La decepción es una puñalada profunda y sigilosa que causa menos dolor que tristeza. Antes de eructar su rabia ante el cadáver de un muchacho inocente y bonachón, María Antonia García de la Torre me parecía una mujer valiente, aguda y suspicaz. Más allá de su PhD, su cabello de miel y su mirada misteriosa […]
La decepción es una puñalada profunda y sigilosa que causa menos dolor que tristeza. Antes de eructar su rabia ante el cadáver de un muchacho inocente y bonachón, María Antonia García de la Torre me parecía una mujer valiente, aguda y suspicaz. Más allá de su PhD, su cabello de miel y su mirada misteriosa como la magia, sentía una poderosa atracción por sus trinos punzantes y sus columnas de El Tiempo. Me gustaba la forma como defendía el proceso de La Habana, criticaba la insolencia de Trump y hablaba de Borges, Shakespeare y Mafalda.
No obstante, el viernes pasado María Antonia, valiéndose de la palabra, ese instrumento que acaricia pero que también trasgrede, me bajó de las nubes o más bien de la torre. En medio de las lágrimas y los versos lúgubres que surgieron con el deceso repentino del cantante vallenato Martín Elías, hijo del famoso Diomedes Díaz, ella se atrevió a escribir en su cuenta de Twitter: “Qué falta de todo, llorando la muerte del hijo de un asesino…”. Encandilada por la irracionalidad y la soberbia, insistió: “Nunca sentiré empatía por un asesino ni su parentela”.
Me pareció incomprensible que una mujer que ha leído tanto, una mujer que ha escrito columnas tan hermosas como Los exiliados silenciados y Ocho décadas sin García Lorca, fuera incapaz de entender un principio fundamental del derecho y de la sociedad: la responsabilidad penal es individual. Juzgar a un hijo inocente por los delitos cometidos por su padre es una desfachatez, un gesto de ignorancia, de obsesión. Tú, María Antonia, que amas a la literatura, respóndeme algo: ¿Será justo no admirar El almuerzo desnudo porque su autor, el estadounidense Williams S. Burroughs, figura emblemática de la llamada generación del beat, asesinó a su esposa?,
¿Será justo repudiar a toda la familia Burroughs solo por eso?
Tal vez María Antonia sabía quién era Diomedes, pero estoy seguro que no conocía ni averiguó sobre la vida de Martín Elías, ese joven de sonrisa eterna que tenía fama de noble, caritativo y familiar. Yo no fui seguidor de su música ni fui su amigo, pero antes de la desventura escuché a mucha gente manifestar que él era incapaz de trasmitir rabia, que su corazón era una máquina de producir alegría sin cesar. Aunque tal vez no me creas, María Antonia, Martín Elías tenía una vida más cercana a su familia y a Dios que a los vicios. Fue un luchador del vallenato, tuvo que trabajar mucho para obtener el éxito. Heredó de Diomedes el talento, la gracia y ciertos rasgos físicos, solo eso, solo eso.
Después de insistir en su error a través de varios trinos, María Antonia pidió disculpa. Las criticas justas, el matoneo pueril y las amenazas injustificables, quizás la hicieron recular con sinceridad. Sin embargo, yo tengo algunas dudas sobre tu arrepentimiento.
Fuiste demasiado incisiva con el tema, has intentado desvirtuar lo que indicaste, titubeaste al ser confrontada en La W y ahora posas de víctima para persuadir. A veces pienso que tus excusas surgieron menos por honradez que por presión mediática y social.
Comparto con María Antonia la devoción por Borges, así que voy a recordar una frase del escritor argentino para entender tus puñaladas y tus disculpas: “… el olvido es la única venganza y el único perdón”. Hay que olvidar lo que hiciste para castigarte o absolverte, así reflexionarás con más tranquilidad y quizás no volverás a lesionar con tus palabras: tú sola hallarás la salida del laberinto de la rabia. Para culminar, quiero agradecerte de manera franca por ayudarme a confirmar algo: es indigno juzgar a los demás si cuando estamos frente al espejo no vemos a nadie.
Por Carlos César Silva.
