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Columnista - 6 junio, 2014

¿Cuántos muertos más?

Juan Manuel Santos no es santo de mi devoción. Su apego a las tesis y las prácticas del neoliberalismo económico me hacen guardar distancia de su gobierno. Su política social en materia de salud y educación que antes de cerrar brechas las perpetúan y su decisión de no revisar los TLC firmados por su antecesor […]

Juan Manuel Santos no es santo de mi devoción. Su apego a las tesis y las prácticas del neoliberalismo económico me hacen guardar distancia de su gobierno. Su política social en materia de salud y educación que antes de cerrar brechas las perpetúan y su decisión de no revisar los TLC firmados por su antecesor y de suscribir otros que han llevado a la quiebra a amplios sectores de pequeños productores del agro me parece que son razones de peso para discrepar de la manera como conduce los destinos del país. Sin embargo, estoy de acuerdo con la decisión de amplios sectores del centro y de la izquierda democrática de votar por su reelección. En esta ocasión a los colombianos nos quedó la opción de escoger, entre dos males, el menor. Santos como el mismo dice, se la ha jugado a fondo por la paz a un costo político alto que hanhecho efectivosectores guerreristas, aprovechando su influencia en medios de comunicación, poderosos gremios y hasta en las mismas fuerzas militares. Es un fenómeno difícil de entender, pero es la dura realidad: el próximo 15 de junio existe una posibilidadmuy alta, -si las tendencias de la primera vuelta no son reversadas-, que gane la opción de la guerra. Primero decían abiertamente que acabarían de un tajo con el “show de La Habana”, después que pondrían unas condiciones equivalentes a la rendición total de la insurgencia, ahora para complacer a la nueva jefa de debate Marta Lucía Ramírez, suavizan un poco el discurso sobre la paz. La gran verdad es que el actual proceso de paz de ganar Álvaro Uribe, a través de Oscar Iván Zuluaga, no tendría futuro. Por eso, posiciones respetables, como la del senador Jorge Robledo de llamar al voto en blanco, además de estar fuera de contexto, lo que refleja es cierta inseguridad ideológica al creer que una alianza coyuntural con quienes se tienen diferencias de alguna manera los podría “contaminar” y hacer que se renuncie a principios que se han defendido históricamente. Lo único que se lograría de ese sectarismo a ultranza es facilitar el camino al Palacio de Nariño de Álvaro Uribe, Fernando Londoño, José Obdulio Gaviria, María Fernanda Cabal y otros representantes de la ultra derecha que no han ocultado sus preferencias por lograr la paz, pero la paz de los sepulcros. En ese sentido, la pregunta que Santiago Gamboa, un excelente columnista de EL ESPECTADOR le lanzaba al ex – presidente Uribe, también es pertinente para aquellos que consideran que 50 años de guerra absurda y estéril, no son suficientes y se aprestan a votar por la continuidad de la horrible noche: “¿Cuántos cuerpos abaleados, rafagueados, desfigurados por la metralla o las tuercas, cuántos jóvenes soldados amputados, cuántos niños campesinos inválidos, cuántas familias destruidas y desplazadas, cuántos colombianos asesinados por colombianos quiere usted? ¿Con otros diez o quince mil estará bien?”

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Columnista
6 junio, 2014

¿Cuántos muertos más?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Juan Manuel Santos no es santo de mi devoción. Su apego a las tesis y las prácticas del neoliberalismo económico me hacen guardar distancia de su gobierno. Su política social en materia de salud y educación que antes de cerrar brechas las perpetúan y su decisión de no revisar los TLC firmados por su antecesor […]


Juan Manuel Santos no es santo de mi devoción. Su apego a las tesis y las prácticas del neoliberalismo económico me hacen guardar distancia de su gobierno. Su política social en materia de salud y educación que antes de cerrar brechas las perpetúan y su decisión de no revisar los TLC firmados por su antecesor y de suscribir otros que han llevado a la quiebra a amplios sectores de pequeños productores del agro me parece que son razones de peso para discrepar de la manera como conduce los destinos del país. Sin embargo, estoy de acuerdo con la decisión de amplios sectores del centro y de la izquierda democrática de votar por su reelección. En esta ocasión a los colombianos nos quedó la opción de escoger, entre dos males, el menor. Santos como el mismo dice, se la ha jugado a fondo por la paz a un costo político alto que hanhecho efectivosectores guerreristas, aprovechando su influencia en medios de comunicación, poderosos gremios y hasta en las mismas fuerzas militares. Es un fenómeno difícil de entender, pero es la dura realidad: el próximo 15 de junio existe una posibilidadmuy alta, -si las tendencias de la primera vuelta no son reversadas-, que gane la opción de la guerra. Primero decían abiertamente que acabarían de un tajo con el “show de La Habana”, después que pondrían unas condiciones equivalentes a la rendición total de la insurgencia, ahora para complacer a la nueva jefa de debate Marta Lucía Ramírez, suavizan un poco el discurso sobre la paz. La gran verdad es que el actual proceso de paz de ganar Álvaro Uribe, a través de Oscar Iván Zuluaga, no tendría futuro. Por eso, posiciones respetables, como la del senador Jorge Robledo de llamar al voto en blanco, además de estar fuera de contexto, lo que refleja es cierta inseguridad ideológica al creer que una alianza coyuntural con quienes se tienen diferencias de alguna manera los podría “contaminar” y hacer que se renuncie a principios que se han defendido históricamente. Lo único que se lograría de ese sectarismo a ultranza es facilitar el camino al Palacio de Nariño de Álvaro Uribe, Fernando Londoño, José Obdulio Gaviria, María Fernanda Cabal y otros representantes de la ultra derecha que no han ocultado sus preferencias por lograr la paz, pero la paz de los sepulcros. En ese sentido, la pregunta que Santiago Gamboa, un excelente columnista de EL ESPECTADOR le lanzaba al ex – presidente Uribe, también es pertinente para aquellos que consideran que 50 años de guerra absurda y estéril, no son suficientes y se aprestan a votar por la continuidad de la horrible noche: “¿Cuántos cuerpos abaleados, rafagueados, desfigurados por la metralla o las tuercas, cuántos jóvenes soldados amputados, cuántos niños campesinos inválidos, cuántas familias destruidas y desplazadas, cuántos colombianos asesinados por colombianos quiere usted? ¿Con otros diez o quince mil estará bien?”

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