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Columnista - 2 octubre, 2024

Cuando el corazón descansa

No significa que deje de latir el corazón para que se diga que éste descansa. No, más allá de la función orgánica que realiza dentro del ser viviente, reacciona a las emociones y a los  sentimientos, a las alegrías, a las tristezas, a los temores, a las angustias y a mil cosas más.

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No significa que deje de latir el corazón para que se diga que éste descansa. No, más allá de la función orgánica que realiza dentro del ser viviente, reacciona a las emociones y a los  sentimientos, a las alegrías, a las tristezas, a los temores, a las angustias y a mil cosas más.

El corazón ve lo que los ojos ocultan muchas veces y escucha lo que los oídos silencian.

Sin afán de adentrarme en cualquier postura clínica o psicológica, deseo compartir lo que considero que todos en muchos momentos debemos experimentar, el misterioso comportamiento dentro del pecho que nos arroja a la risa o al llanto, a la esperanza o al pesimismo, al odio o al amor. Circunstancias emocionales que inexplicablemente se instalan dentro de nosotros, motivándonos a vivir (o a veces, tristemente, a morir).

Ya ni siquiera en las noches descansa como debe ser el corazón, pues ahora se duerme menos, son más largos los días y más largas las noches, lo que hace que nuestros sentidos y en especial nuestros órganos trabajen más de lo normal. En apariencia, nuestra relajada respiración, mientras dormimos, queda entrecortada  y excitada y como una noche de calor intenso, aunque haya frío, las pocas horas en las que intentamos descansar van consumiéndose y terminan por confundir nuestros sentidos, lo que hace que nuestros órganos permanezcan en vela, sin descanso, aunque sea momentáneo.

El día a día nos lleva a librar batallas, principalmente con nosotros mismos, nuestro corazón se agita ante lo inesperado y muchas veces hasta por lo que buscamos y creamos. Nos sumimos en conflictos externos afectando nuestra paz interior, menoscabando la salud mental que tanta falta nos hace en estos tiempos. A nuestro alrededor la polarización social hace estragos y ya no desde la sombra, ahora se muestra sin tapujos ni disfraz, como si hubiera existido siempre entre nosotros, y quizás hasta haya algo de razón. Las discusiones motivadas por temas inanes, vanos e inútiles, que en nada cambian nuestra forma de vivir o más bien de convivir nos sumerge cada día más en laberintos de odios y resentimientos. Nos aparta de la sana convivencia y nos afecta en nuestra salud. Nos hemos vuelto más irritables, en tercos sin argumentos donde queremos solamente imponer nuestras opiniones a pesar que no tengamos la razón.

Esto hace que desde el silencio interior el bullicio que origina la discrepancia sin sentido, que nos hace arquear las cejas y enrojecer el rostro casi todos los días sea motivo suficiente para mantener el ruido constante dentro de nosotros, un ruido que nos hace daño y nos aleja más, hasta de nosotros mismos. Pues llegamos hasta el punto, si nos analizáramos sinceramente, de no reconocernos. Dejamos de ser lo que éramos para convertirnos en totales desconocidos, sembradores de discrepancias sin argumentos, intentando imponer nuestros puntos de vista a costa de nuestra propia salud.

Un corazón descansa cuando estamos en paz, en primer lugar, con nosotros mismos, cuando respiramos con la tranquilidad en nuestros rostros y ojalá con una sonrisa dibujada en él. Una sonrisa que nos garantiza un bienestar interior, un galope dentro del pecho que indica que nuestro corazón viaja en las llanuras de la tranquilidad y la armonía llevándonos como jinetes dignos de emociones sanas, capaces de cabalgar con otros con la tranquilidad de la añoranza y la ilusión de habitar un mundo que siempre nos da segundas oportunidades.

Cuántos hay, en todas partes, de entre aquellos que con normalidad andaban con placidez y tranquilidad la noche entera montados en la oscura nave del sueño (engalanada con buenos sueños, alejada de las tormentosas pesadillas), y que ahora escuchan el reloj del celular dar las horas, una tras otra, imaginándonos un tictac constante afanándonos para despertarnos en una faena de otro encuentro conflictivo y polarizado, carcomiéndose en las preocupaciones y en los remordimientos del pensamiento diario, masticándolos sin cesar, hasta quebrarse el corazón herido y enfermo.

En estos momentos, toda la raza humana está enferma, sucumbe ante el odio y la guerra, no distingue de días o noches, los sentidos agitados y los corazones de millones agitan y reavivan la terrible y abrumadora vigilia de la polarización, nuestro destino inmediato, espantándonos el reparador sueño y el olvido necesario en todos y en cada uno de nosotros para perdonar, porque es lo único que nos permitiría hacer descansar el corazón.   

Por: Jairo Mejía. 

