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Columnista - 15 diciembre, 2015

De bucaneros a disqueras

Como en la época del galeón San José, por la música vallenata han merodeado los bucaneros del folclor que se enquistaron en el alma buena de nuestros músicos paladines del buen vallenato, estos filibusteros disfrazados de disqueras desde los inicios de la industria fonográfica en nuestros país trataron a la música vallenata con desdén. Música […]

Como en la época del galeón San José, por la música vallenata han merodeado los bucaneros del folclor que se enquistaron en el alma buena de nuestros músicos paladines del buen vallenato, estos filibusteros disfrazados de disqueras desde los inicios de la industria fonográfica en nuestros país trataron a la música vallenata con desdén.
Música que era menospreciada en nuestra región, en Bogotá se impuso a punta de muñeca limpia, fiestas familiares que terminaban en trifulcas, moretones y contusiones, según vallenatos que vivieron esa época de los años 50 y 60 en la capital.

Los cachacos odiaban esta música por ruidosa, pero nuestros jóvenes estudiantes la imponían haciendo sonar los pocos discos que se habían grabado a punta de tesón, casi que a la fuerza.

En Bogotá existía para la época, el zar de la música en Colombia, Gregorio Vergara, dueño de varias discotiendas y de su propio sello musical ‘Vergara’. Aparecía como el mecenas de los jóvenes artistas del país, incluidos los nuestros, allí grabó por primera vez en 1967, por diligencia del compositor Alonso Fernández Oñate, Jorge Oñate, al lado del acordeonero Emilio Oviedo, el álbum ‘Campesina Vallenata’, conjunto que denominaron ‘Guatapuri’.

Gregorio Vergara no les pagó un peso a los artistas y mucho menos a Fernández Oñate, compositor de las 12 canciones incluidas allí, de ese disco no se supo cuántas unidades se vendieron, nadie pedía cuentas y si el Estado lo hacía, existía la triple facturación, todo ocurría por la inmadurez de nuestros músicos y su ansiedad de protagonismo, y lógico se imponía la codicia de los piratas disqueros.

Víctor Soto, radicado en Estados Unidos, legendario acordeonero y compañero de Escalona y Leandro Díaz, quien por estos días nos visita, cuando residió en Bogotá, recibió una oferta musical, pero no una asignación económica de Vergara, para grabar un par de canciones con el canto de Alberto Fernández. Soto pidió una suma de dinero por el pago de la grabación, Vergara ofreció una suma exigua, que no colmó las expectativas de Víctor.

Para esas calendas, la música de Escalona sonaba en emisoras de radio y al venderse en el altiplano ‘Rosa María’ y ‘El Chevrolito’, estos cantos fueron mandados a grabar nuevamente por Gregorio Vergara con otros nombres para evadir el pago de derechos autorales, ‘El Manantial’ y ‘El Fajoncito’, con el trio Los Isleños y sin el permiso del compositor, por parte del corsario musical.

Escalona fue informado de este ilícito y reclamó al saqueador musical, le exigió una indemnización por esta indelicadeza, el cual sarcásticamente se negó a la petición. Escalona ya era del círculo cercano de Rojas Pinilla, se quejó ante un subordinado de la presidencia y el negrero fue mandado a prisión.

Al final hubo negociación con los abogados de Vergara, el bucanero salió de prisión al pagarle a Escalona el triple de lo que se le había pedido inicialmente.

A propósito, Víctor Soto fue taxista muchos en Nueva York, nunca condujo a Mohamed Ali, a otras luminarias sí.

Columnista
15 diciembre, 2015

De bucaneros a disqueras

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Celso Guerra Gutiérrez

Como en la época del galeón San José, por la música vallenata han merodeado los bucaneros del folclor que se enquistaron en el alma buena de nuestros músicos paladines del buen vallenato, estos filibusteros disfrazados de disqueras desde los inicios de la industria fonográfica en nuestros país trataron a la música vallenata con desdén. Música […]


Como en la época del galeón San José, por la música vallenata han merodeado los bucaneros del folclor que se enquistaron en el alma buena de nuestros músicos paladines del buen vallenato, estos filibusteros disfrazados de disqueras desde los inicios de la industria fonográfica en nuestros país trataron a la música vallenata con desdén.
Música que era menospreciada en nuestra región, en Bogotá se impuso a punta de muñeca limpia, fiestas familiares que terminaban en trifulcas, moretones y contusiones, según vallenatos que vivieron esa época de los años 50 y 60 en la capital.

Los cachacos odiaban esta música por ruidosa, pero nuestros jóvenes estudiantes la imponían haciendo sonar los pocos discos que se habían grabado a punta de tesón, casi que a la fuerza.

En Bogotá existía para la época, el zar de la música en Colombia, Gregorio Vergara, dueño de varias discotiendas y de su propio sello musical ‘Vergara’. Aparecía como el mecenas de los jóvenes artistas del país, incluidos los nuestros, allí grabó por primera vez en 1967, por diligencia del compositor Alonso Fernández Oñate, Jorge Oñate, al lado del acordeonero Emilio Oviedo, el álbum ‘Campesina Vallenata’, conjunto que denominaron ‘Guatapuri’.

Gregorio Vergara no les pagó un peso a los artistas y mucho menos a Fernández Oñate, compositor de las 12 canciones incluidas allí, de ese disco no se supo cuántas unidades se vendieron, nadie pedía cuentas y si el Estado lo hacía, existía la triple facturación, todo ocurría por la inmadurez de nuestros músicos y su ansiedad de protagonismo, y lógico se imponía la codicia de los piratas disqueros.

Víctor Soto, radicado en Estados Unidos, legendario acordeonero y compañero de Escalona y Leandro Díaz, quien por estos días nos visita, cuando residió en Bogotá, recibió una oferta musical, pero no una asignación económica de Vergara, para grabar un par de canciones con el canto de Alberto Fernández. Soto pidió una suma de dinero por el pago de la grabación, Vergara ofreció una suma exigua, que no colmó las expectativas de Víctor.

Para esas calendas, la música de Escalona sonaba en emisoras de radio y al venderse en el altiplano ‘Rosa María’ y ‘El Chevrolito’, estos cantos fueron mandados a grabar nuevamente por Gregorio Vergara con otros nombres para evadir el pago de derechos autorales, ‘El Manantial’ y ‘El Fajoncito’, con el trio Los Isleños y sin el permiso del compositor, por parte del corsario musical.

Escalona fue informado de este ilícito y reclamó al saqueador musical, le exigió una indemnización por esta indelicadeza, el cual sarcásticamente se negó a la petición. Escalona ya era del círculo cercano de Rojas Pinilla, se quejó ante un subordinado de la presidencia y el negrero fue mandado a prisión.

Al final hubo negociación con los abogados de Vergara, el bucanero salió de prisión al pagarle a Escalona el triple de lo que se le había pedido inicialmente.

A propósito, Víctor Soto fue taxista muchos en Nueva York, nunca condujo a Mohamed Ali, a otras luminarias sí.