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Columnista - 9 noviembre, 2015

De mis notas personales

Está de moda hablar de la familia. No la tradicional, sino la que causa polémica por esto días. El concepto de familia es amplio y a veces complejo, cada quien tiene una noción propia de lo que es y de quiénes la componen. Ya no es la del niño de siete años que en el […]

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Está de moda hablar de la familia. No la tradicional, sino la que causa polémica por esto días. El concepto de familia es amplio y a veces complejo, cada quien tiene una noción propia de lo que es y de quiénes la componen. Ya no es la del niño de siete años que en el colegio la definió como ‘una casa grande en la que vive mucha gente y todos se quieren’, no, la casa grande, la de los abuelos, se ha ido diluyendo y son pocas en las que se reúnen todos para fiestas especiales. Se sentaban a la mesa papá (hombre) y mamá (mujer) con sus hijos y el ambiente rebozaba de afecto.

A las familias que comienzan a formarse con dos papás, o dos mamás, costará un tiempo asimilarlas o quizás muchos no las aceptarán. Es difícil concebirlas, lo digo con el riesgo de que me tachen de excluyente, por no decir otra palabra más fuerte, pero a mis años ya no importa lo que digan de mí, solo siento la libertad de decir lo que pienso sin el temor que me atrapaba en la juventud. Pero ese no es el tema, solo observo lo que pasa y lo que los sabios de la Corte decidan.

Mi tema, con el amplio preámbulo que he hecho, es la familia, la que conocí, la que fue grande en número y en amor hasta cuando murieron los abuelos y los tíos. Recuerdo a una Beatriz que se hacía matar por su familia, por sus sobrinos, todos esos que hoy se destacan en la sociedad y han formado sus propios hogares, fueron trocitos de su amor, de su corazón, de los que se sentía orgullosa y si era de defenderlos no tenía inconveniente en meterse en peleas y reclamos.

Es su casa siempre había un dulce, hecho por ella, una sonrisa, un chiste, un abrazo para los sobrinos y los amigos de sus sobrinos, era una devota fiel de los hijos de sus nueve hermanos. A pesar de eso, sus dos hijos han sido ignorados. Sí, dejados de lado hasta para un saludo, lo que los ha llevado a alejarse, a aguantar las ganas de visitar a los primos que crecieron, jugaron y corrieron juntos en las calles empedradas de Villanueva, que bailaron en el mismo club, que disfrutaron de los mismos paseos y gozaron con las anécdotas de los mayores, de los tíos llenos de humor y sabiduría. No sé por qué recordé a Neruda: ‘Es tan corto el amor y tan largo el olvido…’

Los hijos de Beatriz, la afectiva, no califican para los eventos y reuniones de los que fueron sus preciados sobrinos, ni para un saludo en la enfermedad, ni una felicitación por un triunfo. Comentaba eso con una de mis hijas y me dijo: ‘Ahora la familia son los papás y los hijos’, eso es cierto, no hay más.

Unos dos primos, ellos saben quiénes son, siguen cultivando el afecto familiar, el de la familia extensa, otros se obnubilaron con grandezas y otras cosas que se haría obvio y ridículo mencionar. Sin embargo, desde la casa con los hijos, mi familia, los sigo queriendo quizás como una extensión de todo el amor que les dio la tía Beatriz.

Columnista
9 noviembre, 2015

De mis notas personales

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Está de moda hablar de la familia. No la tradicional, sino la que causa polémica por esto días. El concepto de familia es amplio y a veces complejo, cada quien tiene una noción propia de lo que es y de quiénes la componen. Ya no es la del niño de siete años que en el […]


Está de moda hablar de la familia. No la tradicional, sino la que causa polémica por esto días. El concepto de familia es amplio y a veces complejo, cada quien tiene una noción propia de lo que es y de quiénes la componen. Ya no es la del niño de siete años que en el colegio la definió como ‘una casa grande en la que vive mucha gente y todos se quieren’, no, la casa grande, la de los abuelos, se ha ido diluyendo y son pocas en las que se reúnen todos para fiestas especiales. Se sentaban a la mesa papá (hombre) y mamá (mujer) con sus hijos y el ambiente rebozaba de afecto.

A las familias que comienzan a formarse con dos papás, o dos mamás, costará un tiempo asimilarlas o quizás muchos no las aceptarán. Es difícil concebirlas, lo digo con el riesgo de que me tachen de excluyente, por no decir otra palabra más fuerte, pero a mis años ya no importa lo que digan de mí, solo siento la libertad de decir lo que pienso sin el temor que me atrapaba en la juventud. Pero ese no es el tema, solo observo lo que pasa y lo que los sabios de la Corte decidan.

Mi tema, con el amplio preámbulo que he hecho, es la familia, la que conocí, la que fue grande en número y en amor hasta cuando murieron los abuelos y los tíos. Recuerdo a una Beatriz que se hacía matar por su familia, por sus sobrinos, todos esos que hoy se destacan en la sociedad y han formado sus propios hogares, fueron trocitos de su amor, de su corazón, de los que se sentía orgullosa y si era de defenderlos no tenía inconveniente en meterse en peleas y reclamos.

Es su casa siempre había un dulce, hecho por ella, una sonrisa, un chiste, un abrazo para los sobrinos y los amigos de sus sobrinos, era una devota fiel de los hijos de sus nueve hermanos. A pesar de eso, sus dos hijos han sido ignorados. Sí, dejados de lado hasta para un saludo, lo que los ha llevado a alejarse, a aguantar las ganas de visitar a los primos que crecieron, jugaron y corrieron juntos en las calles empedradas de Villanueva, que bailaron en el mismo club, que disfrutaron de los mismos paseos y gozaron con las anécdotas de los mayores, de los tíos llenos de humor y sabiduría. No sé por qué recordé a Neruda: ‘Es tan corto el amor y tan largo el olvido…’

Los hijos de Beatriz, la afectiva, no califican para los eventos y reuniones de los que fueron sus preciados sobrinos, ni para un saludo en la enfermedad, ni una felicitación por un triunfo. Comentaba eso con una de mis hijas y me dijo: ‘Ahora la familia son los papás y los hijos’, eso es cierto, no hay más.

Unos dos primos, ellos saben quiénes son, siguen cultivando el afecto familiar, el de la familia extensa, otros se obnubilaron con grandezas y otras cosas que se haría obvio y ridículo mencionar. Sin embargo, desde la casa con los hijos, mi familia, los sigo queriendo quizás como una extensión de todo el amor que les dio la tía Beatriz.