Observo con preocupación el fervor y pasión con la que algunos defienden sus causas y conductas. Desviarse hacia la derecha o izquierda es una tendencia natural en el ser humano y nuestra responsabilidad exige que estemos comprometidos con recobrar la culpa a muchos. La manera en que hacemos esta tarea, sin embargo, es el tema que propongo considerar con mucho cuidado.
“… y a muchos hizo apartar de la maldad” (Malaquías 2,6)
Observo con preocupación el fervor y pasión con la que algunos defienden sus causas y conductas. Desviarse hacia la derecha o izquierda es una tendencia natural en el ser humano y nuestra responsabilidad exige que estemos comprometidos con recobrar la culpa a muchos. La manera en que hacemos esta tarea, sin embargo, es el tema que propongo considerar con mucho cuidado.
Tomaré como referencia la relación que existía entre el apóstol Pablo y su discípulo Timoteo y algunos consejos pertinentes: en primer lugar, Pablo recuerda a Timoteo, que no debe ser la clase de persona que se enreda en discusiones inútiles y acaloradas. Tendemos a creer que la verdad penetra el corazón de aquellos con los cuales estamos hablando, por la elocuencia y vehemencia de nuestros argumentos. Nuestras enérgicas discusiones, sin embargo, frecuentemente delatan una falta de paciencia y amabilidad para con aquellos que ven las cosas de manera diferente que nosotros.
En segundo lugar, se le enseña a Timoteo a ser sufrido. Esto tiene que ver con la capacidad de saber cuándo es tiempo de callar. Nuestra responsabilidad es advertir y exhortar al cambio, pero no podemos insistir en que la otra persona reciba consejo. A veces, debemos callarnos y dejar que la otra persona prosiga con su necedad y que reciba su disciplina a través de las consecuencias naturales de sus actos. El sufrimiento viene cuando avizoramos el futuro y sabemos que el otro va a estrellarse y lastimarse, pero no podemos hacer nada para evitarlo.
Un tercer consejo advierte que, puesto que la intención es la restauración, toda corrección debe ser llevada a cabo con un espíritu de ternura. Muchas veces nuestras correcciones toman la forma de denuncias acaloradas, llenas de ira y condenación. Al contrario, debemos movernos con un espíritu de cariño, entendiendo claramente que no somos nosotros los que produciremos la contrición en la otra persona; sino que, esa persona está en las manos de Dios y solamente él logrará producir ese cambio en el corazón. La corrección que hacemos, se convierte así, en un aporte que debe complementar el trabajo que el Señor está realizando en la vida del otro. De esta manera, se entrega la palabra de corrección, se descansa y se confía en la restauración por la obra soberana del Espíritu, cuya función es precisamente animar y restaurar.
Cuando invertimos el proceso y primero le hablamos a Dios de las personas y canalizamos nuestras energías en interceder ante Dios por la vida de la otra persona; seguramente que, nuestra corrección será más efectiva y producirá el resultado deseado del cambio: la transformación y restauración de la otra persona.
En estos tiempos de polarización en que vivimos, las discusiones en pro o en contra del sistema se vuelven acaloradas; mi exhortación es a volver a lo básico y sencillo y recuperar el sentido de amistad y cariño que siempre ha caracterizado a las personas y familias de esta región. ¡Que las diferencias no nos roben la alegría de vivir! ¡Valledupar, tierra de paz y armonía!
Abrazos y bendiciones del Señor.
POR: VALERIO MEJÍA.
Observo con preocupación el fervor y pasión con la que algunos defienden sus causas y conductas. Desviarse hacia la derecha o izquierda es una tendencia natural en el ser humano y nuestra responsabilidad exige que estemos comprometidos con recobrar la culpa a muchos. La manera en que hacemos esta tarea, sin embargo, es el tema que propongo considerar con mucho cuidado.
“… y a muchos hizo apartar de la maldad” (Malaquías 2,6)
Observo con preocupación el fervor y pasión con la que algunos defienden sus causas y conductas. Desviarse hacia la derecha o izquierda es una tendencia natural en el ser humano y nuestra responsabilidad exige que estemos comprometidos con recobrar la culpa a muchos. La manera en que hacemos esta tarea, sin embargo, es el tema que propongo considerar con mucho cuidado.
Tomaré como referencia la relación que existía entre el apóstol Pablo y su discípulo Timoteo y algunos consejos pertinentes: en primer lugar, Pablo recuerda a Timoteo, que no debe ser la clase de persona que se enreda en discusiones inútiles y acaloradas. Tendemos a creer que la verdad penetra el corazón de aquellos con los cuales estamos hablando, por la elocuencia y vehemencia de nuestros argumentos. Nuestras enérgicas discusiones, sin embargo, frecuentemente delatan una falta de paciencia y amabilidad para con aquellos que ven las cosas de manera diferente que nosotros.
En segundo lugar, se le enseña a Timoteo a ser sufrido. Esto tiene que ver con la capacidad de saber cuándo es tiempo de callar. Nuestra responsabilidad es advertir y exhortar al cambio, pero no podemos insistir en que la otra persona reciba consejo. A veces, debemos callarnos y dejar que la otra persona prosiga con su necedad y que reciba su disciplina a través de las consecuencias naturales de sus actos. El sufrimiento viene cuando avizoramos el futuro y sabemos que el otro va a estrellarse y lastimarse, pero no podemos hacer nada para evitarlo.
Un tercer consejo advierte que, puesto que la intención es la restauración, toda corrección debe ser llevada a cabo con un espíritu de ternura. Muchas veces nuestras correcciones toman la forma de denuncias acaloradas, llenas de ira y condenación. Al contrario, debemos movernos con un espíritu de cariño, entendiendo claramente que no somos nosotros los que produciremos la contrición en la otra persona; sino que, esa persona está en las manos de Dios y solamente él logrará producir ese cambio en el corazón. La corrección que hacemos, se convierte así, en un aporte que debe complementar el trabajo que el Señor está realizando en la vida del otro. De esta manera, se entrega la palabra de corrección, se descansa y se confía en la restauración por la obra soberana del Espíritu, cuya función es precisamente animar y restaurar.
Cuando invertimos el proceso y primero le hablamos a Dios de las personas y canalizamos nuestras energías en interceder ante Dios por la vida de la otra persona; seguramente que, nuestra corrección será más efectiva y producirá el resultado deseado del cambio: la transformación y restauración de la otra persona.
En estos tiempos de polarización en que vivimos, las discusiones en pro o en contra del sistema se vuelven acaloradas; mi exhortación es a volver a lo básico y sencillo y recuperar el sentido de amistad y cariño que siempre ha caracterizado a las personas y familias de esta región. ¡Que las diferencias no nos roben la alegría de vivir! ¡Valledupar, tierra de paz y armonía!
Abrazos y bendiciones del Señor.
POR: VALERIO MEJÍA.