Por: Jarol Ferreira Acosta Cuando alguien cercano muere además de triste uno queda obsesionado, con una sensación ineludible de que en cualquier momento le toca a uno: como familiar, como amigo, como vecino, conocido, colega, o como difunto. Entonces empieza uno a imaginarse las reacciones de la gente a medida que se van enterando de […]
Por: Jarol Ferreira Acosta
Cuando alguien cercano muere además de triste uno queda obsesionado, con una sensación ineludible de que en cualquier momento le toca a uno: como familiar, como amigo, como vecino, conocido, colega, o como difunto.
Entonces empieza uno a imaginarse las reacciones de la gente a medida que se van enterando de que uno colgó los guayos, los comentarios que suscitan los incidentes del fallecimiento y, por supuesto, la natural compasión por nuestro deceso de algunos de quienes nos conocieron eincluso de algunos de quienes nos odiaron vivos porque después de todo es muy estúpido andar odiando a un muerto que, además de lo inofensivo en su nuevo estado de putrefacción o ceniza, según sea el caso, está sufriendo la ausencia del gozo doloroso de la existencia terrenal.
Yo de una vez digo que donde a mi cadáver lo lleguen a vestir- en caso de que encuentren mi cuerpo o quede medio entero cuando me muera- con guayabera o corbata, o donde lleguen a dejar que me maquillen como a una puta, vuelvo como alma en pena a jalarle las patas al o a la promotora de eso; además, si el ataúd tiene ventana me gustaría que al que quiera verme le cobren una buena plata, a ver si al menos muerto logro ser autosuficiente y de paso disminuyo la morbosa costumbre de mirar cadáveres, siendo que luego de ver el primero todos se parecen: grotescas esculturas de carne, piel, vísceras y hueso, en vía de descomposición.
Ojalá que de aquí a que eso pase ya sea fácil aquí lo del crematorio, aunque a la larga no me importa mucho lo que llegue a ser de mis despojos mortales; ya pa’ qué, aunque sea parte de una vida organizada tener previsto lo que será de lo que queda de uno, pero ajá. Me imagino a alguno, años, siglos después de mi vuelta a la nada, intentando compilar estos artículos de prensa, encontrando “características literarias” en ellos, explicando a través de un prólogo academicoidelarguísimo las “lecturas atemporales que permite eso de pretender hacer literatura a través del espacio de opinión de un diario local en una región en donde el nivel de lectura era bajísimo, casi nulo”.
En caso de seguir publicando aquí hasta morir posiblemente me dedicarán unas cuartillas en la edición del día siguiente al velorioy repetirán el domingo próximo al día de mi paso al papayo mi última columna publicada; incluso les sugeriría esta, pero no creo que lo hagan porque seguramente no habrá tiempo ese día para andar buscando archivos con tanto muerto, mientras hacen tiempito para ver quien llegará a llenar el vacío de este espacio temporal, todavía tibio.
Por: Jarol Ferreira Acosta Cuando alguien cercano muere además de triste uno queda obsesionado, con una sensación ineludible de que en cualquier momento le toca a uno: como familiar, como amigo, como vecino, conocido, colega, o como difunto. Entonces empieza uno a imaginarse las reacciones de la gente a medida que se van enterando de […]
Por: Jarol Ferreira Acosta
Cuando alguien cercano muere además de triste uno queda obsesionado, con una sensación ineludible de que en cualquier momento le toca a uno: como familiar, como amigo, como vecino, conocido, colega, o como difunto.
Entonces empieza uno a imaginarse las reacciones de la gente a medida que se van enterando de que uno colgó los guayos, los comentarios que suscitan los incidentes del fallecimiento y, por supuesto, la natural compasión por nuestro deceso de algunos de quienes nos conocieron eincluso de algunos de quienes nos odiaron vivos porque después de todo es muy estúpido andar odiando a un muerto que, además de lo inofensivo en su nuevo estado de putrefacción o ceniza, según sea el caso, está sufriendo la ausencia del gozo doloroso de la existencia terrenal.
Yo de una vez digo que donde a mi cadáver lo lleguen a vestir- en caso de que encuentren mi cuerpo o quede medio entero cuando me muera- con guayabera o corbata, o donde lleguen a dejar que me maquillen como a una puta, vuelvo como alma en pena a jalarle las patas al o a la promotora de eso; además, si el ataúd tiene ventana me gustaría que al que quiera verme le cobren una buena plata, a ver si al menos muerto logro ser autosuficiente y de paso disminuyo la morbosa costumbre de mirar cadáveres, siendo que luego de ver el primero todos se parecen: grotescas esculturas de carne, piel, vísceras y hueso, en vía de descomposición.
Ojalá que de aquí a que eso pase ya sea fácil aquí lo del crematorio, aunque a la larga no me importa mucho lo que llegue a ser de mis despojos mortales; ya pa’ qué, aunque sea parte de una vida organizada tener previsto lo que será de lo que queda de uno, pero ajá. Me imagino a alguno, años, siglos después de mi vuelta a la nada, intentando compilar estos artículos de prensa, encontrando “características literarias” en ellos, explicando a través de un prólogo academicoidelarguísimo las “lecturas atemporales que permite eso de pretender hacer literatura a través del espacio de opinión de un diario local en una región en donde el nivel de lectura era bajísimo, casi nulo”.
En caso de seguir publicando aquí hasta morir posiblemente me dedicarán unas cuartillas en la edición del día siguiente al velorioy repetirán el domingo próximo al día de mi paso al papayo mi última columna publicada; incluso les sugeriría esta, pero no creo que lo hagan porque seguramente no habrá tiempo ese día para andar buscando archivos con tanto muerto, mientras hacen tiempito para ver quien llegará a llenar el vacío de este espacio temporal, todavía tibio.