Un domingo de enero de 1849 en Santafé de Bogotá, la gente salía de misa. En las esquinas vieron unos carteles que decía: “Hoy sale El Alacrán reptil rabioso / que hiere sin piedad ni compasión / animal iracundo y venenoso / que clava indiferente su aguijón. Estaba entre los tipos escondidos / emponzoñando su […]
Un domingo de enero de 1849 en Santafé de Bogotá, la gente salía de misa. En las esquinas vieron unos carteles que decía: “Hoy sale El Alacrán reptil rabioso / que hiere sin piedad ni compasión / animal iracundo y venenoso / que clava indiferente su aguijón.
Estaba entre los tipos escondidos / emponzoñando su punzón fatal / pero de la imprenta se ha salido / y lo vende Pacho Pardo por un real.
En la tienda de Francisco Pardo se acabó el tiraje. Su autor no aparecía en esas páginas donde se escribía difamando a adinerados y políticos. También algunas damas salían deslucidas al publicarse sus amores ocultos. Los ofendidos fueron a la casa del impresor Vicente Lozada, pero éste con los pantalones puestos, contestó que sólo atendía a un juez de la República. Cuando esto ocurrió se supo que Joaquín Pablo Posada, cartagenero, y Germán Gutiérrez de Piñeres, momposino, eran los fundadores del semanario. Duelos a muerte sostuvieron esos escritores de infundios y de verdades. Cuando el periódico salía había pánico, la ciudad era un avispero. Los ofendidos buscaban rabiosos a los autores del papelucho; algunas mujeres lloraban por haber sido insultadas o temerosas que las mencionaran en El Alacrán. El pueblo raso reía complacido.
En ese tiempo estaban actuantes los “gólgotas y draconianos”. Los primeros eran adinerados librecambistas y en los últimos se agrupaban los artesanos que defendían los impuestos para las mercancías extranjeras que llegaban pretendiendo proteger de la competencia a los pequeños talleres populares que existían. “Los Alacranes” eran draconianos y se les acusaba de ateos, masones y comunistas.
Era presidente de la República el general Mosquera y Rafael Núñez su Secretario del Tesoro. Para ese entonces Núñez cohabitaba con doña Gregoria del Haro, pese a estar casado en Panamá con Dolores Gallego. Era todo un escándalo, pues doña Gregoria había enviudado de un coronel Rodríguez y en segundas nupcias se había casado con un inglés a quien abandonó para irse a vivir con Núñez. Había conocido a este costeño en una de sus tertulias que costeaba en su casa, donde las finas maneras marcaban toda una época en la ciudad. De aquellas veladas hubo una atracción entre Núñez y la anfitriona que cogió vuelo en unos amores que hacían el chisme delicioso de los capitalinos. Cuando doña Gregoria se fue a vivir con su galán caribe siguió dando esos festines, entonces se dijo que su pareja, el Secretario del Tesoro, metía manos en el presupuesto y sufragaba los costosos festejos.
Sabido esto por Mosquera, el “Ciudadano General”, como era el título que se le daba a tal presidente, convocó a un consejo de gobierno y allí comentó de las supuestas indelicadezas de Núñez. Fue cuando el Alacrán Posada, presente en la escena, le explicó a Mosquera escribiendo sobre una servilleta: “No es doña Gregoria del Haro / la que le sale muy caro / al tesoro nacional / es el aro de Gregoria / Ciudadano General”.
Por: Rodolfo Ortega Montero
Un domingo de enero de 1849 en Santafé de Bogotá, la gente salía de misa. En las esquinas vieron unos carteles que decía: “Hoy sale El Alacrán reptil rabioso / que hiere sin piedad ni compasión / animal iracundo y venenoso / que clava indiferente su aguijón. Estaba entre los tipos escondidos / emponzoñando su […]
Un domingo de enero de 1849 en Santafé de Bogotá, la gente salía de misa. En las esquinas vieron unos carteles que decía: “Hoy sale El Alacrán reptil rabioso / que hiere sin piedad ni compasión / animal iracundo y venenoso / que clava indiferente su aguijón.
Estaba entre los tipos escondidos / emponzoñando su punzón fatal / pero de la imprenta se ha salido / y lo vende Pacho Pardo por un real.
En la tienda de Francisco Pardo se acabó el tiraje. Su autor no aparecía en esas páginas donde se escribía difamando a adinerados y políticos. También algunas damas salían deslucidas al publicarse sus amores ocultos. Los ofendidos fueron a la casa del impresor Vicente Lozada, pero éste con los pantalones puestos, contestó que sólo atendía a un juez de la República. Cuando esto ocurrió se supo que Joaquín Pablo Posada, cartagenero, y Germán Gutiérrez de Piñeres, momposino, eran los fundadores del semanario. Duelos a muerte sostuvieron esos escritores de infundios y de verdades. Cuando el periódico salía había pánico, la ciudad era un avispero. Los ofendidos buscaban rabiosos a los autores del papelucho; algunas mujeres lloraban por haber sido insultadas o temerosas que las mencionaran en El Alacrán. El pueblo raso reía complacido.
En ese tiempo estaban actuantes los “gólgotas y draconianos”. Los primeros eran adinerados librecambistas y en los últimos se agrupaban los artesanos que defendían los impuestos para las mercancías extranjeras que llegaban pretendiendo proteger de la competencia a los pequeños talleres populares que existían. “Los Alacranes” eran draconianos y se les acusaba de ateos, masones y comunistas.
Era presidente de la República el general Mosquera y Rafael Núñez su Secretario del Tesoro. Para ese entonces Núñez cohabitaba con doña Gregoria del Haro, pese a estar casado en Panamá con Dolores Gallego. Era todo un escándalo, pues doña Gregoria había enviudado de un coronel Rodríguez y en segundas nupcias se había casado con un inglés a quien abandonó para irse a vivir con Núñez. Había conocido a este costeño en una de sus tertulias que costeaba en su casa, donde las finas maneras marcaban toda una época en la ciudad. De aquellas veladas hubo una atracción entre Núñez y la anfitriona que cogió vuelo en unos amores que hacían el chisme delicioso de los capitalinos. Cuando doña Gregoria se fue a vivir con su galán caribe siguió dando esos festines, entonces se dijo que su pareja, el Secretario del Tesoro, metía manos en el presupuesto y sufragaba los costosos festejos.
Sabido esto por Mosquera, el “Ciudadano General”, como era el título que se le daba a tal presidente, convocó a un consejo de gobierno y allí comentó de las supuestas indelicadezas de Núñez. Fue cuando el Alacrán Posada, presente en la escena, le explicó a Mosquera escribiendo sobre una servilleta: “No es doña Gregoria del Haro / la que le sale muy caro / al tesoro nacional / es el aro de Gregoria / Ciudadano General”.
Por: Rodolfo Ortega Montero