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Columnista - 23 septiembre, 2010

Consuelo y el olvido de los de siempre

DOS PUNTOS Por:  Germán Piedrahita R. Llega el mal día. El  del homenaje a la Cacica. El de las mil palabras, de las remembranzas. Y al escuchar, al leer, me pregunto si es que hasta en los homenajes hay estratificación y me llegan los recuerdos porque, como siempre, ellos llegaron, aparecieron los personajes a hablar […]

DOS PUNTOS

Por:  Germán Piedrahita R.

Llega el mal día. El  del homenaje a la Cacica. El de las mil palabras, de las remembranzas. Y al escuchar, al leer, me pregunto si es que hasta en los homenajes hay estratificación y me llegan los recuerdos porque, como siempre, ellos llegaron, aparecieron los personajes a hablar de Consuelo, de sus gustos, de sus palabras, de sus sonrisas, de sus escritos, sus rabietas y muchos de ellos no alcanzaron a compartir sino unas pocas horas con ella y otros sólo en actos protocolarios o de función administrativa. ¿Cuántos de los que fungieron de biógrafos realmente podrían hablar de ella? (Oiga, no diga eso, se pueden poner bravos).
Asombra, es lo menos, que los grandes olvidados por los que organizan fueran muchos de los muy cercanos a la cotidianidad de la inmolada Cacica, como los presentadores del Festival; o puede alguien contar, y saber contar sobre la Trinitaria, mejor que Jaime Pérez Parodi? ¿Cómo hablar de la música de la Pilonera Mayor sin invitar a Celso Guerra, acompañante de todos los programas en la  emisora olvidada? No fueron minutos, ni horas, ni días, sino todo el tiempo de Celso con la Cacica programando la Semana Santa, la Navidad, los treinta y cinco (35) años, los boleros, las rancheras, la Sonora, la música instrumental y hasta la clásica; pero claro, ¿Quién es ese Celso? Es un Checho, pero Guerra. (Chist, calle hombe).

Y hasta los periodistas se olvidaron de los periodistas y no muestran ni para remedio a  Enrique Camargo o a Miguel Aroca. Qué cosas nos podrían contar sobre el cubrimiento de un acontecimiento, del seguimiento de una nota, del análisis de la noticia, de las clases de su maestra. Pero no, ellos son Aroca y Camargo, ¿quiénes? (Oye, calle la boca).
Si de las voces Guatapurí hablamos, en dónde dejaron al hombre que la veneraba, ni siquiera es invitado a los actos y queda negreado, el nevado Isaac León¿ Podrá alguien pensar que él no conoció alguna faceta interesante de su Cacica?
Pero no, para hablar de una persona importante, se cree que sólo pueden hacerlo otros importantes, que al final terminan contando cosas tan genéricas que muy bien se le podrían aplicar a cualquier otro personaje; cambie usted los nombres y podría ser Gabo, Mutis, Botero, Obregón y hasta a don Perico de los Palotes.
¿Que no se llame o entreviste para saber de su religiosidad al padre Becerra? ¿O a la Piba? ¿Nada podrían contar?
Para  recordarla en la prensa y en lo político no sirve ni Alba Quintero o Carlos Alberto Atehortúa, quien, al vil asesinato, se echó la emisora  a cuestas y fue el más fiel guardián de una heredad que hoy lo niega después de ser uno de los más cercanos al pensamiento cívico y social de la nota masacrada.
¿Cuántos pasaron por la aguda mirada y fueron corregidos por la construcción de una frase, el sentido de una forma o el signo mal empleado?. Quizás no lo sabremos porque en donde se haga un homenaje hay que mostrar apellidos con blasones de cobre o rutilantes figuras de los cocteles palaciegos o las sonrisas conocidas en Cromos o en las notas faranduleras de los “privados” canales repetitivos. (Censurado).
Y es que la que fue su segunda casa se queda “en el aire” o la dejan como la casa del olvido porque parece que allí sólo se podrían encontrar las anécdotas o historias de doña Carmencita con sus aguas, tintos, platos o quizá de doña Eva, compañera y escudera de la dueña y en las afueras, una familia, los Galofre, vigilantes y curadores de la repetidora de la más antigua emisora en el Cesar, pero miren eso: ¡ Los Galofre¡
En el cuarto frío,  Javier Ospino, Roger Redondo, con sus señas de mudos entendiendo a Consuelo para pasar esa nota, detener el sonido, cortar al malhablante. Ellos también son los fantasmas de un pasado desconocido por unos presentes que nunca estuvieron presentes.
Pero en fin, la historia está escrita no por los que la vivieron o la conocen sino por diletantes que se adueñan de los hechos para hacer parte de ellos desconociendo la verdad, que poco les importa. (Embúa, ellos sí saben, no les ve las cuatro puertas) Sino un serio “escribidor” que sepa llegar a las fuentes para contar la verdad de la Cacica, Consuelo Araujo Noguera.

