Ya no hay mucho qué hacer para detener lo que se nos vino encima, es una ola de proporciones apocalípticas que sacude los cimientos de lo que hasta hace dos décadas conocíamos como inteligencia natural y me temo que la próxima inteligencia del hombre se medirá por la capacidad de atarse los cordones de los […]
Ya no hay mucho qué hacer para detener lo que se nos vino encima, es una ola de proporciones apocalípticas que sacude los cimientos de lo que hasta hace dos décadas conocíamos como inteligencia natural y me temo que la próxima inteligencia del hombre se medirá por la capacidad de atarse los cordones de los zapatos o distinguir entre arriba, abajo o a los lados, y muy pocos recordarán lo que es orientarse a través de los puntos cardinales.
El caso es que las redes sociales, especialmente TikTok e Instagram, son hoy por hoy las de mayor uso entre todas las existentes y no hay producto o servicio que quiera ser visible que no tenga que pautar en ellas, especialmente Instagram; pues bien, detrás de todo ese mundo digital que metió a fuerza de manipulación social sus propias reglas, surgió una nueva especie de humanos a los que bautizaron en ese medio como ‘influencers’, que no son otra cosa que gente que se dedica a crear videos para que un público cada vez mayoritario se “entretenga” por horas pegados a una pantalla; y es que los hay para todos los gustos, algunos crean material que aportan a un público específico (psiquiatras, motivadores, nutricionistas, deportistas, especialistas en belleza, manualidades, cuenta chistes y los “otros”); en realidad las redes sociales son una maraña infinita de información que está influyendo en todo y en todos.
Pero la realidad es que sí hay una preocupación respecto a lo que algunos de estos influenciadores están haciendo con los jóvenes y, más grave, con los niños puesto que realmente lo que producen y suben a sus redes es una completa amenaza no solo por lo basura sino por la fuerte intención de estupidizar a quien consume este contenido; ahora bien, los ingresos que esta gente recibe por concepto de la monetización de su basura son astronómicamente multimillonarios y no son precisamente los anunciantes quienes los pagan, entonces, sino son los anunciantes ¿quién está detrás de semejante estrategia de manipulación? La respuesta es más compleja de lo que ustedes creen, entre otras porque quienes consumen esta información son felices y ya no hay quien los saque de ese mundo, en fin, la adicción en su máximo nivel.
Antes que los defensores de los ‘influencers’ empiecen a atacarme con la excusa que quienes nos oponemos a esto somos dinosaurios y seres prehistóricos que aun vivimos en la edad de piedra, quiero aclarar que no estoy criticando a quien usa sus redes para ganarse la vida o para mostrar el lado social del mundo, no, me refiero a un sector de estos “influenciadores” cuyo mayor mérito es grabarse haciendo actos que no requieren el más mínimo esfuerzo o capacidad que la de un primate aprendiendo a adaptarse entre los humanos, por ejemplo, existen personas conectadas en línea frente a una cámara haciendo sonidos y ademanes propios de una persona con limitaciones de habla, que simula que atrapa en el aire florecitas, besitos, flechitas que miles de personas que están conectadas con ella/el le envían desde el otro lado de la línea, y como dato alarmante, el número de jovencitas que venden “paquetes de nudes” en sus redes se ha quintuplicado, por supuesto, mientras haya quienes compren estos contenidos habrá oferta, pero el deterioro moral es evidente.
El real problema es que en este mundo de fantasía donde muchachos de escasos 20 años, y algunos ni siquiera superan los 30, hoy son multimillonarios y muestran un mundo de lujos, viajes, joyas, mansiones, y una vida de juerga que cualquier muchacho envidiaría, y por supuesto se convierte en un modelo a seguir, de ahí su poder de “influencia” porque quién no quisiera volverse rico y famoso sin el más mínimo esfuerzo, ni inteligencia ni mucho menos aguantarse cinco o más años en una universidad para luego salir a ganarse un salario de miseria, al menos ese es el discurso que les venden.
Yo pertenezco a una escasísima minoría que no tiene ni tendrá en su teléfono la aplicación de TikTok y mucho menos consumo su contenido y mientras pueda haré lo que sea necesario para que mi hija menor no la tenga ni mucho menos la vea, al menos por ahora. Soy consciente lo que significa hacer esta declaración en medio de una cultura que normalizó la degradación y ayuda a que se construya un mundo a la medida de esta “nueva generación”, pero me declaro en rebeldía y viviendo en las cavernas si así lo quieren.
