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Columnista - 2 abril, 2020

Cuentos viejos, afanes de siempre, miedos de hoy

Ya me aburrió la palabreja y su sobrenombre. No sé cuántos días van, ni cuántos quedan, ni cómo van las cifras y menos por regiones, ni quiénes se mejoraron, se fueron y se irán, quiénes salen y quiénes no, ni dónde se quedan, ni si entregaron o recibieron, ni si nombraron o encargaron, ni si […]

Ya me aburrió la palabreja y su sobrenombre. No sé cuántos días van, ni cuántos quedan, ni cómo van las cifras y menos por regiones, ni quiénes se mejoraron, se fueron y se irán, quiénes salen y quiénes no, ni dónde se quedan, ni si entregaron o recibieron, ni si nombraron o encargaron, ni si favorecen ciertas encuestas ni a quiénes ni porqué. Ni quiénes se posesionaron virtuales, pero aceptarán mandos reales, en fin. Ni si son Plácidos o  Henríquez, ni  si es desapacible o va a enriquecerse. Por supuesto me interesa la salud, pero la salud mental de aquellos mayores, es justo recordarlos. Nadie muere si lo recuerdan. Un paseo por versos y cuentos que dejaron huellas, desde siglos pasados. Vamos pues al cajón de la memoria, aún no había USB. Así escribieron. Cuentos cortísimos.

–         Dime, querida, ¿Cuántos advertiste por primera vez que me amabas?

–         Cuando noté que me salía completamente avergonzada cada vez que, en mi presencia, te trataban de idiota- respondió ella muy sonriente. Alphonse Allais.

–          

–         El burro le dijo a Esopo:

–         Si vas a publicar otro de esos cuenticos en los que aparezco yo, haz que diga algo sensato y razonable.

–         ¿Cómo?- preguntó Esopo- ¿Algo sensato, tu? Entonces se dirá que tú eres el maestro de la moral y yo el burro. Gotthold Lessing.

–          

–          Un hombre de muy férrea personalidad ordena a otro, bajo su dominio, que ejerza cierto acto. El primero muere pronto; el segundo sigue ejecutando ese acto por el resto de sus días. Nathaniel Hawthorne.

–          

Los versos memorables de una generación, tras otra generación forman un todo, crean modelos, caminos, luces, el tiempo se detiene, pero los días corren como si no fueran tiempo. Miremos.

 Allá en la Nueva Granada/ viajero, tienes posada, bien segura/ hay una casa de todos, la del cura.

Pobre o rico, enfermo o sano/ muéstrelo grande o villano, su figura/ sabe que es casa de todos, la del cura.

No verás allí esplendor/ que oro no alivia dolor, ni es ventura. / Por eso es la casa de todos, la del cura. Rafael Pombo 1912.

El cazador la contempló dichosa…

¡Y sin embargo disparó su tiro!/ Ella, la pobre en su agonía de muerte, abrió las alas y cubrió a sus hijos.

Toda la noche la pasó gimiendo/ su compañero en el laurel vecino/ Cuando la aurora apareció en el cielo/ bañó de perlas el hogar vacío. Epifanio Mejía 1913.

Fuiste heroica en los años coloniales/ cuando tus hijos águilas caudales, no eran una caterva de vencejos/ más hoy plena de rancio desaliño/ bien puedes inspirar ese cariño/ que uno le tiene a sus zapatos viejos. Luis Carlos López, 1950.

Ya cuando cruzan el austral peñasco/ vibra un relincho por las altas rocas/ entonces paran el triunfante casco.

Resoplan, roncan, ante el sol violento/ y alzando en grupo las cabezas locas/ oyen llegar al retrasado viento. José Eustasio Rivera, 1928.

Con estos versos, viejos como las pestes, actuales como la vida, el amor, la ignorancia, el mandante, los curas, violencia sobre animales, caballos viejos, ciudad de sueños, y mil cositas más, dejamos para recuerdos de aquellos otros héroes de las letras colombianas, ahora cuando tenemos nuevos héroes y nuevos afanes.

Quedarse en casa tiene sus ventajas y olvidos, todos invitan a lavarse las manos, olvidan lavar los pies y la cabeza, para que los pulpos de talcos y champú no entren a la piña. Y los huevos siguen quebrándose. Y la curva sigue como una serpiente asustada. Y nosotros ahí, escuchando lo mismo. Buen jueves.