Twitter: ccsilva86
La decepción es una puñalada profunda y sigilosa que causa menos dolor que tristeza. Antes de eructar su rabia ante el cadáver de un muchacho inocente y bonachón, María Antonia García de la Torre me parecía una mujer valiente, aguda y suspicaz. Más allá de su PhD, su cabello de miel y su mirada misteriosa […]
La decepción es una puñalada profunda y sigilosa que causa menos dolor que tristeza. Antes de eructar su rabia ante el cadáver de un muchacho inocente y bonachón, María Antonia García de la Torre me parecía una mujer valiente, aguda y suspicaz. Más allá de su PhD, su cabello de miel y su mirada misteriosa como la magia, sentía una poderosa atracción por sus trinos punzantes y sus columnas de El Tiempo. Me gustaba la forma como defendía el proceso de La Habana, criticaba la insolencia de Trump y hablaba de Borges, Shakespeare y Mafalda.
No obstante, el viernes pasado María Antonia, valiéndose de la palabra, ese instrumento que acaricia pero que también trasgrede, me bajó de las nubes o más bien de la torre. En medio de las lágrimas y los versos lúgubres que surgieron con el deceso repentino del cantante vallenato Martín Elías, hijo del famoso Diomedes Díaz, ella se atrevió a escribir en su cuenta de Twitter: “Qué falta de todo, llorando la muerte del hijo de un asesino…”. Encandilada por la irracionalidad y la soberbia, insistió: “Nunca sentiré empatía por un asesino ni su parentela”.
Me pareció incomprensible que una mujer que ha leído tanto, una mujer que ha escrito columnas tan hermosas como Los exiliados silenciados y Ocho décadas sin García Lorca, fuera incapaz de entender un principio fundamental del derecho y de la sociedad: la responsabilidad penal es individual. Juzgar a un hijo inocente por los delitos cometidos por su padre es una desfachatez, un gesto de ignorancia, de obsesión. Tú, María Antonia, que amas a la literatura, respóndeme algo: ¿Será justo no admirar El almuerzo desnudo porque su autor, el estadounidense Williams S. Burroughs, figura emblemática de la llamada generación del beat, asesinó a su esposa?,
¿Será justo repudiar a toda la familia Burroughs solo por eso?
Tal vez María Antonia sabía quién era Diomedes, pero estoy seguro que no conocía ni averiguó sobre la vida de Martín Elías, ese joven de sonrisa eterna que tenía fama de noble, caritativo y familiar. Yo no fui seguidor de su música ni fui su amigo, pero antes de la desventura escuché a mucha gente manifestar que él era incapaz de trasmitir rabia, que su corazón era una máquina de producir alegría sin cesar. Aunque tal vez no me creas, María Antonia, Martín Elías tenía una vida más cercana a su familia y a Dios que a los vicios. Fue un luchador del vallenato, tuvo que trabajar mucho para obtener el éxito. Heredó de Diomedes el talento, la gracia y ciertos rasgos físicos, solo eso, solo eso.
Después de insistir en su error a través de varios trinos, María Antonia pidió disculpa. Las criticas justas, el matoneo pueril y las amenazas injustificables, quizás la hicieron recular con sinceridad. Sin embargo, yo tengo algunas dudas sobre tu arrepentimiento.
Fuiste demasiado incisiva con el tema, has intentado desvirtuar lo que indicaste, titubeaste al ser confrontada en La W y ahora posas de víctima para persuadir. A veces pienso que tus excusas surgieron menos por honradez que por presión mediática y social.
Comparto con María Antonia la devoción por Borges, así que voy a recordar una frase del escritor argentino para entender tus puñaladas y tus disculpas: “… el olvido es la única venganza y el único perdón”. Hay que olvidar lo que hiciste para castigarte o absolverte, así reflexionarás con más tranquilidad y quizás no volverás a lesionar con tus palabras: tú sola hallarás la salida del laberinto de la rabia. Para culminar, quiero agradecerte de manera franca por ayudarme a confirmar algo: es indigno juzgar a los demás si cuando estamos frente al espejo no vemos a nadie.
Por Carlos César Silva.
Twitter: ccsilva86