Columnista
2 octubre, 2024

Cuando el corazón descansa

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Mejía Cuello

No significa que deje de latir el corazón para que se diga que éste descansa. No, más allá de la función orgánica que realiza dentro del ser viviente, reacciona a las emociones y a los  sentimientos, a las alegrías, a las tristezas, a los temores, a las angustias y a mil cosas más.


No significa que deje de latir el corazón para que se diga que éste descansa. No, más allá de la función orgánica que realiza dentro del ser viviente, reacciona a las emociones y a los  sentimientos, a las alegrías, a las tristezas, a los temores, a las angustias y a mil cosas más.

El corazón ve lo que los ojos ocultan muchas veces y escucha lo que los oídos silencian.

Sin afán de adentrarme en cualquier postura clínica o psicológica, deseo compartir lo que considero que todos en muchos momentos debemos experimentar, el misterioso comportamiento dentro del pecho que nos arroja a la risa o al llanto, a la esperanza o al pesimismo, al odio o al amor. Circunstancias emocionales que inexplicablemente se instalan dentro de nosotros, motivándonos a vivir (o a veces, tristemente, a morir).

Ya ni siquiera en las noches descansa como debe ser el corazón, pues ahora se duerme menos, son más largos los días y más largas las noches, lo que hace que nuestros sentidos y en especial nuestros órganos trabajen más de lo normal. En apariencia, nuestra relajada respiración, mientras dormimos, queda entrecortada  y excitada y como una noche de calor intenso, aunque haya frío, las pocas horas en las que intentamos descansar van consumiéndose y terminan por confundir nuestros sentidos, lo que hace que nuestros órganos permanezcan en vela, sin descanso, aunque sea momentáneo.

El día a día nos lleva a librar batallas, principalmente con nosotros mismos, nuestro corazón se agita ante lo inesperado y muchas veces hasta por lo que buscamos y creamos. Nos sumimos en conflictos externos afectando nuestra paz interior, menoscabando la salud mental que tanta falta nos hace en estos tiempos. A nuestro alrededor la polarización social hace estragos y ya no desde la sombra, ahora se muestra sin tapujos ni disfraz, como si hubiera existido siempre entre nosotros, y quizás hasta haya algo de razón. Las discusiones motivadas por temas inanes, vanos e inútiles, que en nada cambian nuestra forma de vivir o más bien de convivir nos sumerge cada día más en laberintos de odios y resentimientos. Nos aparta de la sana convivencia y nos afecta en nuestra salud. Nos hemos vuelto más irritables, en tercos sin argumentos donde queremos solamente imponer nuestras opiniones a pesar que no tengamos la razón.

Esto hace que desde el silencio interior el bullicio que origina la discrepancia sin sentido, que nos hace arquear las cejas y enrojecer el rostro casi todos los días sea motivo suficiente para mantener el ruido constante dentro de nosotros, un ruido que nos hace daño y nos aleja más, hasta de nosotros mismos. Pues llegamos hasta el punto, si nos analizáramos sinceramente, de no reconocernos. Dejamos de ser lo que éramos para convertirnos en totales desconocidos, sembradores de discrepancias sin argumentos, intentando imponer nuestros puntos de vista a costa de nuestra propia salud.

Un corazón descansa cuando estamos en paz, en primer lugar, con nosotros mismos, cuando respiramos con la tranquilidad en nuestros rostros y ojalá con una sonrisa dibujada en él. Una sonrisa que nos garantiza un bienestar interior, un galope dentro del pecho que indica que nuestro corazón viaja en las llanuras de la tranquilidad y la armonía llevándonos como jinetes dignos de emociones sanas, capaces de cabalgar con otros con la tranquilidad de la añoranza y la ilusión de habitar un mundo que siempre nos da segundas oportunidades.

Cuántos hay, en todas partes, de entre aquellos que con normalidad andaban con placidez y tranquilidad la noche entera montados en la oscura nave del sueño (engalanada con buenos sueños, alejada de las tormentosas pesadillas), y que ahora escuchan el reloj del celular dar las horas, una tras otra, imaginándonos un tictac constante afanándonos para despertarnos en una faena de otro encuentro conflictivo y polarizado, carcomiéndose en las preocupaciones y en los remordimientos del pensamiento diario, masticándolos sin cesar, hasta quebrarse el corazón herido y enfermo.

En estos momentos, toda la raza humana está enferma, sucumbe ante el odio y la guerra, no distingue de días o noches, los sentidos agitados y los corazones de millones agitan y reavivan la terrible y abrumadora vigilia de la polarización, nuestro destino inmediato, espantándonos el reparador sueño y el olvido necesario en todos y en cada uno de nosotros para perdonar, porque es lo único que nos permitiría hacer descansar el corazón.   

Por: Jairo Mejía.