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Columnista - 25 septiembre, 2010

De Casilda Leogreiffiano

Por: ANTONIO HERNANDEZ GAMARRA En  alguna ocasión le preguntaron  a Kenneth Arrow – quien en 1972 fue laureado con el Premio Nobel de Economía – cuáles eran sus diferencias teóricas fundamentales con Milton Friedman. Con fina ironía, para condenar el pensamiento obsesivo y prever la deformación profesional, Arrow contestó:  “Milton siempre piensa sobre la noción […]

Por: ANTONIO HERNANDEZ GAMARRA

En  alguna ocasión le preguntaron  a Kenneth Arrow – quien en 1972 fue laureado con el Premio Nobel de Economía – cuáles eran sus diferencias teóricas fundamentales con Milton Friedman. Con fina ironía, para condenar el pensamiento obsesivo y prever la deformación profesional, Arrow contestó:  “Milton siempre piensa sobre la noción de dinero, y escribe sobre la noción de dinero. Yo siempre pienso sobre sexo, pero escribo sobre otras cosas”.

La anécdota – con toda su carga pedagógica – vino a mi memoria porque uno de esos amigos mordaces que, para bien, uno tiene me llamó a preguntar si no me estaba volviendo monotemático sobre las regalías. Amistoso tirón de orejas que me lleva en esta columna a cambiar de tercio y, de paso, pagar la deuda de gratitud que tengo con mi maestro de primeras letras Francisco de Casilda, lector entusiasta de la poesía de León de Greiff.

Gracias a esa afición, en el Sincé de mediados de los años 50 del siglo pasado, yo aprendí algunos refranes que de Casilda, con tono paternal, nos enseñaba a sus discípulos, tratando de que leyéramos el diccionario como una novela, como decía Héctor Rojas Erazo, y de educarnos para la vida.

Decía mi maestro: “Contra la razón no hay abderitano que valga”. Sentencia que resulta nítida cuando se sabe que, siguiendo a de Greiff, de Casilda con ese gentilicio no se refería a los nativos de Abdera en Andalucía, si no a los nacidos en Abdera la de Tracia, cerca al río Nestos, en donde, según la leyenda, el aire del entorno volvía estúpidos a quienes por allí pasaban.

En otras ocasiones mi maestro rural insistía en decirnos: “Tontainas déjense de garambainas”. Expresión que invitaba a vivir y a escribir con sencillez, porque ¿qué cosa puede ser más inútil que un adorno superfluo ?.  Y eso que a de Casilda no le tocó sufrir la prosa de un neo-filósofo de nombre José y de apellido Obdulio, ni la vana y exagerada presunción de quienes creen que el nuevo pontífice de la derecha colombiana es un greco-caldense que piensa que Francisco de Roux, el provincial de los jesuitas, es un peligroso comunista.

Enseñanza de mi maestro fue también aquella que señala la necesidad de “huir de la demagogia y combatir la plutogogia”, porque él decía que gobernar con la preocupación dominante de agradar al pueblo atenta contra el raciocinio sólido, mientras que la plutogogia no agrada sino que cumple. Verdad que se corrobora al recordar a los beneficiarios de Agro Ingreso Seguro –  camino que ahora conduce a Roma-  y  a quienes disfrutaron  de las dádivas tributarias del anterior gobierno.

Sin embargo, por siempre gayo espíritu foleto, como de Greiff, la admiración de mi maestro por el poeta se manifestaba en la insistencia con que repetía  el poema Villa de la Candelaria y una versión personalísima de los versos finales del Relato de Segismundo (Junior) que recuerdo decían: “Soy trovero, no el mejor ni el peor/ cogitabundo soñador de enero a enero / navegador de nubes, nunca huero / histrión, juglar y titerero”.

Hace unas semanas, en una noche de cálida luna llena en Sincelejo, con Cristo García Tapia y Miguel Iriarte, rememorábamos esos versos y señalábamos la falta que le hacen a la buena educación, entendida no sólo como las buenas maneras si no como el entrenamiento de la mente para el análisis riguroso, los viejos maestros como de Casilda y sus saberes leogreiffianos.

