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Columnista - 19 marzo, 2018

Cuando se borra un mural

Conocí un artista llamado Germán Piedrahita Rojas, vivió para enseñar, muchas veces sin paga, solo movido por el deseo de llevar expresiones culturales a la comunidad, a esta ciudad que no le era ajena, no solo porque vivió más de cuarenta años en ella, sino porque, desde hacía tiempo, familiares se vinieron, atraídos por la […]

Conocí un artista llamado Germán Piedrahita Rojas, vivió para enseñar, muchas veces sin paga, solo movido por el deseo de llevar expresiones culturales a la comunidad, a esta ciudad que no le era ajena, no solo porque vivió más de cuarenta años en ella, sino porque, desde hacía tiempo, familiares se vinieron, atraídos por la fama de tierra buena, a vivir aquí; él fue mi amigo, fue amigo de todos. Su aporte cultural a Valledupar nunca será bien valorado, desde la academia hasta la radio, desde donde fue un difusor permanente de la música lírica.

Una vez, sin recibir pago alguno y con todos los permisos correspondientes, desafió el calor y se subió a unos endebles andamios y pintó, si no el primero, sí uno de los primeros murales conque ha contado ‘Valledupar, tierra de dioses’, ese era su nombre y recogía las leyendas que la oralidad convirtió en historias de nuestros pueblos.

Ese mural fue borrado y se desapareció el recuerdo de un retazo del patrimonio cultural. No es la primera vez que en la noble ciudad de Valledupar se cometen esos desaguisados: hace años se derrumbó un viejo caserón que fue la cárcel de El Mamón, llena de anécdotas; también el Convento de Santo Domingo, en donde funcionó una de las primeras escuelas públicas del país, se derrumbó para construir lo que conocemos como la Catedral; también a un alcalde se le ocurrió pintar Los Gallos, una escultura de la afamada Nohora Pignalosa y así se siguen cometiendo más desafueros contra el patrimonio cultural material de la ciudad.

Da la impresión de que los funcionarios que han tomado esas decisiones no conocen el valor de los sitios históricos. En Méjico, valga el ejemplo, hasta un portón viejo tiene una placa que indica quién estuvo allí o que pasó allí, y lo cuidan a más no poder. Aquí hay temor porque un día de estos podemos amanecer hasta sin el palo de mango de la plaza o tumbarán las casas del Centro histórico, por viejas.

Cuando se borra un mural, desaparece un recuerdo histórico; y se convierte en un recuerdo endeble, porque la magia de pararse frente a él a reconocer personajes, a recordar leyendas, pasajes de interés, color, líneas, trazos; en fin, a admirar de frente una obra de arte se desvanece en la memoria. Solo queda para las nuevas generaciones, contarles: “Hubo una vez un mural… y lo borraron”. Fue un atentado contra la historia de nuestro pueblo.

Columnista
19 marzo, 2018

Cuando se borra un mural

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Conocí un artista llamado Germán Piedrahita Rojas, vivió para enseñar, muchas veces sin paga, solo movido por el deseo de llevar expresiones culturales a la comunidad, a esta ciudad que no le era ajena, no solo porque vivió más de cuarenta años en ella, sino porque, desde hacía tiempo, familiares se vinieron, atraídos por la […]


Conocí un artista llamado Germán Piedrahita Rojas, vivió para enseñar, muchas veces sin paga, solo movido por el deseo de llevar expresiones culturales a la comunidad, a esta ciudad que no le era ajena, no solo porque vivió más de cuarenta años en ella, sino porque, desde hacía tiempo, familiares se vinieron, atraídos por la fama de tierra buena, a vivir aquí; él fue mi amigo, fue amigo de todos. Su aporte cultural a Valledupar nunca será bien valorado, desde la academia hasta la radio, desde donde fue un difusor permanente de la música lírica.

Una vez, sin recibir pago alguno y con todos los permisos correspondientes, desafió el calor y se subió a unos endebles andamios y pintó, si no el primero, sí uno de los primeros murales conque ha contado ‘Valledupar, tierra de dioses’, ese era su nombre y recogía las leyendas que la oralidad convirtió en historias de nuestros pueblos.

Ese mural fue borrado y se desapareció el recuerdo de un retazo del patrimonio cultural. No es la primera vez que en la noble ciudad de Valledupar se cometen esos desaguisados: hace años se derrumbó un viejo caserón que fue la cárcel de El Mamón, llena de anécdotas; también el Convento de Santo Domingo, en donde funcionó una de las primeras escuelas públicas del país, se derrumbó para construir lo que conocemos como la Catedral; también a un alcalde se le ocurrió pintar Los Gallos, una escultura de la afamada Nohora Pignalosa y así se siguen cometiendo más desafueros contra el patrimonio cultural material de la ciudad.

Da la impresión de que los funcionarios que han tomado esas decisiones no conocen el valor de los sitios históricos. En Méjico, valga el ejemplo, hasta un portón viejo tiene una placa que indica quién estuvo allí o que pasó allí, y lo cuidan a más no poder. Aquí hay temor porque un día de estos podemos amanecer hasta sin el palo de mango de la plaza o tumbarán las casas del Centro histórico, por viejas.

Cuando se borra un mural, desaparece un recuerdo histórico; y se convierte en un recuerdo endeble, porque la magia de pararse frente a él a reconocer personajes, a recordar leyendas, pasajes de interés, color, líneas, trazos; en fin, a admirar de frente una obra de arte se desvanece en la memoria. Solo queda para las nuevas generaciones, contarles: “Hubo una vez un mural… y lo borraron”. Fue un atentado contra la historia de nuestro pueblo.