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Columnista - 24 julio, 2017

Croniquilla. El caso Cerruti

El crucero Carlos Alberto y las fragatas Bausán, Calabria y Umbría de la flota de guerra italiana, a mediados de julio de 1898 se presentaron ante las murallas de Cartagena. El Gobernador de allí, Eduardo Gerlein, recibió la visita del comandante de esa flota que al parecer hacía una escala en el puerto. Así fue […]

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El crucero Carlos Alberto y las fragatas Bausán, Calabria y Umbría de la flota de guerra italiana, a mediados de julio de 1898 se presentaron ante las murallas de Cartagena. El Gobernador de allí, Eduardo Gerlein, recibió la visita del comandante de esa flota que al parecer hacía una escala en el puerto. Así fue como el contralmirante Candiani y sus oficiales son invitados a un Te Deum y un baile que se daba en honor a las fiestas patriotas del 20 de julio. Pero dos días más tarde el Contralmirante sacó un ultimátum que su gobierno enviaba al nuestro dando un plazo de cuatro días para que cesara todo el procedimiento penal contra el italiano Ernesto Cerruti, más el depósito de 20.000 libras esterlinas a favor de éste. Si no se satisfacía tal requerimiento, la ciudad sería bombardeada. Eso era un atraco.

Ernesto Cerruti, nacido en Turin, vivía en Cali, y era esposo de una hija extramatrimonial del general Mosquera, pero se metía en nuestras contiendas civiles contra Rafael Núñez. En la guerra civil de 1885, el ejército encontró en su finca de Salento, armas, municiones y vestigios de un campamento abandonado. Por eso, el general Eliseo Payán, mandatario del Estado Soberano del Cauca, ordenó la detención a aquél y la confiscación de sus bienes.

Cerruti entonces movió sus hilos y el asunto pasó a tratarse entre el embajador de Italia y nuestro gobierno. No hubo acuerdo pues Colombia alegaba que Cerruti había intervenido en los asuntos internos del país, siendo extranjero, y era merecedor de tal pena por violar la debida neutralidad. El caso se complicó cuando un crucero italiano llamado “Flavio Goia” atracó en Buenaventura y su capitán solicitó un permiso para conferenciar con Cerruti, lo que fue concedido y cuando eso acontecía, el crucero levó anclas con el acusado, burlándose así a la justicia colombiana. Entonces se rompieron las relaciones entre nuestra nación y el Reino de Italia. Las vicisitudes de nuestras guerras civiles no dieron tiempo para un arreglo. España se ofreció como mediadora y en virtud de ello se constituyó en París un tribunal que ordenó la devolución de los bienes a Cerruti y que una comisión en Bogotá debatiera lo de la indemnización que reclamaba el italiano. Cerruti regresó al país, pero fue recibido con una pedrea en Barranquilla y se fue de nuestro territorio lleno de rencor.

Pedimos entonces la mediación, para tasar la indemnización, del presidente Cleveland de los Estados Unidos, quien condenó a nuestro país con 60.000 libras esterlinas y además a cubrir el pasivo de la compañía Cerruti y Co, pues según él, Colombia impidió con la confiscación que tal compañía pagara sus pasivos y por la tanto debía asumirlos.

El gobierno colombiano entonces ya no discutía la obligación, sino la manera de pagarla. Italia hizo saber que decidía el recurso de la fuerza y encomendó al contralmirante Candiani el cobro armado de la deuda. Sabido esto en Bogotá, nada se le comunicó al gobernador Gerlein, por lo que este recibió al marino con todo el protocolo y cortesía, pero una vez sabida la verdad, una turba de gente se presentó como voluntaria para defender la ciudad pues una ola de fervor patriótico cundió por todo el país. En Barranquilla el pueblo apedreó las casas de los italianos residentes y costó esfuerzos dominar los tumultos amenazantes.

Para ese tiempo era obispo en Cartagena, monseñor Brioschi, italiano también, quien subió a bordo de la nave capitana y allí logró que Candiani aplazara su decisión hasta que Bogotá contestara el ultimátum. Unos días después el telegrafista entregó la comunicación en que nuestro gobierno reconocía el pago de la indemnización.

Un depósito a través de un banco de Londres como parte de la deuda, hizo posible que los buques de guerra levaran anclas dejando al país con un amargo sabor de atropello.
No fue un grupo de costeños acaudalados que prestó el dinero, ni el italiano Maneiro Trucco, dueño de muchas casas en Cartagena, como se había dicho, sino el Banco de Colombia, con lo cual Candiani y sus buques se fueron de Cartagena reservando el fuego de sus cañoneras para motivos de mayor dignidad.

