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Columnista - 4 enero, 2014

Cuentos

Por Leonardo José Maya Es imposible mirar una estrella sin calcular la distancia que nos separa, ni a una mujer sin calcular el riesgo de estar cerca. Las estrellas son hijas de las cometas Creo que mi fascinación por la astronomía y los secretos del vuelo comenzó en mi infancia temprana en las sabanas de […]

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Por Leonardo José Maya

Es imposible mirar una estrella sin calcular la distancia que nos separa, ni a una mujer sin calcular el riesgo de estar cerca.

Las estrellas son hijas de las cometas

Creo que mi fascinación por la astronomía y los secretos del vuelo comenzó en mi infancia temprana en las sabanas de La Junta, donde volaba cometas y fui realmente feliz. Al atardecer cuando el sol se ocultaba echaba a volar mis navíos de papel con armazón de madera, mientras se mecían en lo alto, como si disfrutaran del viento, iban apareciendo pequeñas lucecitas perdidas en el infinito. Se veían espléndidas, solitarias y muy lejanas, todos los chicos creíamos que eran hijas de las cometas porque las encontrábamos siguiendo su vuelo, había noches en que aparecían tantas estrellas que el espectáculo era más hermoso que el de las cometas, entonces nos quedamos contemplando el firmamento.

Durante un tiempo me angustiaba mucho, todas las tardes sentía la obligación de echar a volar mis cometas, pensaba que si no lo hacía, las estrellas no aparecerían en la noche, fue así como aprendí para siempre que cuando quieras ver una estrella debes echar a volar tus cometas.

Encuentros

Esta mañana una mujer que yo no conozco –ni he visto nunca- llegó a mi pensamiento. Es extraño, nunca pienso en mujeres desconocidas, llegó tranquilamente: elegante, alta, con vestido azul de flores bordadas en plata, bolso D&G original y sus zapatos de colores cítricos.

No se sentó, permaneció de pies y vino a insultarme, me dijo que yo era un cobarde. – siempre me rehúye, nunca he podido entablar un diálogo con usted, me dijo.

Le explique entonces algunos aspectos de mi espantosa timidez ante mujeres tan exuberantes como ella y la inconveniencia de ese tipo de encuentros.

Fue peor. Me dijo que yo era un prepotente y comenzó a desordenar mi escritorio, tiró al piso borradores y retazos de cuentos que tenía en mente.

Me sentí ofendido, con finos modales le pedí que se alejara, ella me miró con desilusión. No sé qué esperaría de mí.

– Que equivocado está, me dijo como enloquecida, ni siquiera existe, Usted solo existe en mi pensamiento si es que eso lo redime de alguna culpa y espero que me escriba un buen cuento sino quiere que le destruya todo lo que tiene en mente.

Comencé a escribir este cuentecito inconcluso no tanto por el temor de que aparezca de nuevo. Mi temor es que se vuelva a enloquecer y me destruya todo lo que tengo en mente, ¿o será que yo no existo como me dijo y todo esto está es en el pensamiento de ella?

Columnista
4 enero, 2014

Cuentos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Por Leonardo José Maya Es imposible mirar una estrella sin calcular la distancia que nos separa, ni a una mujer sin calcular el riesgo de estar cerca. Las estrellas son hijas de las cometas Creo que mi fascinación por la astronomía y los secretos del vuelo comenzó en mi infancia temprana en las sabanas de […]


Por Leonardo José Maya

Es imposible mirar una estrella sin calcular la distancia que nos separa, ni a una mujer sin calcular el riesgo de estar cerca.

Las estrellas son hijas de las cometas

Creo que mi fascinación por la astronomía y los secretos del vuelo comenzó en mi infancia temprana en las sabanas de La Junta, donde volaba cometas y fui realmente feliz. Al atardecer cuando el sol se ocultaba echaba a volar mis navíos de papel con armazón de madera, mientras se mecían en lo alto, como si disfrutaran del viento, iban apareciendo pequeñas lucecitas perdidas en el infinito. Se veían espléndidas, solitarias y muy lejanas, todos los chicos creíamos que eran hijas de las cometas porque las encontrábamos siguiendo su vuelo, había noches en que aparecían tantas estrellas que el espectáculo era más hermoso que el de las cometas, entonces nos quedamos contemplando el firmamento.

Durante un tiempo me angustiaba mucho, todas las tardes sentía la obligación de echar a volar mis cometas, pensaba que si no lo hacía, las estrellas no aparecerían en la noche, fue así como aprendí para siempre que cuando quieras ver una estrella debes echar a volar tus cometas.

Encuentros

Esta mañana una mujer que yo no conozco –ni he visto nunca- llegó a mi pensamiento. Es extraño, nunca pienso en mujeres desconocidas, llegó tranquilamente: elegante, alta, con vestido azul de flores bordadas en plata, bolso D&G original y sus zapatos de colores cítricos.

No se sentó, permaneció de pies y vino a insultarme, me dijo que yo era un cobarde. – siempre me rehúye, nunca he podido entablar un diálogo con usted, me dijo.

Le explique entonces algunos aspectos de mi espantosa timidez ante mujeres tan exuberantes como ella y la inconveniencia de ese tipo de encuentros.

Fue peor. Me dijo que yo era un prepotente y comenzó a desordenar mi escritorio, tiró al piso borradores y retazos de cuentos que tenía en mente.

Me sentí ofendido, con finos modales le pedí que se alejara, ella me miró con desilusión. No sé qué esperaría de mí.

– Que equivocado está, me dijo como enloquecida, ni siquiera existe, Usted solo existe en mi pensamiento si es que eso lo redime de alguna culpa y espero que me escriba un buen cuento sino quiere que le destruya todo lo que tiene en mente.

Comencé a escribir este cuentecito inconcluso no tanto por el temor de que aparezca de nuevo. Mi temor es que se vuelva a enloquecer y me destruya todo lo que tengo en mente, ¿o será que yo no existo como me dijo y todo esto está es en el pensamiento de ella?