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Columnista - 27 marzo, 2011

CONFIANZA

P E R I S C O P I O Por: JAIME GNECCO HERNANDEZ Vivíamos en Argentina donde nos habíamos trasladado a fin que las hijas pudieran estudiar ya que aquí el estudio era muy oneroso con el perverso invento de matrículas semestrales y el elevadísimo costo de las mismas a las que no podíamos […]

P E R I S C O P I O

Por: JAIME GNECCO HERNANDEZ
Vivíamos en Argentina donde nos habíamos trasladado a fin que las hijas pudieran estudiar ya que aquí el estudio era muy oneroso con el perverso invento de matrículas semestrales y el elevadísimo costo de las mismas a las que no podíamos acceder. En cambio, allá no cuesta nada estudiar pues las entidades oficiales, desde primaria hasta post universitario son gratuitas. Las hijas estudiaban, mi mujer atendía la casa y yo trabajaba 18 – 20 horas por día y todos estábamos satisfechos.
Sólo un temor tenía y era la llamada telefónica que me anunciara problemas de salud de mi padre y llegó el día en que me comunicaron un infarto y a los dos días su muerte lo que condicionó mi venida y al estar aquí, mi decisión de quedarme por lo que fui por mi mujer, y esperamos a ver que hacíamos para vivir y enviar dinero a Buenos Aires. Abrí un consultorio, pero ya la ley 100 había acabado con ellos, un amigo me ofreció presentarme en una E.P.S. pero ya las conocía de Madrid y Buenos Aires.
Me puse a elucubrar entonces acerca de qué podría hacer fuera de mi profesión; a qué me dedicaba que ocupara mi tiempo y solventara mis gastos y los de mi familia y pensé en una finca que había comprado en 1.967 y en la cual no había podido hacer nada por la falta de vía, suspendí temporalmente mis aspiraciones y pensé que era el lugar perfecto para vivir allá si había posibilidad de llegar a viejo, llevarme todos mis libros y disfrutar del buen clima; metiéndole mano a la tierra para producir lo necesario; al final, en Colombia todos somos campesinos o tenemos alma de ello. Bueno, de ilusiones también se vive, yo me jactaba de conocer a la gente, pero jamás llegué a pensar que cierta gente del país estuviera viviendo en la época de Atila, que se identificaran con los bárbaros que invadieron Europa al no poder penetrar a China por la construcción de la muralla.
Organizamos una pequeña lechería en la finca de mi padre, que compartíamos con mis hermanos y nos ocupamos de organizar también esa finca que queda en Perijá, para lo cual lo primero era conseguir la construcción de la carretera hacia allá, asunto del que se encargó Caminos Vecinales y después se encargaron de las entradas a las fincas. Nos dedicamos a surtirla, lo que hicimos con los destetes y con novillas que me regalaron los amigos a quienes se las pedí, en el Sena compramos dos parejas de cerdos, un amigo me regaló 12 ovejas, seguimos comprando y en Bogotá le compramos al ICA, 4 padrotes de distintas razas, de allá mismo trajimos en huacales en avión, recién nacidos de raza Normando que al principio alimentábamos con leche en polvo que nos facilitaba Cicolac, había 35 bestias, dos toros de 1.000 kilos comprados en Palomino para tirar del arado que nos hizo Sanín, en fin, era una finca multipropósito pues había toda clase de animales y se sembraba toda clase de verduras y ya teníamos curuba, lulo y tomate de árbol.
Nos faltaba la luz y de plano desechamos la eléctrica y escogimos la solar, así fuimos a parar al negocio de don Gonzalo Rueda, un santandereano  que tras conocerlo, supe que estaba ante todo un señor; al presentarme, le expliqué lo que necesitaba, llamó a un empleado que me informó todo y al final me dio el precio, haciendo ellos la instalación. Al saber que todo salía más de un millón de pesos, supe que no podía adquirir el equipo y quise pasar por donde Rueda para manifestárselo y agradecerle su atención.
Me invitó de nuevo a sentarme y me brindó un café; me dijo que lo pagara a 60 o 90 días como si fuera de contado, me sinceré con él y le dije: yo recibo un poco de dinero los días 5 y 20 de cada mes, le abonaría dos veces por mes, me preguntó cuánto abonaría, le dije y se puso a sacar cuentas después de lo cual me dijo: señor Gnecco, con lo que Ud. abonaría por mes, nos llevaría más de un año recibir el pago y la cantidad no justifica un plazo tan largo; bueno, señor  Rueda, yo lo lamento mucho porque necesito la mercancía pero si no es así como le digo, le voy a quedar mal y eso es lo que quiero evitar; él se quedó pensando un rato mientras yo esperaba y al fin me dijo: mire, los negocios en ésta casa se hacen máximo a noventa días, nunca a un año o más como en su caso, pero entiendo que Ud. necesita el servicio y voy a confiar en Ud; no se equivocará, le aseguré y así fue, le cumplí los pagos y salí del negocio feliz y reconciliado con la vida y convencido que sí hay gente de buena voluntad. Hoy día pienso que de todo eso lo único que hoy tengo es la amistad de Gonzalo Rueda, pues todo lo que había en la finca, incluso mi camioneta, se lo llevó la guerrilla, pues no es lo mismo tratar con gente decente que con bárbaros.

