Un día después del atentado contra las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001, así analizamos el hecho en el editorial. Nada estaba claro aún, solo la barbarie y que la guerra no se acaba con la guerra: Catastrófico. Demencial. No de otra forma puede clasificarse el atentado terrorista perpetrado contra el pueblo norteamericano, […]
Un día después del atentado contra las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001, así analizamos el hecho en el editorial. Nada estaba claro aún, solo la barbarie y que la guerra no se acaba con la guerra:
Catastrófico. Demencial. No de otra forma puede clasificarse el atentado terrorista perpetrado contra el pueblo norteamericano, con un saldo trágico de muertos y heridos aún no cuantificado.
Las imágenes de televisión dejaban perplejos al televidente. Y más todavía cuando las noticias iban desgranándose, dejando al descubierto que no se trataba de simples accidentes, sino que obedecía a designios torcidos de quién sabe qué organización macabra.
El cuadro no podía ser más dantesco. Primero, secuestran aeronaves de aerolíneas comerciales, con todos los pasajeros a bordo. Luego, de manera sincronizada dos son lanzadas en picada a cada una de las torres gemelas del emblemático Wold Trade Center de New York, haciendo impactos con diferencias de minutos, mientras una tercera hacía lo propio en Washington, en el edificio del Pentágono, y dos más de los aviones secuestrados estaban desaparecidos.
La historia nunca jamás, en estas circunstancias, había registrado episodios de esta magnitud, solo comparables con una de las terroríficas acciones acaecidas en el furor de las guerras, pero no en tiempos de relativa paz.
¿O acaso se está en guerra soterrada? La gravedad de lo acontecido, con la virtualidad de percatarnos que vivimos en un mundo de incomprensión, es para reflexionar profundamente. Ha de servir el desastre para abrirle los ojos a la humanidad; ya es hora de escarmentar y aprender a ser humana.
Desde luego es importante y necesario descubrir los móviles y autores de los atentados y aplicarles su correspondiente sanción para evitarle a la sociedad norteamericana y al mundo entero los peligros que entraña una mente psiquiátrica cuando no está debidamente controlada.
Lo que hoy ocurrió en los Estados Unidos de Norteamérica, pese a ser la primera potencia militar en el mundo, es una clara advertencia de la vulnerabilidad del mundo entero.
Nadie está a salvo de la esquizofrenia, nadie ni nada está fuera de peligro y de hecho, a juzgar por lo que se observa en escala proporcional en cualquier rincón del universo, especialmente en Colombia, empeñada en colocarse a la vanguardia en materia de crueldad y violencia, nada halagüeño le espera a la humanidad.
Pero más allá de la drástica represión social sobre los autores, importa más tomar conciencia de los efectos deleznables de la violencia, que engendra más violencia, y en su agigantamiento como bola de nieve termina como un boomerang engulléndose a la sociedad misma.
Lo ocurrido en el día de ayer (11 de septiembre de 2001)es ilustrativo, máxime si es veraz la paternidad del atentado por el grupo terrorista japonés, que más de medio siglo después trata de reivindicar, cobrando venganza, la bomba atómica lanzada por EEUU contra el pueblo japonés.
Las personas parecen no olvidar y los odios se van trasmitiendo de generación en generación; de ahí que la solución no puede ser, nos negamos a creerlo, más aparato armamentista para sojuzgar o contrarrestar la violencia de los demás o más sofisticación para detectar amenazas o ataques, que al final de cuentas todo eso conduce a la guerra. La enseñanza es sabia: La guerra no se acaba con la guerra.
Un día después del atentado contra las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001, así analizamos el hecho en el editorial. Nada estaba claro aún, solo la barbarie y que la guerra no se acaba con la guerra: Catastrófico. Demencial. No de otra forma puede clasificarse el atentado terrorista perpetrado contra el pueblo norteamericano, […]
Un día después del atentado contra las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001, así analizamos el hecho en el editorial. Nada estaba claro aún, solo la barbarie y que la guerra no se acaba con la guerra:
Catastrófico. Demencial. No de otra forma puede clasificarse el atentado terrorista perpetrado contra el pueblo norteamericano, con un saldo trágico de muertos y heridos aún no cuantificado.
Las imágenes de televisión dejaban perplejos al televidente. Y más todavía cuando las noticias iban desgranándose, dejando al descubierto que no se trataba de simples accidentes, sino que obedecía a designios torcidos de quién sabe qué organización macabra.
El cuadro no podía ser más dantesco. Primero, secuestran aeronaves de aerolíneas comerciales, con todos los pasajeros a bordo. Luego, de manera sincronizada dos son lanzadas en picada a cada una de las torres gemelas del emblemático Wold Trade Center de New York, haciendo impactos con diferencias de minutos, mientras una tercera hacía lo propio en Washington, en el edificio del Pentágono, y dos más de los aviones secuestrados estaban desaparecidos.
La historia nunca jamás, en estas circunstancias, había registrado episodios de esta magnitud, solo comparables con una de las terroríficas acciones acaecidas en el furor de las guerras, pero no en tiempos de relativa paz.
¿O acaso se está en guerra soterrada? La gravedad de lo acontecido, con la virtualidad de percatarnos que vivimos en un mundo de incomprensión, es para reflexionar profundamente. Ha de servir el desastre para abrirle los ojos a la humanidad; ya es hora de escarmentar y aprender a ser humana.
Desde luego es importante y necesario descubrir los móviles y autores de los atentados y aplicarles su correspondiente sanción para evitarle a la sociedad norteamericana y al mundo entero los peligros que entraña una mente psiquiátrica cuando no está debidamente controlada.
Lo que hoy ocurrió en los Estados Unidos de Norteamérica, pese a ser la primera potencia militar en el mundo, es una clara advertencia de la vulnerabilidad del mundo entero.
Nadie está a salvo de la esquizofrenia, nadie ni nada está fuera de peligro y de hecho, a juzgar por lo que se observa en escala proporcional en cualquier rincón del universo, especialmente en Colombia, empeñada en colocarse a la vanguardia en materia de crueldad y violencia, nada halagüeño le espera a la humanidad.
Pero más allá de la drástica represión social sobre los autores, importa más tomar conciencia de los efectos deleznables de la violencia, que engendra más violencia, y en su agigantamiento como bola de nieve termina como un boomerang engulléndose a la sociedad misma.
Lo ocurrido en el día de ayer (11 de septiembre de 2001)es ilustrativo, máxime si es veraz la paternidad del atentado por el grupo terrorista japonés, que más de medio siglo después trata de reivindicar, cobrando venganza, la bomba atómica lanzada por EEUU contra el pueblo japonés.
Las personas parecen no olvidar y los odios se van trasmitiendo de generación en generación; de ahí que la solución no puede ser, nos negamos a creerlo, más aparato armamentista para sojuzgar o contrarrestar la violencia de los demás o más sofisticación para detectar amenazas o ataques, que al final de cuentas todo eso conduce a la guerra. La enseñanza es sabia: La guerra no se acaba con la guerra.