[email protected]

Columnista
23 septiembre, 2010

Consuelo y el olvido de los de siempre

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Germán Piedrahíta R.

DOS PUNTOS Por:  Germán Piedrahita R. Llega el mal día. El  del homenaje a la Cacica. El de las mil palabras, de las remembranzas. Y al escuchar, al leer, me pregunto si es que hasta en los homenajes hay estratificación y me llegan los recuerdos porque, como siempre, ellos llegaron, aparecieron los personajes a hablar […]


DOS PUNTOS

Por:  Germán Piedrahita R.

Llega el mal día. El  del homenaje a la Cacica. El de las mil palabras, de las remembranzas. Y al escuchar, al leer, me pregunto si es que hasta en los homenajes hay estratificación y me llegan los recuerdos porque, como siempre, ellos llegaron, aparecieron los personajes a hablar de Consuelo, de sus gustos, de sus palabras, de sus sonrisas, de sus escritos, sus rabietas y muchos de ellos no alcanzaron a compartir sino unas pocas horas con ella y otros sólo en actos protocolarios o de función administrativa. ¿Cuántos de los que fungieron de biógrafos realmente podrían hablar de ella? (Oiga, no diga eso, se pueden poner bravos).
Asombra, es lo menos, que los grandes olvidados por los que organizan fueran muchos de los muy cercanos a la cotidianidad de la inmolada Cacica, como los presentadores del Festival; o puede alguien contar, y saber contar sobre la Trinitaria, mejor que Jaime Pérez Parodi? ¿Cómo hablar de la música de la Pilonera Mayor sin invitar a Celso Guerra, acompañante de todos los programas en la  emisora olvidada? No fueron minutos, ni horas, ni días, sino todo el tiempo de Celso con la Cacica programando la Semana Santa, la Navidad, los treinta y cinco (35) años, los boleros, las rancheras, la Sonora, la música instrumental y hasta la clásica; pero claro, ¿Quién es ese Celso? Es un Checho, pero Guerra. (Chist, calle hombe).

Y hasta los periodistas se olvidaron de los periodistas y no muestran ni para remedio a  Enrique Camargo o a Miguel Aroca. Qué cosas nos podrían contar sobre el cubrimiento de un acontecimiento, del seguimiento de una nota, del análisis de la noticia, de las clases de su maestra. Pero no, ellos son Aroca y Camargo, ¿quiénes? (Oye, calle la boca).
Si de las voces Guatapurí hablamos, en dónde dejaron al hombre que la veneraba, ni siquiera es invitado a los actos y queda negreado, el nevado Isaac León¿ Podrá alguien pensar que él no conoció alguna faceta interesante de su Cacica?
Pero no, para hablar de una persona importante, se cree que sólo pueden hacerlo otros importantes, que al final terminan contando cosas tan genéricas que muy bien se le podrían aplicar a cualquier otro personaje; cambie usted los nombres y podría ser Gabo, Mutis, Botero, Obregón y hasta a don Perico de los Palotes.
¿Que no se llame o entreviste para saber de su religiosidad al padre Becerra? ¿O a la Piba? ¿Nada podrían contar?
Para  recordarla en la prensa y en lo político no sirve ni Alba Quintero o Carlos Alberto Atehortúa, quien, al vil asesinato, se echó la emisora  a cuestas y fue el más fiel guardián de una heredad que hoy lo niega después de ser uno de los más cercanos al pensamiento cívico y social de la nota masacrada.
¿Cuántos pasaron por la aguda mirada y fueron corregidos por la construcción de una frase, el sentido de una forma o el signo mal empleado?. Quizás no lo sabremos porque en donde se haga un homenaje hay que mostrar apellidos con blasones de cobre o rutilantes figuras de los cocteles palaciegos o las sonrisas conocidas en Cromos o en las notas faranduleras de los “privados” canales repetitivos. (Censurado).
Y es que la que fue su segunda casa se queda “en el aire” o la dejan como la casa del olvido porque parece que allí sólo se podrían encontrar las anécdotas o historias de doña Carmencita con sus aguas, tintos, platos o quizá de doña Eva, compañera y escudera de la dueña y en las afueras, una familia, los Galofre, vigilantes y curadores de la repetidora de la más antigua emisora en el Cesar, pero miren eso: ¡ Los Galofre¡
En el cuarto frío,  Javier Ospino, Roger Redondo, con sus señas de mudos entendiendo a Consuelo para pasar esa nota, detener el sonido, cortar al malhablante. Ellos también son los fantasmas de un pasado desconocido por unos presentes que nunca estuvieron presentes.
Pero en fin, la historia está escrita no por los que la vivieron o la conocen sino por diletantes que se adueñan de los hechos para hacer parte de ellos desconociendo la verdad, que poco les importa. (Embúa, ellos sí saben, no les ve las cuatro puertas) Sino un serio “escribidor” que sepa llegar a las fuentes para contar la verdad de la Cacica, Consuelo Araujo Noguera.

[email protected]