Complicado viajar dentro del tiempo guiando a alguien -que lo más antiguo que conoce es el sistema Messenger- y poder hacerlo comprender ese salto tan brusco que insinúa el título de este escrito.
Complicado viajar dentro del tiempo guiando a alguien -que lo más antiguo que conoce es el sistema Messenger- y poder hacerlo comprender ese salto tan brusco que insinúa el título de este escrito.
Cito un caso: los niños y adolescentes de hoy no lo alcanzan a concebir, cómo era el asunto de los “marconis ” (telegramas), odisea que se iniciaba redactando el texto de tal manera que las palabras fueran las menos posibles, pero, eso sí, muy precisas, porque se cobraba por cada una, siendo que no podían exceder cierto número de letras para que no se considerara otra palabra. Fue así que se construyó por parte de los usuarios un ingenioso diccionario de abreviaturas citando como ejemplo el término de “avisote” que en realidad era “te aviso…” mensajes que llegaban a una dirección telegráfica previamente registrada de las cuales recuerdo muchas, entre ellas la de mi padre Antonio García – Antogar- o mi abuelo Nicolás -Nicochadid- . }
El procedimiento era así: el texto, trabajado por el usuario detallada y cuidadosamente, se entregaba en una ventanilla detrás de la cual un acucioso y ágil recepcionista contaba las palabras y revisaba que cada una de ellas no excediera el límite de letras y entonces establecía el costo, que una vez pagado llegaba al telegrafista que procedía a trasmitirlo mediante el Código de Morse (averiguar qué es en Google) y letra por letra, o mejor punto por punto y raya por raya enviándolos a su destino transmitidos por rústica línea de cobre. La agilidad de estos operadores era enorme, podían procesar decenas de palabras por minuto.
El sistema usual de comunicación comercial, personal y familiar eran las cartas que en mi época se remitían por el “correo aéreo” de Avianca que a título de concesión ejerció un monopolio que mucho sirvió al país
En algunas comunicaciones radiales y me refiero únicamente a las de los radioaficionados, gremio al que pertenezco hace más de sesenta años, predominaba la onda corta o HF en modalidad AM y dependiendo de la frecuencia o banda en que se operara tus corresponsales podían encontrase en tu misma localidad, Sincelejo, en mi caso, con Eduardo Ibáñez Jiménez y Carlos Enrique González Arrázola o en una ciudad vecina, como Rodriguito Martelo en Corozal o un poco más lejana en Valledupar con José Emilio Cortez, a quien nunca conocí personalmente pero sí su voz de trueno casi a diario. Tenía que prender su propia planta eléctrica.
En los amaneceres y atardeceres podías hablar con tus amigos en Panamá, Costa Rica, Venezuela, Cuba y si te gustaban las comunicaciones a larga distancia había que llenarse de datos y pericia.
Satélite ni en la imaginación. (to be continued).
Por: Jaime García Chadid.
Complicado viajar dentro del tiempo guiando a alguien -que lo más antiguo que conoce es el sistema Messenger- y poder hacerlo comprender ese salto tan brusco que insinúa el título de este escrito.
Complicado viajar dentro del tiempo guiando a alguien -que lo más antiguo que conoce es el sistema Messenger- y poder hacerlo comprender ese salto tan brusco que insinúa el título de este escrito.
Cito un caso: los niños y adolescentes de hoy no lo alcanzan a concebir, cómo era el asunto de los “marconis ” (telegramas), odisea que se iniciaba redactando el texto de tal manera que las palabras fueran las menos posibles, pero, eso sí, muy precisas, porque se cobraba por cada una, siendo que no podían exceder cierto número de letras para que no se considerara otra palabra. Fue así que se construyó por parte de los usuarios un ingenioso diccionario de abreviaturas citando como ejemplo el término de “avisote” que en realidad era “te aviso…” mensajes que llegaban a una dirección telegráfica previamente registrada de las cuales recuerdo muchas, entre ellas la de mi padre Antonio García – Antogar- o mi abuelo Nicolás -Nicochadid- . }
El procedimiento era así: el texto, trabajado por el usuario detallada y cuidadosamente, se entregaba en una ventanilla detrás de la cual un acucioso y ágil recepcionista contaba las palabras y revisaba que cada una de ellas no excediera el límite de letras y entonces establecía el costo, que una vez pagado llegaba al telegrafista que procedía a trasmitirlo mediante el Código de Morse (averiguar qué es en Google) y letra por letra, o mejor punto por punto y raya por raya enviándolos a su destino transmitidos por rústica línea de cobre. La agilidad de estos operadores era enorme, podían procesar decenas de palabras por minuto.
El sistema usual de comunicación comercial, personal y familiar eran las cartas que en mi época se remitían por el “correo aéreo” de Avianca que a título de concesión ejerció un monopolio que mucho sirvió al país
En algunas comunicaciones radiales y me refiero únicamente a las de los radioaficionados, gremio al que pertenezco hace más de sesenta años, predominaba la onda corta o HF en modalidad AM y dependiendo de la frecuencia o banda en que se operara tus corresponsales podían encontrase en tu misma localidad, Sincelejo, en mi caso, con Eduardo Ibáñez Jiménez y Carlos Enrique González Arrázola o en una ciudad vecina, como Rodriguito Martelo en Corozal o un poco más lejana en Valledupar con José Emilio Cortez, a quien nunca conocí personalmente pero sí su voz de trueno casi a diario. Tenía que prender su propia planta eléctrica.
En los amaneceres y atardeceres podías hablar con tus amigos en Panamá, Costa Rica, Venezuela, Cuba y si te gustaban las comunicaciones a larga distancia había que llenarse de datos y pericia.
Satélite ni en la imaginación. (to be continued).
Por: Jaime García Chadid.