De las crónicas vallenatas, el escritor y compositor Julio Oñate Martínez es uno de los pioneros, y como testimonio su libro ‘Cuando Matilde camina’ (2007), le sigue el guajiro Fredy González Zubiría, quien viene desarrollando el proyecto ‘Crónicas del cancionero vallenato’, para conocer con mayor intimidad el origen de las canciones. Del proyecto ‘Crónicas del […]
De las crónicas vallenatas, el escritor y compositor Julio Oñate Martínez es uno de los pioneros, y como testimonio su libro ‘Cuando Matilde camina’ (2007), le sigue el guajiro Fredy González Zubiría, quien viene desarrollando el proyecto ‘Crónicas del cancionero vallenato’, para conocer con mayor intimidad el origen de las canciones.
Del proyecto ‘Crónicas del cancionero vallenato’, patrocinado por el Fondo Mixto para la Cultura y las Artes de La Guajira, van dos libros, el primero publicado en 2011 y el segundo fue presentado el viernes anterior, en el Centro Cultural de La Guajira de Riohacha. Tuve el honor de participar del acto con estas breves palabras:
Fredy González Zubiría es un cronista, fiel a la premisa que hay que estar en el lugar de los acontecimientos tanto tiempo como sea posible, para conocer mejor la realidad que vamos a narrar. Él es una especie de espía que camina con una linterna, tras las huellas que abrasan la inspiración del canto del vallenato.
La línea predominante de estas crónicas es el amor, con sus facetas de conquista y olvido. La primera crónica es una estación femenina: Rita Fernández Padilla, la encantadora poeta del mar que vino de Santa Marta a embellecer con la finura de sus versos los cantos varoniles de los vallenatos. Luego viaja al paisaje de La Malena y las Sabanas de Patillal, para mostrar La Profecía de Fredy Molina, que rememora con las brisas los tiempos de cometa; presenta a José Alfonso ‘Chiche’ Maestre, el muchacho alegre que canta triste, el romántico de la ensoñación y la sutileza en el verso y la melodía, y José Hernández Maestre, el joven compositor que se entregó a la liturgia de la bebida en busca de la felicidad perdida y se proclamó El hijo de Patillal. En los jardines de Fernando Meneses, acaricia la lírica juvenil de sus momentos de amor. En la sinfonía azul del pescador y el silencio de la rosa en espera del rocío, revela la poética de Santander Durán Escalona. En el espejo de la luna sanjuanera vuelve a llorar Amílcar Calderón. En los cafetales de Villanueva, el resplandor de un gajo de luceros se detiene en el frenesí de una mujer ‘La Negra’ que hace cantar a Alberto ‘Beto’ Murgas, y Juan Alberto ‘Cacha’ Escobar que celebra los sufridos y bellos amores. Y continúa en el territorio guajiro con el éxito del amor y una tragedia de Edgar Florentino Rojas.
La poesía no es sino una comunicación del aliento celestial, afirmó Fray Luis de León. Esta sentencia es una revelación que las canciones nacen en el hontanar supremo del espíritu, cuando el amor con sus follajes de girasoles ilumina la vida o cuando la tempestad con sus ramas quebradizas oscurece el tiempo de la soledad. Razones tuvo Tobías Enrique Pumarejo, para cantar: Una pena y otra pena / son dos penas para mí /ayer lloraba por verte / hoy lloro porque te vi.
De las crónicas vallenatas, el escritor y compositor Julio Oñate Martínez es uno de los pioneros, y como testimonio su libro ‘Cuando Matilde camina’ (2007), le sigue el guajiro Fredy González Zubiría, quien viene desarrollando el proyecto ‘Crónicas del cancionero vallenato’, para conocer con mayor intimidad el origen de las canciones. Del proyecto ‘Crónicas del […]
De las crónicas vallenatas, el escritor y compositor Julio Oñate Martínez es uno de los pioneros, y como testimonio su libro ‘Cuando Matilde camina’ (2007), le sigue el guajiro Fredy González Zubiría, quien viene desarrollando el proyecto ‘Crónicas del cancionero vallenato’, para conocer con mayor intimidad el origen de las canciones.
Del proyecto ‘Crónicas del cancionero vallenato’, patrocinado por el Fondo Mixto para la Cultura y las Artes de La Guajira, van dos libros, el primero publicado en 2011 y el segundo fue presentado el viernes anterior, en el Centro Cultural de La Guajira de Riohacha. Tuve el honor de participar del acto con estas breves palabras:
Fredy González Zubiría es un cronista, fiel a la premisa que hay que estar en el lugar de los acontecimientos tanto tiempo como sea posible, para conocer mejor la realidad que vamos a narrar. Él es una especie de espía que camina con una linterna, tras las huellas que abrasan la inspiración del canto del vallenato.
La línea predominante de estas crónicas es el amor, con sus facetas de conquista y olvido. La primera crónica es una estación femenina: Rita Fernández Padilla, la encantadora poeta del mar que vino de Santa Marta a embellecer con la finura de sus versos los cantos varoniles de los vallenatos. Luego viaja al paisaje de La Malena y las Sabanas de Patillal, para mostrar La Profecía de Fredy Molina, que rememora con las brisas los tiempos de cometa; presenta a José Alfonso ‘Chiche’ Maestre, el muchacho alegre que canta triste, el romántico de la ensoñación y la sutileza en el verso y la melodía, y José Hernández Maestre, el joven compositor que se entregó a la liturgia de la bebida en busca de la felicidad perdida y se proclamó El hijo de Patillal. En los jardines de Fernando Meneses, acaricia la lírica juvenil de sus momentos de amor. En la sinfonía azul del pescador y el silencio de la rosa en espera del rocío, revela la poética de Santander Durán Escalona. En el espejo de la luna sanjuanera vuelve a llorar Amílcar Calderón. En los cafetales de Villanueva, el resplandor de un gajo de luceros se detiene en el frenesí de una mujer ‘La Negra’ que hace cantar a Alberto ‘Beto’ Murgas, y Juan Alberto ‘Cacha’ Escobar que celebra los sufridos y bellos amores. Y continúa en el territorio guajiro con el éxito del amor y una tragedia de Edgar Florentino Rojas.
La poesía no es sino una comunicación del aliento celestial, afirmó Fray Luis de León. Esta sentencia es una revelación que las canciones nacen en el hontanar supremo del espíritu, cuando el amor con sus follajes de girasoles ilumina la vida o cuando la tempestad con sus ramas quebradizas oscurece el tiempo de la soledad. Razones tuvo Tobías Enrique Pumarejo, para cantar: Una pena y otra pena / son dos penas para mí /ayer lloraba por verte / hoy lloro porque te vi.