Columnista
27 marzo, 2011

CONFIANZA

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jaime Gnecco Hernandez

P E R I S C O P I O Por: JAIME GNECCO HERNANDEZ Vivíamos en Argentina donde nos habíamos trasladado a fin que las hijas pudieran estudiar ya que aquí el estudio era muy oneroso con el perverso invento de matrículas semestrales y el elevadísimo costo de las mismas a las que no podíamos […]


P E R I S C O P I O

Por: JAIME GNECCO HERNANDEZ
Vivíamos en Argentina donde nos habíamos trasladado a fin que las hijas pudieran estudiar ya que aquí el estudio era muy oneroso con el perverso invento de matrículas semestrales y el elevadísimo costo de las mismas a las que no podíamos acceder. En cambio, allá no cuesta nada estudiar pues las entidades oficiales, desde primaria hasta post universitario son gratuitas. Las hijas estudiaban, mi mujer atendía la casa y yo trabajaba 18 – 20 horas por día y todos estábamos satisfechos.
Sólo un temor tenía y era la llamada telefónica que me anunciara problemas de salud de mi padre y llegó el día en que me comunicaron un infarto y a los dos días su muerte lo que condicionó mi venida y al estar aquí, mi decisión de quedarme por lo que fui por mi mujer, y esperamos a ver que hacíamos para vivir y enviar dinero a Buenos Aires. Abrí un consultorio, pero ya la ley 100 había acabado con ellos, un amigo me ofreció presentarme en una E.P.S. pero ya las conocía de Madrid y Buenos Aires.
Me puse a elucubrar entonces acerca de qué podría hacer fuera de mi profesión; a qué me dedicaba que ocupara mi tiempo y solventara mis gastos y los de mi familia y pensé en una finca que había comprado en 1.967 y en la cual no había podido hacer nada por la falta de vía, suspendí temporalmente mis aspiraciones y pensé que era el lugar perfecto para vivir allá si había posibilidad de llegar a viejo, llevarme todos mis libros y disfrutar del buen clima; metiéndole mano a la tierra para producir lo necesario; al final, en Colombia todos somos campesinos o tenemos alma de ello. Bueno, de ilusiones también se vive, yo me jactaba de conocer a la gente, pero jamás llegué a pensar que cierta gente del país estuviera viviendo en la época de Atila, que se identificaran con los bárbaros que invadieron Europa al no poder penetrar a China por la construcción de la muralla.
Organizamos una pequeña lechería en la finca de mi padre, que compartíamos con mis hermanos y nos ocupamos de organizar también esa finca que queda en Perijá, para lo cual lo primero era conseguir la construcción de la carretera hacia allá, asunto del que se encargó Caminos Vecinales y después se encargaron de las entradas a las fincas. Nos dedicamos a surtirla, lo que hicimos con los destetes y con novillas que me regalaron los amigos a quienes se las pedí, en el Sena compramos dos parejas de cerdos, un amigo me regaló 12 ovejas, seguimos comprando y en Bogotá le compramos al ICA, 4 padrotes de distintas razas, de allá mismo trajimos en huacales en avión, recién nacidos de raza Normando que al principio alimentábamos con leche en polvo que nos facilitaba Cicolac, había 35 bestias, dos toros de 1.000 kilos comprados en Palomino para tirar del arado que nos hizo Sanín, en fin, era una finca multipropósito pues había toda clase de animales y se sembraba toda clase de verduras y ya teníamos curuba, lulo y tomate de árbol.
Nos faltaba la luz y de plano desechamos la eléctrica y escogimos la solar, así fuimos a parar al negocio de don Gonzalo Rueda, un santandereano  que tras conocerlo, supe que estaba ante todo un señor; al presentarme, le expliqué lo que necesitaba, llamó a un empleado que me informó todo y al final me dio el precio, haciendo ellos la instalación. Al saber que todo salía más de un millón de pesos, supe que no podía adquirir el equipo y quise pasar por donde Rueda para manifestárselo y agradecerle su atención.
Me invitó de nuevo a sentarme y me brindó un café; me dijo que lo pagara a 60 o 90 días como si fuera de contado, me sinceré con él y le dije: yo recibo un poco de dinero los días 5 y 20 de cada mes, le abonaría dos veces por mes, me preguntó cuánto abonaría, le dije y se puso a sacar cuentas después de lo cual me dijo: señor Gnecco, con lo que Ud. abonaría por mes, nos llevaría más de un año recibir el pago y la cantidad no justifica un plazo tan largo; bueno, señor  Rueda, yo lo lamento mucho porque necesito la mercancía pero si no es así como le digo, le voy a quedar mal y eso es lo que quiero evitar; él se quedó pensando un rato mientras yo esperaba y al fin me dijo: mire, los negocios en ésta casa se hacen máximo a noventa días, nunca a un año o más como en su caso, pero entiendo que Ud. necesita el servicio y voy a confiar en Ud; no se equivocará, le aseguré y así fue, le cumplí los pagos y salí del negocio feliz y reconciliado con la vida y convencido que sí hay gente de buena voluntad. Hoy día pienso que de todo eso lo único que hoy tengo es la amistad de Gonzalo Rueda, pues todo lo que había en la finca, incluso mi camioneta, se lo llevó la guerrilla, pues no es lo mismo tratar con gente decente que con bárbaros.