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Columnista - 11 junio, 2018

Decadencia del idioma

Para estar al día hay que estudiar el nuevo Español, ese que sin respeto alguno cada día es zaherido, vapuleado, sin nadie que lo defienda, porque los académicos (me refiero a los de la RAE) sabios en el tema, no pueden hacer nada distinto de señalar qué es lo correcto en el habla. Todos hablan […]

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Para estar al día hay que estudiar el nuevo Español, ese que sin respeto alguno cada día es zaherido, vapuleado, sin nadie que lo defienda, porque los académicos (me refiero a los de la RAE) sabios en el tema, no pueden hacer nada distinto de señalar qué es lo correcto en el habla.

Todos hablan como quieren, inventan palabras que hacen carrera, convierten en verbos los sustantivos, en fin, muchas veces nos da la impresión de estar ante otro idioma. Eso aunado a una exigua cultura general, da pesar, nos afianza en lo ya reconocido: nuestros mayores eran ejemplares en el uso de las palabras. Así lo reafirma una escritora a la que admiro, leo y releo.

La premio Nobel, Doris Lessing, ya fallecida, comentó hace unos años: “Érase una vez un tiempo, y parece muy lejano ya, en que existía una figura muy respetada: la persona culta. Él, solía ser él, pero con el tiempo pasó a ser cada vez más ella, recibía una educación que difería muy poco de un país a otro, pero que era muy distinta a la que conocemos hoy.”

Se refiere a la educación humanista y asegura que está desapareciendo y que “…cada vez más los gobiernos animan a los ciudadanos a adquirir conocimientos profesionales, mientras no se considera útil para la sociedad moderna la educación como el desarrollo integral de la persona”.

Recuerda también, lo que tanto se comenta en nuestro país, sobre todo entre la gente mayor, cuando dice que sabían más los estudiantes de antes, Lessing lo expresaba así:

“La educación de antaño habría contemplado la literatura, la historia griega, la latina y la Biblia como la base para todo lo demás. Él ¿o ella? leía a los clásicos de su propio país y a los más grandes de otros países, de tal suerte que se podían reunir un habitante de Argentina con un español, uno de San Petersburgo se reunía con un homólogo en Noruega, compartían una cultura, podían referirse a los mismos libros, obras de teatro, poemas, cuadros, que formaban un entramado de referencias e informaciones, que era como la historia compartida de lo mejor que la mente había pensado, dicho y escrito, ¡Eso ya no existe!”

Además de sus profundas disertaciones, es admirable la escritora galardonada con el Nobel, por la frescura que presenta a pesar de que las dio a conocer a una edad muy avanzada, es un ejemplo para muchas mujeres: hasta el final hay que ser maestra constante con los hijos, soñadora, productiva, amante del universo y de la existencia, y saber que la vida sorprende hasta el último momento.

Sin embargo, lo que sorprende a cada momento es la pereza intelectual que como una plaga se apodera de todos, jóvenes y mayores. A los mayores se les olvidó hablar bien o se contagiaron de una juventud que viene profanando el idioma, desde hace rato, con la indiferencia de maestros y padres.

 

Columnista
11 junio, 2018

Decadencia del idioma

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Para estar al día hay que estudiar el nuevo Español, ese que sin respeto alguno cada día es zaherido, vapuleado, sin nadie que lo defienda, porque los académicos (me refiero a los de la RAE) sabios en el tema, no pueden hacer nada distinto de señalar qué es lo correcto en el habla. Todos hablan […]


Para estar al día hay que estudiar el nuevo Español, ese que sin respeto alguno cada día es zaherido, vapuleado, sin nadie que lo defienda, porque los académicos (me refiero a los de la RAE) sabios en el tema, no pueden hacer nada distinto de señalar qué es lo correcto en el habla.

Todos hablan como quieren, inventan palabras que hacen carrera, convierten en verbos los sustantivos, en fin, muchas veces nos da la impresión de estar ante otro idioma. Eso aunado a una exigua cultura general, da pesar, nos afianza en lo ya reconocido: nuestros mayores eran ejemplares en el uso de las palabras. Así lo reafirma una escritora a la que admiro, leo y releo.

La premio Nobel, Doris Lessing, ya fallecida, comentó hace unos años: “Érase una vez un tiempo, y parece muy lejano ya, en que existía una figura muy respetada: la persona culta. Él, solía ser él, pero con el tiempo pasó a ser cada vez más ella, recibía una educación que difería muy poco de un país a otro, pero que era muy distinta a la que conocemos hoy.”

Se refiere a la educación humanista y asegura que está desapareciendo y que “…cada vez más los gobiernos animan a los ciudadanos a adquirir conocimientos profesionales, mientras no se considera útil para la sociedad moderna la educación como el desarrollo integral de la persona”.

Recuerda también, lo que tanto se comenta en nuestro país, sobre todo entre la gente mayor, cuando dice que sabían más los estudiantes de antes, Lessing lo expresaba así:

“La educación de antaño habría contemplado la literatura, la historia griega, la latina y la Biblia como la base para todo lo demás. Él ¿o ella? leía a los clásicos de su propio país y a los más grandes de otros países, de tal suerte que se podían reunir un habitante de Argentina con un español, uno de San Petersburgo se reunía con un homólogo en Noruega, compartían una cultura, podían referirse a los mismos libros, obras de teatro, poemas, cuadros, que formaban un entramado de referencias e informaciones, que era como la historia compartida de lo mejor que la mente había pensado, dicho y escrito, ¡Eso ya no existe!”

Además de sus profundas disertaciones, es admirable la escritora galardonada con el Nobel, por la frescura que presenta a pesar de que las dio a conocer a una edad muy avanzada, es un ejemplo para muchas mujeres: hasta el final hay que ser maestra constante con los hijos, soñadora, productiva, amante del universo y de la existencia, y saber que la vida sorprende hasta el último momento.

Sin embargo, lo que sorprende a cada momento es la pereza intelectual que como una plaga se apodera de todos, jóvenes y mayores. A los mayores se les olvidó hablar bien o se contagiaron de una juventud que viene profanando el idioma, desde hace rato, con la indiferencia de maestros y padres.