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Columnista - 27 junio, 2012

¿De qué puedo hablar hoy que usted no sepa?

Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro Mi camino lejos de todo ruido insustancial se bifurcó y me arrastró hacia una encrucijada en la que transitan almas diversas que el tiempo ha puesto en el mismo plano para, quizá, lograr alcanzar el sendero perfecto hacia la armonía que conduce a la iluminación. Ser Humanos, en […]

Desde mí cocina

Por Silvia Betancourt Alliegro

Mi camino lejos de todo ruido insustancial se bifurcó y me arrastró hacia una encrucijada en la que transitan almas diversas que el tiempo ha puesto en el mismo plano para, quizá, lograr alcanzar el sendero perfecto hacia la armonía que conduce a la iluminación.

Ser Humanos, en el sentido exacto que entraña la palabra: compasivos, caritativos, humanitarios, misericordiosos, piadosos, bienhechores; no es fácil para nuestros espíritus habituados al combate por la supervivencia, que nos impele a usar todas las armas para derribar a todo el que se nos atraviese en el camino para conseguir bienes tangibles, honores transitorios, que no nos conducirán a la inmortalidad porque somos esencias diversas apretujadas en un cuerpo que los demás perciben como nuestra realidad y se convertirá en polvo del planeta Tierra.
Tal vez la agresividad adherida a nuestros genes no sea más que la respuesta al temor soterrado de saber que algún día moriremos, esta realidad impide que la felicidad completa no exista, con la parca colgada a nuestras espaldas riendo de nuestras peripecias para trascender en un punto mínimo de un sistema planetario que también es minúsculo ante la sorprendente magnitud del cosmos sin fronteras perceptibles en los términos que inventamos para medir las distancias.
Es posible que de todos nuestros afanes, lo único que valga la pena preservar sean los sentidos de responsabilidad ante los que nos reemplazarán en el constante flujo de la vida orgánica organizada y clasificada en especies, por tanto, la casa instalada por el Supremo arquitecto hay que salvaguardarla de toda depredación ambiental, y moral especialmente, pues nosotros tenemos por seguro, según los relatos orales o escritos milenarios, que somos los que estamos por encima del resto de las especies, y si así es, con mayor razón tenemos que actuar en consecuencia.
En el escudo de la República de Colombia hay una inscripción que es un mandato: Libertad y Orden. La libertad debe ser ejercida con el convencimiento de que todo lo que hagamos podría afectar, directa o indirectamente a otros, por tanto tendremos que pensar en ello antes de expresarnos ante testigos contra el prójimo, y no cabe excusarse después de cometida la falta, recordemos que de la calumnia ninguno se recupera, ni el agraviante ni el violentado.
El orden es el comienzo y el final de todo proceso creativo, para lograr la perfecta confección de un traje, primero debemos tener el diseño, conseguir la tela que tenga los centímetros necesarios, hacer el molde para que no se desperdicie el material, poner sobre la tela, fijar y cortar, hilvanar para que las uniones encajen, sellar con puntadas pequeñas para que no se desbarate con el uso frecuente, mas, si olvidamos tomar y anotar las medidas del personaje que lo lucirá, todo el esfuerzo habrá sido en vano.
A partir de hoy, podríamos comenzar por pedir la orientación del Espíritu Santo para cada acto de nuestra existencia.
[email protected]

Columnista
27 junio, 2012

¿De qué puedo hablar hoy que usted no sepa?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Silvia Betancourt Alliegro

Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro Mi camino lejos de todo ruido insustancial se bifurcó y me arrastró hacia una encrucijada en la que transitan almas diversas que el tiempo ha puesto en el mismo plano para, quizá, lograr alcanzar el sendero perfecto hacia la armonía que conduce a la iluminación. Ser Humanos, en […]


Desde mí cocina

Por Silvia Betancourt Alliegro

Mi camino lejos de todo ruido insustancial se bifurcó y me arrastró hacia una encrucijada en la que transitan almas diversas que el tiempo ha puesto en el mismo plano para, quizá, lograr alcanzar el sendero perfecto hacia la armonía que conduce a la iluminación.

Ser Humanos, en el sentido exacto que entraña la palabra: compasivos, caritativos, humanitarios, misericordiosos, piadosos, bienhechores; no es fácil para nuestros espíritus habituados al combate por la supervivencia, que nos impele a usar todas las armas para derribar a todo el que se nos atraviese en el camino para conseguir bienes tangibles, honores transitorios, que no nos conducirán a la inmortalidad porque somos esencias diversas apretujadas en un cuerpo que los demás perciben como nuestra realidad y se convertirá en polvo del planeta Tierra.
Tal vez la agresividad adherida a nuestros genes no sea más que la respuesta al temor soterrado de saber que algún día moriremos, esta realidad impide que la felicidad completa no exista, con la parca colgada a nuestras espaldas riendo de nuestras peripecias para trascender en un punto mínimo de un sistema planetario que también es minúsculo ante la sorprendente magnitud del cosmos sin fronteras perceptibles en los términos que inventamos para medir las distancias.
Es posible que de todos nuestros afanes, lo único que valga la pena preservar sean los sentidos de responsabilidad ante los que nos reemplazarán en el constante flujo de la vida orgánica organizada y clasificada en especies, por tanto, la casa instalada por el Supremo arquitecto hay que salvaguardarla de toda depredación ambiental, y moral especialmente, pues nosotros tenemos por seguro, según los relatos orales o escritos milenarios, que somos los que estamos por encima del resto de las especies, y si así es, con mayor razón tenemos que actuar en consecuencia.
En el escudo de la República de Colombia hay una inscripción que es un mandato: Libertad y Orden. La libertad debe ser ejercida con el convencimiento de que todo lo que hagamos podría afectar, directa o indirectamente a otros, por tanto tendremos que pensar en ello antes de expresarnos ante testigos contra el prójimo, y no cabe excusarse después de cometida la falta, recordemos que de la calumnia ninguno se recupera, ni el agraviante ni el violentado.
El orden es el comienzo y el final de todo proceso creativo, para lograr la perfecta confección de un traje, primero debemos tener el diseño, conseguir la tela que tenga los centímetros necesarios, hacer el molde para que no se desperdicie el material, poner sobre la tela, fijar y cortar, hilvanar para que las uniones encajen, sellar con puntadas pequeñas para que no se desbarate con el uso frecuente, mas, si olvidamos tomar y anotar las medidas del personaje que lo lucirá, todo el esfuerzo habrá sido en vano.
A partir de hoy, podríamos comenzar por pedir la orientación del Espíritu Santo para cada acto de nuestra existencia.
[email protected]