¿A quién más le da pavor hacer la lista de propósitos de año nuevo? Llegan como una avalancha a nuestra mente, y la lista parece interminable. Algunos son imposibles —hay que aceptarlo—, pero, al fin y al cabo, forman parte del crecimiento que “tenemos” que alcanzar: comer más sano, hacer ejercicio, ahorrar dinero, viajar, conseguir […]
¿A quién más le da pavor hacer la lista de propósitos de año nuevo? Llegan como una avalancha a nuestra mente, y la lista parece interminable. Algunos son imposibles —hay que aceptarlo—, pero, al fin y al cabo, forman parte del crecimiento que “tenemos” que alcanzar: comer más sano, hacer ejercicio, ahorrar dinero, viajar, conseguir una pareja estable, y hasta librarse de un embarazo.
En mi caso, dejar las palabrotas; con eso será suficiente. Sin embargo, entre ellos hay uno que parece haberse convertido en un ritual social, y eso lo transforma en un despropósito: el reto de leer más libros.
Lo sé, ya saldrán a reclamarme porque le estoy poniendo trabas a la lectura. Pero las redes sociales se inundan de listas eternas de ejemplares, y de la nada aparecen retos como si fueran trofeos: “50 libros en un año”, “Un libro por semana”, “100 páginas por hora”, sí, a veces se torna exagerado… Sin embargo —y en esto espero que todos estén de acuerdo—, detrás de esta obsesión por llevar un listado interminable, tachando libro tras libro, se esconde una presión que convierte el placer de leer en una obligación perturbadora.
Leer resulta ser un acto íntimo, es transitar con serenidad una historia que nos acompañará por algunos días. Requiere que la mente esté en calma y si no lo está, la calma debería producirse a través de la lectura. Pero para muchos se ha transformado en una carrera contra el tiempo o, peor aún, en una competencia que a fin de cuentas parece más una pedantería intelectual. La lectura, siempre será un espacio de enriquecimiento y confort, y no puede convertirse en un instrumento del ego y en una forma más de responder a la exigencia social.
Fíjense en que un estudio publicado en el Journal of Research in Reading menciona que quienes leen bajo presión tienden a procesar la información de manera superficial, lo cual, por supuesto, dificulta el proceso de comprensión profunda y retención.
Los libros se convierten, entonces, en torturadores, y nosotros, en voluntariosos masoquistas. Claramente, se alejan de ser puertas hacia mundos complejos que, como bien es sabido, exigen tiempo para ser explorados. Sin embargo, el ansia de cumplir con metas numéricas lleva a muchos a pasar por encima de los textos, privándose de su riqueza.
Y obviamente, tratar de imponerse metas exageradas puede generar estrés y mucha frustración. La he vivido, porque también quise obligarme. La Asociación Americana de Psicología señala que las expectativas desmesuradas en los propósitos personales, como el de leer cierta cantidad de libros, suelen tener el efecto contrario: aumentar la ansiedad y hacer que la experiencia se torne negativa.
Es ridículo, el estrés afecta nuestra relación con los libros, vamos derecho al completo abandono del hábito, una pérdida doblemente lamentable. Y se sostiene cuando está vinculado al goce, no a la obligación. Al priorizar la cantidad sobre la calidad, nos desconectamos emocionalmente de la literatura, una experiencia insustituible.
¿Estamos siendo sinceros con la relación que podemos tener entre los libros y la disponibilidad de espacios para leer que nos ofrece la cotidianidad? Hace mucho tiempo dejé de exigirme, me gusta convivir con los libros en cualquier espacio de mi casa, pasearlos, pensarlos, discutirlos y dejarlos tirados por días si así lo requiero. No se han convertido en una meta numérica, los he vivido en la pausa de mis necesidades. Los libros sí pueden ser trofeos para exhibir, así como puertas hacia nosotros mismos. Pero, no hay mayor riqueza que leer a nuestro ritmo, dejando que las historias nos encuentren en el momento adecuado.
Este año, tachemos las listas interminables y la necesidad de demostrar algo a otros. Podemos leer menos, pero leer mejor. Como dijo una amiga: “Presumo lo que leo porque me costó tiempo, y, si tuve tiempo, fui afortunada”. Encontremos, entonces, historias para presumir que nos confronten, que se estrellen con nuestras inquietudes más profundas y nos transformen. Porque al final lo importante no es cuántos libros leemos, sino la fortuna de disfrutar el tiempo que podemos invertir en ellos.
Por: Melissa Lambraño Jaimes.