Columnista
25 septiembre, 2010

De Casilda Leogreiffiano

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio Hernandez Gamarra

Por: ANTONIO HERNANDEZ GAMARRA En  alguna ocasión le preguntaron  a Kenneth Arrow – quien en 1972 fue laureado con el Premio Nobel de Economía – cuáles eran sus diferencias teóricas fundamentales con Milton Friedman. Con fina ironía, para condenar el pensamiento obsesivo y prever la deformación profesional, Arrow contestó:  “Milton siempre piensa sobre la noción […]


Por: ANTONIO HERNANDEZ GAMARRA

En  alguna ocasión le preguntaron  a Kenneth Arrow – quien en 1972 fue laureado con el Premio Nobel de Economía – cuáles eran sus diferencias teóricas fundamentales con Milton Friedman. Con fina ironía, para condenar el pensamiento obsesivo y prever la deformación profesional, Arrow contestó:  “Milton siempre piensa sobre la noción de dinero, y escribe sobre la noción de dinero. Yo siempre pienso sobre sexo, pero escribo sobre otras cosas”.

La anécdota – con toda su carga pedagógica – vino a mi memoria porque uno de esos amigos mordaces que, para bien, uno tiene me llamó a preguntar si no me estaba volviendo monotemático sobre las regalías. Amistoso tirón de orejas que me lleva en esta columna a cambiar de tercio y, de paso, pagar la deuda de gratitud que tengo con mi maestro de primeras letras Francisco de Casilda, lector entusiasta de la poesía de León de Greiff.

Gracias a esa afición, en el Sincé de mediados de los años 50 del siglo pasado, yo aprendí algunos refranes que de Casilda, con tono paternal, nos enseñaba a sus discípulos, tratando de que leyéramos el diccionario como una novela, como decía Héctor Rojas Erazo, y de educarnos para la vida.

Decía mi maestro: “Contra la razón no hay abderitano que valga”. Sentencia que resulta nítida cuando se sabe que, siguiendo a de Greiff, de Casilda con ese gentilicio no se refería a los nativos de Abdera en Andalucía, si no a los nacidos en Abdera la de Tracia, cerca al río Nestos, en donde, según la leyenda, el aire del entorno volvía estúpidos a quienes por allí pasaban.

En otras ocasiones mi maestro rural insistía en decirnos: “Tontainas déjense de garambainas”. Expresión que invitaba a vivir y a escribir con sencillez, porque ¿qué cosa puede ser más inútil que un adorno superfluo ?.  Y eso que a de Casilda no le tocó sufrir la prosa de un neo-filósofo de nombre José y de apellido Obdulio, ni la vana y exagerada presunción de quienes creen que el nuevo pontífice de la derecha colombiana es un greco-caldense que piensa que Francisco de Roux, el provincial de los jesuitas, es un peligroso comunista.

Enseñanza de mi maestro fue también aquella que señala la necesidad de “huir de la demagogia y combatir la plutogogia”, porque él decía que gobernar con la preocupación dominante de agradar al pueblo atenta contra el raciocinio sólido, mientras que la plutogogia no agrada sino que cumple. Verdad que se corrobora al recordar a los beneficiarios de Agro Ingreso Seguro –  camino que ahora conduce a Roma-  y  a quienes disfrutaron  de las dádivas tributarias del anterior gobierno.

Sin embargo, por siempre gayo espíritu foleto, como de Greiff, la admiración de mi maestro por el poeta se manifestaba en la insistencia con que repetía  el poema Villa de la Candelaria y una versión personalísima de los versos finales del Relato de Segismundo (Junior) que recuerdo decían: “Soy trovero, no el mejor ni el peor/ cogitabundo soñador de enero a enero / navegador de nubes, nunca huero / histrión, juglar y titerero”.

Hace unas semanas, en una noche de cálida luna llena en Sincelejo, con Cristo García Tapia y Miguel Iriarte, rememorábamos esos versos y señalábamos la falta que le hacen a la buena educación, entendida no sólo como las buenas maneras si no como el entrenamiento de la mente para el análisis riguroso, los viejos maestros como de Casilda y sus saberes leogreiffianos.