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Columnista - 2 abril, 2019

Del dicho al hecho

Hace algunos días escribí que en nombre de las ideologías políticas cuestionábamos las iniciativas más nobles o apoyábamos las más despreciables, de acuerdo a si fueron incubadas en la mente de algún mal fabricado superhéroe de nuestros afectos. La diferencia entre una y otra irreconciliable orilla es quién represente la institucionalidad. Con las prebendas que […]

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Hace algunos días escribí que en nombre de las ideologías políticas cuestionábamos las iniciativas más nobles o apoyábamos las más despreciables, de acuerdo a si fueron incubadas en la mente de algún mal fabricado superhéroe de nuestros afectos. La diferencia entre una y otra irreconciliable orilla es quién represente la institucionalidad. Con las prebendas que da el poder, pero más con sus deberes frente a todo un país que independiente a sus posturas ideológicas debe ser el epicentro de las políticas públicas del gobierno.

Es decir que quien esté rigiendo los destinos de una nación, está más comprometido que sus opositores a multiplicar sus esfuerzos por el bienestar de sus gobernados, aún sin que estos hayan votado por él. Resolviendo eficazmente problemas muchas veces heredados de gobiernos anteriores. Incluyendo la obligatoria sindéresis y la sabia prudencia en el abordaje de controvertidos temas del convulsionado enredo nacional. Es la dignidad del mandatario.

En nuestra Colombia nadie ha dicho que es fácil, el presidente Iván Duque en estos pocos meses debió haberse dado cuenta que es totalmente diferente una curul en el Congreso de la República a llevar sobre sus hombros los problemas más difíciles del país. Las objeciones a la Ley Estatutaria de la JEP dentro del Proceso de Paz, las relaciones con Venezuela, el asesinato de líderes sociales, el creciente desempleo, el incontrolable narcotráfico, las protestas indígenas y la enfermiza polarización que busca aniquilar materialmente al adversario, son los mayores retos que tiene como primer mandatario, si de verdad quiere convertirse en el estadista que premiará la historia.

Su éxito radicará en pasar del dicho al hecho, no solo expresar en sus discursos que va a unir al país, sino dar muestras de que es un demócrata capaz de aceptar las criticas sin las retaliaciones propias del abuso del poder. Ser garantista del disenso, si bien es cierto que cuenta con el capital político de una mayoría que lo llevó a la silla presidencial, no lo es menos que hay una minoría complementaria en la sana balanza gobierno oposición, propio de un país diverso políticamente como el nuestro.

Por ejemplo y por solo nombrar una situación que por demás en este momento ocupa la atención nacional, en el caso del bloqueo a la Vía Panamericana promovido por la Minga Indígena, muy posiblemente se hubiese solucionado con una visita del presidente, no a llenarse de más compromisos, pero si a decirle a los indígenas que su gobierno está interesado en redimir tantos años de usurpación, que no hay ciudadanos de primera y de segunda clase social y que aunque algunos apasionados, incluso con falsas fotografías preparan mediáticamente una intervención armada para desbloquear la vía a sangre y fuego, eso no está en sus planes inmediatos.

Es claro que como presidente debe ejercer la autoridad, pero protegiéndola de la antidemocrática represión que utilizan los ilegítimos gobiernos autoritarios para tapar su incapacidad de diálogo. Ojalá no se deje confundir por los tambores de guerra. Un abrazo.

Columnista
2 abril, 2019

Del dicho al hecho

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio María Araujo

Hace algunos días escribí que en nombre de las ideologías políticas cuestionábamos las iniciativas más nobles o apoyábamos las más despreciables, de acuerdo a si fueron incubadas en la mente de algún mal fabricado superhéroe de nuestros afectos. La diferencia entre una y otra irreconciliable orilla es quién represente la institucionalidad. Con las prebendas que […]


Hace algunos días escribí que en nombre de las ideologías políticas cuestionábamos las iniciativas más nobles o apoyábamos las más despreciables, de acuerdo a si fueron incubadas en la mente de algún mal fabricado superhéroe de nuestros afectos. La diferencia entre una y otra irreconciliable orilla es quién represente la institucionalidad. Con las prebendas que da el poder, pero más con sus deberes frente a todo un país que independiente a sus posturas ideológicas debe ser el epicentro de las políticas públicas del gobierno.

Es decir que quien esté rigiendo los destinos de una nación, está más comprometido que sus opositores a multiplicar sus esfuerzos por el bienestar de sus gobernados, aún sin que estos hayan votado por él. Resolviendo eficazmente problemas muchas veces heredados de gobiernos anteriores. Incluyendo la obligatoria sindéresis y la sabia prudencia en el abordaje de controvertidos temas del convulsionado enredo nacional. Es la dignidad del mandatario.

En nuestra Colombia nadie ha dicho que es fácil, el presidente Iván Duque en estos pocos meses debió haberse dado cuenta que es totalmente diferente una curul en el Congreso de la República a llevar sobre sus hombros los problemas más difíciles del país. Las objeciones a la Ley Estatutaria de la JEP dentro del Proceso de Paz, las relaciones con Venezuela, el asesinato de líderes sociales, el creciente desempleo, el incontrolable narcotráfico, las protestas indígenas y la enfermiza polarización que busca aniquilar materialmente al adversario, son los mayores retos que tiene como primer mandatario, si de verdad quiere convertirse en el estadista que premiará la historia.

Su éxito radicará en pasar del dicho al hecho, no solo expresar en sus discursos que va a unir al país, sino dar muestras de que es un demócrata capaz de aceptar las criticas sin las retaliaciones propias del abuso del poder. Ser garantista del disenso, si bien es cierto que cuenta con el capital político de una mayoría que lo llevó a la silla presidencial, no lo es menos que hay una minoría complementaria en la sana balanza gobierno oposición, propio de un país diverso políticamente como el nuestro.

Por ejemplo y por solo nombrar una situación que por demás en este momento ocupa la atención nacional, en el caso del bloqueo a la Vía Panamericana promovido por la Minga Indígena, muy posiblemente se hubiese solucionado con una visita del presidente, no a llenarse de más compromisos, pero si a decirle a los indígenas que su gobierno está interesado en redimir tantos años de usurpación, que no hay ciudadanos de primera y de segunda clase social y que aunque algunos apasionados, incluso con falsas fotografías preparan mediáticamente una intervención armada para desbloquear la vía a sangre y fuego, eso no está en sus planes inmediatos.

Es claro que como presidente debe ejercer la autoridad, pero protegiéndola de la antidemocrática represión que utilizan los ilegítimos gobiernos autoritarios para tapar su incapacidad de diálogo. Ojalá no se deje confundir por los tambores de guerra. Un abrazo.