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Columnista - 1 junio, 2016

Cracolândia

En pleno corazón del sector hotelero norte de Brasilia, sobre el Eje Monumental, se levanta una mole de 14 pisos barnizados en pálidos tonos crema y salmón. Se trata del Torre Palace Hotel, un lujoso cuatro estrellas que desde 1973 viene prestando un servicio de primera categoría en sus 140 suites, o bueno, eso era […]

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En pleno corazón del sector hotelero norte de Brasilia, sobre el Eje Monumental, se levanta una mole de 14 pisos barnizados en pálidos tonos crema y salmón. Se trata del Torre Palace Hotel, un lujoso cuatro estrellas que desde 1973 viene prestando un servicio de primera categoría en sus 140 suites, o bueno, eso era así hasta la muerte de su propietario en los albores del nuevo milenio. Hoy en día sus instalaciones no son más que un yermo fantasma abandonado de cuyos balcones cuelga una pancarta que adjudica el lugar al Movimento Resisténcia Popular, el mayor expendedor de drogas de todo el Distrito Federal.

Cracolândia, como la prensa le ha bautizado, nació a raíz de siete herederos de un empresario libanés que nunca lograron ponerse de acuerdo sobre la forma de compartir o dividir el hotel. Ante tal desidia, el MRP fue colonizando de a poco la edificación, desvalijó y revendió los ascensores dejando en su lugar 4 esófagos huecos, desocupó los dos primeros pisos para tener un lobby despejado en el cual recibir a balazos a las visitas indeseadas y trastearon sus familias entre los pisos 3 y 6 mientras del 7 para arriba inauguraba la sede administrativa de su operación ilegal.

Pasar por su frente es como estar en una dimensión alterna a la del resto de Brasilia, miradas furtivas se esconden entre las ventanas con vista privilegiada al Congreso Nacional, de noche se escuchan disparos al azul cielo y los grafitis ininteligibles hablan de la dedicación del vandalismo. De nada han valido las súplicas de sus vecinos el Hotel Mercure, Nobile Suites y McDonald’s, pues la policía se niega a entrar o demoler alegando que se trata de propiedad privada y asustada por la leyenda urbana, según la cual los dos últimos pisos del colosal edificio albergan 200 litros de gasolina listos para hacer volar en astillas hasta el último ladrillo si irrumpen sin tocar la puerta.

Cracolândia es el ejemplo perfecto de cómo el olvido y la displicencia del estado son el caldo de cultivo idóneo para los brotes de inseguridad y delincuencia en una ciudad. Y es justamente por ello que cobra importancia el operativo llevado a cabo por la policía de Bogotá para neutralizar la famosa intersección de calles del Bronx en el centro de la ciudad. Aplaudida por unos y rechazada por otros, es innegable que la falta de presencia del estado convirtieron esas tres cuadras en una república independiente del crimen en la que cientos de niños eran explotados sexualmente y decenas de nombres olvidados desaparecieron para nunca volver.

En todas las ciudades de Colombia existen consabidos sectores de delincuencia con fronteras claras como las del Bronx, a los cuales el gobierno de turno no prestan atención por la razón que sea, pero en los cuales urge emular el modelo de recuperación que presenció el país este fin de semana, acompañando todo de una política social incluyente que permita la rehabilitación de aquellos habitantes de la zona que hasta entonces creyeron que solo esa podría ser su realidad.

Columnista
1 junio, 2016

Cracolândia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Fuad Gonzalo Chacon

En pleno corazón del sector hotelero norte de Brasilia, sobre el Eje Monumental, se levanta una mole de 14 pisos barnizados en pálidos tonos crema y salmón. Se trata del Torre Palace Hotel, un lujoso cuatro estrellas que desde 1973 viene prestando un servicio de primera categoría en sus 140 suites, o bueno, eso era […]


En pleno corazón del sector hotelero norte de Brasilia, sobre el Eje Monumental, se levanta una mole de 14 pisos barnizados en pálidos tonos crema y salmón. Se trata del Torre Palace Hotel, un lujoso cuatro estrellas que desde 1973 viene prestando un servicio de primera categoría en sus 140 suites, o bueno, eso era así hasta la muerte de su propietario en los albores del nuevo milenio. Hoy en día sus instalaciones no son más que un yermo fantasma abandonado de cuyos balcones cuelga una pancarta que adjudica el lugar al Movimento Resisténcia Popular, el mayor expendedor de drogas de todo el Distrito Federal.

Cracolândia, como la prensa le ha bautizado, nació a raíz de siete herederos de un empresario libanés que nunca lograron ponerse de acuerdo sobre la forma de compartir o dividir el hotel. Ante tal desidia, el MRP fue colonizando de a poco la edificación, desvalijó y revendió los ascensores dejando en su lugar 4 esófagos huecos, desocupó los dos primeros pisos para tener un lobby despejado en el cual recibir a balazos a las visitas indeseadas y trastearon sus familias entre los pisos 3 y 6 mientras del 7 para arriba inauguraba la sede administrativa de su operación ilegal.

Pasar por su frente es como estar en una dimensión alterna a la del resto de Brasilia, miradas furtivas se esconden entre las ventanas con vista privilegiada al Congreso Nacional, de noche se escuchan disparos al azul cielo y los grafitis ininteligibles hablan de la dedicación del vandalismo. De nada han valido las súplicas de sus vecinos el Hotel Mercure, Nobile Suites y McDonald’s, pues la policía se niega a entrar o demoler alegando que se trata de propiedad privada y asustada por la leyenda urbana, según la cual los dos últimos pisos del colosal edificio albergan 200 litros de gasolina listos para hacer volar en astillas hasta el último ladrillo si irrumpen sin tocar la puerta.

Cracolândia es el ejemplo perfecto de cómo el olvido y la displicencia del estado son el caldo de cultivo idóneo para los brotes de inseguridad y delincuencia en una ciudad. Y es justamente por ello que cobra importancia el operativo llevado a cabo por la policía de Bogotá para neutralizar la famosa intersección de calles del Bronx en el centro de la ciudad. Aplaudida por unos y rechazada por otros, es innegable que la falta de presencia del estado convirtieron esas tres cuadras en una república independiente del crimen en la que cientos de niños eran explotados sexualmente y decenas de nombres olvidados desaparecieron para nunca volver.

En todas las ciudades de Colombia existen consabidos sectores de delincuencia con fronteras claras como las del Bronx, a los cuales el gobierno de turno no prestan atención por la razón que sea, pero en los cuales urge emular el modelo de recuperación que presenció el país este fin de semana, acompañando todo de una política social incluyente que permita la rehabilitación de aquellos habitantes de la zona que hasta entonces creyeron que solo esa podría ser su realidad.