¿A quién más le da pavor hacer la lista de propósitos de año nuevo? Llegan como una avalancha a nuestra mente, y la lista parece interminable. Algunos son imposibles —hay que aceptarlo—, pero, al fin y al cabo, forman parte del crecimiento que “tenemos” que alcanzar: comer más sano, hacer ejercicio, ahorrar dinero, viajar, conseguir […]
¿A quién más le da pavor hacer la lista de propósitos de año nuevo? Llegan como una avalancha a nuestra mente, y la lista parece interminable. Algunos son imposibles —hay que aceptarlo—, pero, al fin y al cabo, forman parte del crecimiento que “tenemos” que alcanzar: comer más sano, hacer ejercicio, ahorrar dinero, viajar, conseguir una pareja estable, y hasta librarse de un embarazo.
En mi caso, dejar las palabrotas; con eso será suficiente. Sin embargo, entre ellos hay uno que parece haberse convertido en un ritual social, y eso lo transforma en un despropósito: el reto de leer más libros.
Lo sé, ya saldrán a reclamarme porque le estoy poniendo trabas a la lectura. Pero las redes sociales se inundan de listas eternas de ejemplares, y de la nada aparecen retos como si fueran trofeos: “50 libros en un año”, “Un libro por semana”, “100 páginas por hora”, sí, a veces se torna exagerado… Sin embargo —y en esto espero que todos estén de acuerdo—, detrás de esta obsesión por llevar un listado interminable, tachando libro tras libro, se esconde una presión que convierte el placer de leer en una obligación perturbadora.
Leer resulta ser un acto íntimo, es transitar con serenidad una historia que nos acompañará por algunos días. Requiere que la mente esté en calma y si no lo está, la calma debería producirse a través de la lectura. Pero para muchos se ha transformado en una carrera contra el tiempo o, peor aún, en una competencia que a fin de cuentas parece más una pedantería intelectual. La lectura, siempre será un espacio de enriquecimiento y confort, y no puede convertirse en un instrumento del ego y en una forma más de responder a la exigencia social.
Fíjense en que un estudio publicado en el Journal of Research in Reading menciona que quienes leen bajo presión tienden a procesar la información de manera superficial, lo cual, por supuesto, dificulta el proceso de comprensión profunda y retención.
Los libros se convierten, entonces, en torturadores, y nosotros, en voluntariosos masoquistas. Claramente, se alejan de ser puertas hacia mundos complejos que, como bien es sabido, exigen tiempo para ser explorados. Sin embargo, el ansia de cumplir con metas numéricas lleva a muchos a pasar por encima de los textos, privándose de su riqueza.
Y obviamente, tratar de imponerse metas exageradas puede generar estrés y mucha frustración. La he vivido, porque también quise obligarme. La Asociación Americana de Psicología señala que las expectativas desmesuradas en los propósitos personales, como el de leer cierta cantidad de libros, suelen tener el efecto contrario: aumentar la ansiedad y hacer que la experiencia se torne negativa.
Es ridículo, el estrés afecta nuestra relación con los libros, vamos derecho al completo abandono del hábito, una pérdida doblemente lamentable. Y se sostiene cuando está vinculado al goce, no a la obligación. Al priorizar la cantidad sobre la calidad, nos desconectamos emocionalmente de la literatura, una experiencia insustituible.
¿Estamos siendo sinceros con la relación que podemos tener entre los libros y la disponibilidad de espacios para leer que nos ofrece la cotidianidad? Hace mucho tiempo dejé de exigirme, me gusta convivir con los libros en cualquier espacio de mi casa, pasearlos, pensarlos, discutirlos y dejarlos tirados por días si así lo requiero. No se han convertido en una meta numérica, los he vivido en la pausa de mis necesidades. Los libros sí pueden ser trofeos para exhibir, así como puertas hacia nosotros mismos. Pero, no hay mayor riqueza que leer a nuestro ritmo, dejando que las historias nos encuentren en el momento adecuado.
Este año, tachemos las listas interminables y la necesidad de demostrar algo a otros. Podemos leer menos, pero leer mejor. Como dijo una amiga: “Presumo lo que leo porque me costó tiempo, y, si tuve tiempo, fui afortunada”. Encontremos, entonces, historias para presumir que nos confronten, que se estrellen con nuestras inquietudes más profundas y nos transformen. Porque al final lo importante no es cuántos libros leemos, sino la fortuna de disfrutar el tiempo que podemos invertir en ellos.
Por: Melissa Lambraño Jaimes.