Ya no hay mucho qué hacer para detener lo que se nos vino encima, es una ola de proporciones apocalípticas que sacude los cimientos de lo que hasta hace dos décadas conocíamos como inteligencia natural y me temo que la próxima inteligencia del hombre se medirá por la capacidad de atarse los cordones de los […]
Ya no hay mucho qué hacer para detener lo que se nos vino encima, es una ola de proporciones apocalípticas que sacude los cimientos de lo que hasta hace dos décadas conocíamos como inteligencia natural y me temo que la próxima inteligencia del hombre se medirá por la capacidad de atarse los cordones de los zapatos o distinguir entre arriba, abajo o a los lados, y muy pocos recordarán lo que es orientarse a través de los puntos cardinales.
El caso es que las redes sociales, especialmente TikTok e Instagram, son hoy por hoy las de mayor uso entre todas las existentes y no hay producto o servicio que quiera ser visible que no tenga que pautar en ellas, especialmente Instagram; pues bien, detrás de todo ese mundo digital que metió a fuerza de manipulación social sus propias reglas, surgió una nueva especie de humanos a los que bautizaron en ese medio como ‘influencers’, que no son otra cosa que gente que se dedica a crear videos para que un público cada vez mayoritario se “entretenga” por horas pegados a una pantalla; y es que los hay para todos los gustos, algunos crean material que aportan a un público específico (psiquiatras, motivadores, nutricionistas, deportistas, especialistas en belleza, manualidades, cuenta chistes y los “otros”); en realidad las redes sociales son una maraña infinita de información que está influyendo en todo y en todos.
Pero la realidad es que sí hay una preocupación respecto a lo que algunos de estos influenciadores están haciendo con los jóvenes y, más grave, con los niños puesto que realmente lo que producen y suben a sus redes es una completa amenaza no solo por lo basura sino por la fuerte intención de estupidizar a quien consume este contenido; ahora bien, los ingresos que esta gente recibe por concepto de la monetización de su basura son astronómicamente multimillonarios y no son precisamente los anunciantes quienes los pagan, entonces, sino son los anunciantes ¿quién está detrás de semejante estrategia de manipulación? La respuesta es más compleja de lo que ustedes creen, entre otras porque quienes consumen esta información son felices y ya no hay quien los saque de ese mundo, en fin, la adicción en su máximo nivel.
Antes que los defensores de los ‘influencers’ empiecen a atacarme con la excusa que quienes nos oponemos a esto somos dinosaurios y seres prehistóricos que aun vivimos en la edad de piedra, quiero aclarar que no estoy criticando a quien usa sus redes para ganarse la vida o para mostrar el lado social del mundo, no, me refiero a un sector de estos “influenciadores” cuyo mayor mérito es grabarse haciendo actos que no requieren el más mínimo esfuerzo o capacidad que la de un primate aprendiendo a adaptarse entre los humanos, por ejemplo, existen personas conectadas en línea frente a una cámara haciendo sonidos y ademanes propios de una persona con limitaciones de habla, que simula que atrapa en el aire florecitas, besitos, flechitas que miles de personas que están conectadas con ella/el le envían desde el otro lado de la línea, y como dato alarmante, el número de jovencitas que venden “paquetes de nudes” en sus redes se ha quintuplicado, por supuesto, mientras haya quienes compren estos contenidos habrá oferta, pero el deterioro moral es evidente.
El real problema es que en este mundo de fantasía donde muchachos de escasos 20 años, y algunos ni siquiera superan los 30, hoy son multimillonarios y muestran un mundo de lujos, viajes, joyas, mansiones, y una vida de juerga que cualquier muchacho envidiaría, y por supuesto se convierte en un modelo a seguir, de ahí su poder de “influencia” porque quién no quisiera volverse rico y famoso sin el más mínimo esfuerzo, ni inteligencia ni mucho menos aguantarse cinco o más años en una universidad para luego salir a ganarse un salario de miseria, al menos ese es el discurso que les venden.
Yo pertenezco a una escasísima minoría que no tiene ni tendrá en su teléfono la aplicación de TikTok y mucho menos consumo su contenido y mientras pueda haré lo que sea necesario para que mi hija menor no la tenga ni mucho menos la vea, al menos por ahora. Soy consciente lo que significa hacer esta declaración en medio de una cultura que normalizó la degradación y ayuda a que se construya un mundo a la medida de esta “nueva generación”, pero me declaro en rebeldía y viviendo en las cavernas si así lo quieren.