Publicidad
Categorías
Categorías
Editorial - 19 enero, 2021

Cuestión de fe y mucha responsabilidad

La religión y la fe son fenómenos masivos en Colombia. Somos un país de creyentes: los que creen en el sí y los que creen en el no. Pero, sobre todo, somos un país amante de congregarnos. Se congregan los amigos, se congregan los rivales, se congregan las familias, se congregan los creyentes y se congregan los incrédulos.

La religión y la fe son fenómenos masivos en Colombia. Somos un país de creyentes: los que creen en el sí y los que creen en el no. Pero, sobre todo, somos un país amante de congregarnos. Se congregan los amigos, se congregan los rivales, se congregan las familias, se congregan los creyentes y se congregan los incrédulos.

Por eso, casi 10 meses desde la llegada del virus al país, uno de los choques más fuertes para nuestra tradición fue parar de congregarnos: no más reuniones con amigos, ni familiares, ni hermanos de la fe, o de parranda. Adiós a todo lo masivo.

Pero pasó el primer pico de la pandemia y el Gobierno nacional decidió reactivar la economía y nuestros comportamientos sociales. Reabrieron los negocios y se flexibilizaron las restricciones. Regresamos a los bares y a la iglesia, cada quien dependiendo dónde encuentra diversión o tranquilidad.

Pero ahora enfrentamos de nuevo un aumento de casos positivos para covid-19, el segundo pico de la pandemia. Y en ciudades como Valledupar se están tomando medidas para frenarlo. La Secretaría de Gobierno emitió un decreto en el que se prohibían las reuniones, sin embargo, siguen vigentes los cultos cristianos y no cristianos, como los bares. Quizás esta decisión se apoya  en el principio de no apagar la fe. Y es válido. O la importancia de la congregación para la salud mental de las personas.

Sin embargo, recae sobre las iglesias, bares, centros comerciales, y todo sitio ideal para congregarnos, la responsabilidad de mantener los protocolos de bioseguridad en todo momento. Si los casos siguen aumentando seguramente estos sitios serán restringidos temporalmente. Pero si la madurez y la responsabilidad priman en el actuar, seguramente los resultados nos beneficiarán a todos. Cuidarse es una cuestión de fe y mucha responsabilidad.

EL CALLAR Y EL HABLAR

Nos ha llegado un texto que queremos reproducir, aunque aún no precisamos dónde fue originalmente publicado : “Callar sobre uno mismo es humildad. Callar sobre los defectos de otro es caridad. Callar cuando se está sufriendo es heroísmo. Callar cuando otro habla es delicadeza. Callar cuando no hay necesidad de hablar es prudencia. Callar cuando Dios nos habla al corazón es silencio. Callar ante el sufrimiento ajeno es cobardía. Callar ante la injusticia es flaqueza. Hablar de uno mismo es vanidad. Hablando debiendo callar es necedad. Pero hablar oportunamente es acierto. Hablar ante una injusticia es valentía. Hablar para defender es compasión. Hablar con sinceridad es rectitud. Hablar para rectificar es un deber. Aprendamos antes a  callar, para poder hablar con acierto y tino, porque si la palabra es plata, el silencio es oro (Oswaldo A. Altamirano).

Editorial
19 enero, 2021

Cuestión de fe y mucha responsabilidad

La religión y la fe son fenómenos masivos en Colombia. Somos un país de creyentes: los que creen en el sí y los que creen en el no. Pero, sobre todo, somos un país amante de congregarnos. Se congregan los amigos, se congregan los rivales, se congregan las familias, se congregan los creyentes y se congregan los incrédulos.


La religión y la fe son fenómenos masivos en Colombia. Somos un país de creyentes: los que creen en el sí y los que creen en el no. Pero, sobre todo, somos un país amante de congregarnos. Se congregan los amigos, se congregan los rivales, se congregan las familias, se congregan los creyentes y se congregan los incrédulos.

Por eso, casi 10 meses desde la llegada del virus al país, uno de los choques más fuertes para nuestra tradición fue parar de congregarnos: no más reuniones con amigos, ni familiares, ni hermanos de la fe, o de parranda. Adiós a todo lo masivo.

Pero pasó el primer pico de la pandemia y el Gobierno nacional decidió reactivar la economía y nuestros comportamientos sociales. Reabrieron los negocios y se flexibilizaron las restricciones. Regresamos a los bares y a la iglesia, cada quien dependiendo dónde encuentra diversión o tranquilidad.

Pero ahora enfrentamos de nuevo un aumento de casos positivos para covid-19, el segundo pico de la pandemia. Y en ciudades como Valledupar se están tomando medidas para frenarlo. La Secretaría de Gobierno emitió un decreto en el que se prohibían las reuniones, sin embargo, siguen vigentes los cultos cristianos y no cristianos, como los bares. Quizás esta decisión se apoya  en el principio de no apagar la fe. Y es válido. O la importancia de la congregación para la salud mental de las personas.

Sin embargo, recae sobre las iglesias, bares, centros comerciales, y todo sitio ideal para congregarnos, la responsabilidad de mantener los protocolos de bioseguridad en todo momento. Si los casos siguen aumentando seguramente estos sitios serán restringidos temporalmente. Pero si la madurez y la responsabilidad priman en el actuar, seguramente los resultados nos beneficiarán a todos. Cuidarse es una cuestión de fe y mucha responsabilidad.

EL CALLAR Y EL HABLAR

Nos ha llegado un texto que queremos reproducir, aunque aún no precisamos dónde fue originalmente publicado : “Callar sobre uno mismo es humildad. Callar sobre los defectos de otro es caridad. Callar cuando se está sufriendo es heroísmo. Callar cuando otro habla es delicadeza. Callar cuando no hay necesidad de hablar es prudencia. Callar cuando Dios nos habla al corazón es silencio. Callar ante el sufrimiento ajeno es cobardía. Callar ante la injusticia es flaqueza. Hablar de uno mismo es vanidad. Hablando debiendo callar es necedad. Pero hablar oportunamente es acierto. Hablar ante una injusticia es valentía. Hablar para defender es compasión. Hablar con sinceridad es rectitud. Hablar para rectificar es un deber. Aprendamos antes a  callar, para poder hablar con acierto y tino, porque si la palabra es plata, el silencio es oro (Oswaldo A. Altamirano).