación; no solo porque mi propia economía derivaba directamente de la de ellos sino porque su propia manutención se convirtió en responsabilidad mía. Pasaban los meses y, siendo Colombia un país con las precariedades que conocemos, la meta era imposible; sin embargo, a todo el que podía le contaba sobre mi problema para ver por donde aparecía una salida. Hasta que una amiga me dijo que había una convocatoria para un trabajo de auxiliar en una empresa cultural, que debía mandar mi hoja de vida a tal dirección.

Al poco tiempo llamaron para convocarme a una prueba sicotécnica, el primer paso del proceso de selección de personal. La prueba sería coordinada por una sicóloga que explicaría los procedimientos para desarrollar la evaluación. Antes de ocho de la mañana estábamos todos los citados sentados afuera del edificio, algunos de pueblos cercanos a Valledupar, que veíamos en esa oportunidad la solución a nuestros problemas de dinero. Con ilusión entramos al salón, luego de que el vigilante abriera las puertas y nos dejara pasar.

El examen, que incluía tres cuadernillos, estaba compuesto por  más de trescientas preguntas, del tipo: si pudiera elegir su lugar de residencia, escogería: a. Vivir aislado, b. Vivir en comunidad, c. Le da lo mismo. Otra decía: si su jefe actúa con injusticia, usted: a. Se opone, b. Actúa con indiferencia, c. El jefe siempre tiene la razón. Previamente la sicóloga advirtió que era mejor no responder la opción neutra porque el sistema lo evaluaba como inconsistente. Así que una a una respondí el test de la manera en la que un aspirante urgido lo haría: una a una traicioné mis convicciones, contestando como el subordinado más arrastrado del mundo, sintiéndome como una rata pero seguro de que de esa manera pasaría al siguiente nivel  del proceso de selección.

Sin embargo, luego de un tiempo me enteré de que solo fueron seleccionadas mujeres para la entrevista porque según el gerente había ya muchos gallos en su gallinero. O sea que tal vez habría sido mejor aterrar a la evaluadora con mis verdaderas opciones seleccionadas: me gusta vivir aislado, y detesto a los jefes. Seguramente tampoco habría pasado  la prueba y como hoy seguiría desempleado, pero al menos hubiera sido divertido imaginarme la cara de la sicóloga al ver mis respuestas.

Columnista
15 junio, 2013

Desempleado

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Con mis padres enfermos debía buscar la manera de aportar a la economía familiar, tan deprimida con sus hospitalizaciones y convalecencias, que era imposible dejar pasar por alto la situación; no solo porque mi propia economía derivaba directamente de la de ellos sino porque su propia manutención se convirtió en responsabilidad mía.


Por Jarol Ferreira Acosta

Con mis padres enfermos debía buscar la manera de aportar a la economía familiar, tan deprimida con sus hospitalizaciones y convalecencias, que era imposible dejar pasar por alto la situación; no solo porque mi propia economía derivaba directamente de la de ellos sino porque su propia manutención se convirtió en responsabilidad mía. Pasaban los meses y, siendo Colombia un país con las precariedades que conocemos, la meta era imposible; sin embargo, a todo el que podía le contaba sobre mi problema para ver por donde aparecía una salida. Hasta que una amiga me dijo que había una convocatoria para un trabajo de auxiliar en una empresa cultural, que debía mandar mi hoja de vida a tal dirección.

Al poco tiempo llamaron para convocarme a una prueba sicotécnica, el primer paso del proceso de selección de personal. La prueba sería coordinada por una sicóloga que explicaría los procedimientos para desarrollar la evaluación. Antes de ocho de la mañana estábamos todos los citados sentados afuera del edificio, algunos de pueblos cercanos a Valledupar, que veíamos en esa oportunidad la solución a nuestros problemas de dinero. Con ilusión entramos al salón, luego de que el vigilante abriera las puertas y nos dejara pasar.

El examen, que incluía tres cuadernillos, estaba compuesto por  más de trescientas preguntas, del tipo: si pudiera elegir su lugar de residencia, escogería: a. Vivir aislado, b. Vivir en comunidad, c. Le da lo mismo. Otra decía: si su jefe actúa con injusticia, usted: a. Se opone, b. Actúa con indiferencia, c. El jefe siempre tiene la razón. Previamente la sicóloga advirtió que era mejor no responder la opción neutra porque el sistema lo evaluaba como inconsistente. Así que una a una respondí el test de la manera en la que un aspirante urgido lo haría: una a una traicioné mis convicciones, contestando como el subordinado más arrastrado del mundo, sintiéndome como una rata pero seguro de que de esa manera pasaría al siguiente nivel  del proceso de selección.

Sin embargo, luego de un tiempo me enteré de que solo fueron seleccionadas mujeres para la entrevista porque según el gerente había ya muchos gallos en su gallinero. O sea que tal vez habría sido mejor aterrar a la evaluadora con mis verdaderas opciones seleccionadas: me gusta vivir aislado, y detesto a los jefes. Seguramente tampoco habría pasado  la prueba y como hoy seguiría desempleado, pero al menos hubiera sido divertido imaginarme la cara de la sicóloga al ver mis respuestas.