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Columnista - 22 abril, 2013

¿Cómo y qué hablamos?

La defensa del idioma muchas veces se vuelve un mecanismo arbitrario para establecer dominio sobre el comportamiento de los seres humanos; un instrumento para que unos pocos puedan imponerse, generando discriminación y exclusión social.

Boton Wpp

Por: Oscar Ariza Daza

La defensa del idioma muchas veces se vuelve un mecanismo arbitrario para establecer dominio sobre el comportamiento de los seres humanos; un instrumento para que unos pocos puedan imponerse, generando discriminación y exclusión social. El hablar como nos diera la gana en contextos específicos, era una de las pocas libertades a la que podíamos acceder, porque nos sentíamos creadores y dueños de nuestra propia lengua.

 Actualmente la lengua se utiliza violentamente para segregar, negar o aprobar el acceso a ciertos espacios sociales, cuando disimuladamente se exige desistir de la forma cómo hablamos desde nuestra variante dialectal. Es decir, para ser aceptados es menester renunciar a esas influencias culturales que diseñan nuestro hablar. Defender el dialecto puede ser concebido como un acto de parroquianismo que hace que muchos sientan vergüenza de la forma cómo hablan y traten de cambiarla para no ser criticados.

 Hoy los estudios sociolingüísticos pretenden el estudio de la lengua hablada, observada, descrita y analizada en su contexto social, es decir, en situaciones reales de uso, no desde lo que está plasmado en los diccionarios que muchas veces es un inventario de palabras que casi nunca usamos.

 Desde siglos, se ha querido elitizar el uso de nuestra lengua, amparándose en una mal llamada defensa de nuestro idioma, hecha por un pequeño grupo de intelectuales quienes muchas veces desconocen la dinámica de cambio que sufre el español en su uso cotidiano, creyéndose con el poder de aprobar o desaprobar palabras.

 No hay un patrón universal para hablar el español; ni siquiera España lo tiene, mucho menos los países hispanoamericanos que muestran unas variantes dialectales profundas y arraigadas a la cultura que hoy los identifican en el contexto internacional. Lo que sí es posible afirmar, es que nadie habla la lengua mejor que otro, simplemente habla diferente.

 Es cierto que la comunicación está mediada por el contexto situacional en el que hablamos, pues nunca me expresaré de la misma manera estando en casa con mi familia o con mis amigos, que estando en una empresa o conferencia académica; pero de allí a que, para ser aceptado deba renunciar a mi dialecto, porque algunos decidieron que hablaba mal frente a otras formas de expresarse, es una absoluta arbitrariedad generada por un acto violento y destructivo de mi individualidad y de mi cultura.

Columnista
22 abril, 2013

¿Cómo y qué hablamos?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

La defensa del idioma muchas veces se vuelve un mecanismo arbitrario para establecer dominio sobre el comportamiento de los seres humanos; un instrumento para que unos pocos puedan imponerse, generando discriminación y exclusión social.


Por: Oscar Ariza Daza

La defensa del idioma muchas veces se vuelve un mecanismo arbitrario para establecer dominio sobre el comportamiento de los seres humanos; un instrumento para que unos pocos puedan imponerse, generando discriminación y exclusión social. El hablar como nos diera la gana en contextos específicos, era una de las pocas libertades a la que podíamos acceder, porque nos sentíamos creadores y dueños de nuestra propia lengua.

 Actualmente la lengua se utiliza violentamente para segregar, negar o aprobar el acceso a ciertos espacios sociales, cuando disimuladamente se exige desistir de la forma cómo hablamos desde nuestra variante dialectal. Es decir, para ser aceptados es menester renunciar a esas influencias culturales que diseñan nuestro hablar. Defender el dialecto puede ser concebido como un acto de parroquianismo que hace que muchos sientan vergüenza de la forma cómo hablan y traten de cambiarla para no ser criticados.

 Hoy los estudios sociolingüísticos pretenden el estudio de la lengua hablada, observada, descrita y analizada en su contexto social, es decir, en situaciones reales de uso, no desde lo que está plasmado en los diccionarios que muchas veces es un inventario de palabras que casi nunca usamos.

 Desde siglos, se ha querido elitizar el uso de nuestra lengua, amparándose en una mal llamada defensa de nuestro idioma, hecha por un pequeño grupo de intelectuales quienes muchas veces desconocen la dinámica de cambio que sufre el español en su uso cotidiano, creyéndose con el poder de aprobar o desaprobar palabras.

 No hay un patrón universal para hablar el español; ni siquiera España lo tiene, mucho menos los países hispanoamericanos que muestran unas variantes dialectales profundas y arraigadas a la cultura que hoy los identifican en el contexto internacional. Lo que sí es posible afirmar, es que nadie habla la lengua mejor que otro, simplemente habla diferente.

 Es cierto que la comunicación está mediada por el contexto situacional en el que hablamos, pues nunca me expresaré de la misma manera estando en casa con mi familia o con mis amigos, que estando en una empresa o conferencia académica; pero de allí a que, para ser aceptado deba renunciar a mi dialecto, porque algunos decidieron que hablaba mal frente a otras formas de expresarse, es una absoluta arbitrariedad generada por un acto violento y destructivo de mi individualidad y de mi cultura.