Columnista
2 abril, 2020

Cuentos viejos, afanes de siempre, miedos de hoy

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

Ya me aburrió la palabreja y su sobrenombre. No sé cuántos días van, ni cuántos quedan, ni cómo van las cifras y menos por regiones, ni quiénes se mejoraron, se fueron y se irán, quiénes salen y quiénes no, ni dónde se quedan, ni si entregaron o recibieron, ni si nombraron o encargaron, ni si […]


Ya me aburrió la palabreja y su sobrenombre. No sé cuántos días van, ni cuántos quedan, ni cómo van las cifras y menos por regiones, ni quiénes se mejoraron, se fueron y se irán, quiénes salen y quiénes no, ni dónde se quedan, ni si entregaron o recibieron, ni si nombraron o encargaron, ni si favorecen ciertas encuestas ni a quiénes ni porqué. Ni quiénes se posesionaron virtuales, pero aceptarán mandos reales, en fin. Ni si son Plácidos o  Henríquez, ni  si es desapacible o va a enriquecerse. Por supuesto me interesa la salud, pero la salud mental de aquellos mayores, es justo recordarlos. Nadie muere si lo recuerdan. Un paseo por versos y cuentos que dejaron huellas, desde siglos pasados. Vamos pues al cajón de la memoria, aún no había USB. Así escribieron. Cuentos cortísimos.

–         Dime, querida, ¿Cuántos advertiste por primera vez que me amabas?

–         Cuando noté que me salía completamente avergonzada cada vez que, en mi presencia, te trataban de idiota- respondió ella muy sonriente. Alphonse Allais.

–          

–         El burro le dijo a Esopo:

–         Si vas a publicar otro de esos cuenticos en los que aparezco yo, haz que diga algo sensato y razonable.

–         ¿Cómo?- preguntó Esopo- ¿Algo sensato, tu? Entonces se dirá que tú eres el maestro de la moral y yo el burro. Gotthold Lessing.

–          

–          Un hombre de muy férrea personalidad ordena a otro, bajo su dominio, que ejerza cierto acto. El primero muere pronto; el segundo sigue ejecutando ese acto por el resto de sus días. Nathaniel Hawthorne.

–          

Los versos memorables de una generación, tras otra generación forman un todo, crean modelos, caminos, luces, el tiempo se detiene, pero los días corren como si no fueran tiempo. Miremos.

 Allá en la Nueva Granada/ viajero, tienes posada, bien segura/ hay una casa de todos, la del cura.

Pobre o rico, enfermo o sano/ muéstrelo grande o villano, su figura/ sabe que es casa de todos, la del cura.

No verás allí esplendor/ que oro no alivia dolor, ni es ventura. / Por eso es la casa de todos, la del cura. Rafael Pombo 1912.

El cazador la contempló dichosa…

¡Y sin embargo disparó su tiro!/ Ella, la pobre en su agonía de muerte, abrió las alas y cubrió a sus hijos.

Toda la noche la pasó gimiendo/ su compañero en el laurel vecino/ Cuando la aurora apareció en el cielo/ bañó de perlas el hogar vacío. Epifanio Mejía 1913.

Fuiste heroica en los años coloniales/ cuando tus hijos águilas caudales, no eran una caterva de vencejos/ más hoy plena de rancio desaliño/ bien puedes inspirar ese cariño/ que uno le tiene a sus zapatos viejos. Luis Carlos López, 1950.

Ya cuando cruzan el austral peñasco/ vibra un relincho por las altas rocas/ entonces paran el triunfante casco.

Resoplan, roncan, ante el sol violento/ y alzando en grupo las cabezas locas/ oyen llegar al retrasado viento. José Eustasio Rivera, 1928.

Con estos versos, viejos como las pestes, actuales como la vida, el amor, la ignorancia, el mandante, los curas, violencia sobre animales, caballos viejos, ciudad de sueños, y mil cositas más, dejamos para recuerdos de aquellos otros héroes de las letras colombianas, ahora cuando tenemos nuevos héroes y nuevos afanes.

Quedarse en casa tiene sus ventajas y olvidos, todos invitan a lavarse las manos, olvidan lavar los pies y la cabeza, para que los pulpos de talcos y champú no entren a la piña. Y los huevos siguen quebrándose. Y la curva sigue como una serpiente asustada. Y nosotros ahí, escuchando lo mismo. Buen jueves.