Por Rodolfo Ortega Montero

Columnista
24 julio, 2017

Croniquilla. El caso Cerruti

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodolfo Ortega Montero

El crucero Carlos Alberto y las fragatas Bausán, Calabria y Umbría de la flota de guerra italiana, a mediados de julio de 1898 se presentaron ante las murallas de Cartagena. El Gobernador de allí, Eduardo Gerlein, recibió la visita del comandante de esa flota que al parecer hacía una escala en el puerto. Así fue […]


El crucero Carlos Alberto y las fragatas Bausán, Calabria y Umbría de la flota de guerra italiana, a mediados de julio de 1898 se presentaron ante las murallas de Cartagena. El Gobernador de allí, Eduardo Gerlein, recibió la visita del comandante de esa flota que al parecer hacía una escala en el puerto. Así fue como el contralmirante Candiani y sus oficiales son invitados a un Te Deum y un baile que se daba en honor a las fiestas patriotas del 20 de julio. Pero dos días más tarde el Contralmirante sacó un ultimátum que su gobierno enviaba al nuestro dando un plazo de cuatro días para que cesara todo el procedimiento penal contra el italiano Ernesto Cerruti, más el depósito de 20.000 libras esterlinas a favor de éste. Si no se satisfacía tal requerimiento, la ciudad sería bombardeada. Eso era un atraco.

Ernesto Cerruti, nacido en Turin, vivía en Cali, y era esposo de una hija extramatrimonial del general Mosquera, pero se metía en nuestras contiendas civiles contra Rafael Núñez. En la guerra civil de 1885, el ejército encontró en su finca de Salento, armas, municiones y vestigios de un campamento abandonado. Por eso, el general Eliseo Payán, mandatario del Estado Soberano del Cauca, ordenó la detención a aquél y la confiscación de sus bienes.

Cerruti entonces movió sus hilos y el asunto pasó a tratarse entre el embajador de Italia y nuestro gobierno. No hubo acuerdo pues Colombia alegaba que Cerruti había intervenido en los asuntos internos del país, siendo extranjero, y era merecedor de tal pena por violar la debida neutralidad. El caso se complicó cuando un crucero italiano llamado “Flavio Goia” atracó en Buenaventura y su capitán solicitó un permiso para conferenciar con Cerruti, lo que fue concedido y cuando eso acontecía, el crucero levó anclas con el acusado, burlándose así a la justicia colombiana. Entonces se rompieron las relaciones entre nuestra nación y el Reino de Italia. Las vicisitudes de nuestras guerras civiles no dieron tiempo para un arreglo. España se ofreció como mediadora y en virtud de ello se constituyó en París un tribunal que ordenó la devolución de los bienes a Cerruti y que una comisión en Bogotá debatiera lo de la indemnización que reclamaba el italiano. Cerruti regresó al país, pero fue recibido con una pedrea en Barranquilla y se fue de nuestro territorio lleno de rencor.

Pedimos entonces la mediación, para tasar la indemnización, del presidente Cleveland de los Estados Unidos, quien condenó a nuestro país con 60.000 libras esterlinas y además a cubrir el pasivo de la compañía Cerruti y Co, pues según él, Colombia impidió con la confiscación que tal compañía pagara sus pasivos y por la tanto debía asumirlos.

El gobierno colombiano entonces ya no discutía la obligación, sino la manera de pagarla. Italia hizo saber que decidía el recurso de la fuerza y encomendó al contralmirante Candiani el cobro armado de la deuda. Sabido esto en Bogotá, nada se le comunicó al gobernador Gerlein, por lo que este recibió al marino con todo el protocolo y cortesía, pero una vez sabida la verdad, una turba de gente se presentó como voluntaria para defender la ciudad pues una ola de fervor patriótico cundió por todo el país. En Barranquilla el pueblo apedreó las casas de los italianos residentes y costó esfuerzos dominar los tumultos amenazantes.

Para ese tiempo era obispo en Cartagena, monseñor Brioschi, italiano también, quien subió a bordo de la nave capitana y allí logró que Candiani aplazara su decisión hasta que Bogotá contestara el ultimátum. Unos días después el telegrafista entregó la comunicación en que nuestro gobierno reconocía el pago de la indemnización.

Un depósito a través de un banco de Londres como parte de la deuda, hizo posible que los buques de guerra levaran anclas dejando al país con un amargo sabor de atropello.
No fue un grupo de costeños acaudalados que prestó el dinero, ni el italiano Maneiro Trucco, dueño de muchas casas en Cartagena, como se había dicho, sino el Banco de Colombia, con lo cual Candiani y sus buques se fueron de Cartagena reservando el fuego de sus cañoneras para motivos de mayor dignidad.

Por Rodolfo Ortega Montero