MI COLUMNA Por Mary Daza Orozco Cuando José Atuesta Mindiola me pidió que le comentara su último libro publicado, Sonetos Vallenatos, lo leí varias veces y pensé: ¿qué puedo decir de los versos de alguien que ha transitado buena parte del camino encontrándose conmigo y sintiendo ambos las mismas ansias de buscar el verso exacto […]
MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Cuando José Atuesta Mindiola me pidió que le comentara su último libro publicado, Sonetos Vallenatos, lo leí varias veces y pensé: ¿qué puedo decir de los versos de alguien que ha transitado buena parte del camino encontrándose conmigo y sintiendo ambos las mismas ansias de buscar el verso exacto que le dé razón de ser a nuestra terquedad de escribir? Y seguí preguntándome: ¿Por qué hemos escrito tanto y seguimos haciéndolo como si fuéramos a comenzar de nuevo? Me di varias respuestas: porque estamos condenados a ello, o no, porque fuimos bendecidos para ello, o simplemente porque no podemos evitarlo. Es más grande el impulso de acariciar la palabra y enredarla en metáforas de asombro y en barahúndas de oxímoros, que detenernos con un ya es suficiente. No se puede. El maestro Luís Mizar me lo escribió en un poema, en abril del año dos mil: “Se reunirán nuestras palabras para que seamos dueños del silencio, dueños de nuestras sombras”.
José Atuesta ha recorrido el camino sin tomar atajos, siempre sin miedo a los estorbos y sin meta a la vista, ya lo dije, el escritor no tiene meta, no hay punto de llegada, ni se recuerda el de salida, él José , ha andado con el alma abierta para atrapar sonidos perdidos y tallarlos en versos que son melodías de vida, ha rescatado palabras y las ha redimido en insomnios perpetuos y llegado el amanecer las ha anunciado en explosiones que sólo proclaman que la creación sigue, que el poeta vive en la eternidad.
Hoy ese anuncio tiene forma de soneto, esencia de soneto; cuando se pensaba que los dos cuartetos y los dos tercetos se habían quedado suspendidos en la mitad del siglo pasado, en la voz sonámbula de García Lorca, o en la cascada de imágenes de Miguel Hernández y tantos y tantos, aparece en nuestra región con toda la contundencia de su razón de ser a demostrar que no hay versos que pasen de moda. El poema perfecto, fue llamado en una ocasión, el más difícil dentro de la creación literaria aseguraban, atador de impulsos, quizás por su métrica rigurosa, y algo hay de cierto en todo eso, y sólo quien haya transitado por todas las armonías de un verso puede sustraerse de la libertad del ritmo literario actual y encadenarse al pulimento de los endecasílabos.
José Atuesta lo logró, y reconoció quizás en esa manera de hacer poemas “una batalla de palabras cansadas”, al decir de un poeta, pero el maestro Atuesta las refrescó, les brindó solaz y el resultado es la interesante antología Sonetos Vallenatos, que además de ser otro milagro de la palabra es un regalo para el mundo literario.
El sonetista comienza con un homenaje a lo que ha sido su obsesión, su amor intrínseco, su materia prima, su compañera de vida: la palabra. Así lo dice: “No conquista el olvido la memoria /es vencido el mutismo de su imperio, /por la palabra ungida de criterio /en las fases cambiantes de la historia.
/La palabra la raya divisoria /Entre el silencio gris del cautiverio /Y el espejo radiante del misterio /en las voces que anuncian la victoria…”
Y sigue; son treinta poemas a diferentes instancias de la vida, a la finura de las almas, a las tristuras de las sombras, a la eternidad de los instantes. Qué buen libro; mi reconocimiento al maestro y aprovecho para hacer una petición a la vida que ya la hizo el cantautor Jorge Dexter: “…que el soneto siempre nos tome por sorpresa”.
MI COLUMNA Por Mary Daza Orozco Cuando José Atuesta Mindiola me pidió que le comentara su último libro publicado, Sonetos Vallenatos, lo leí varias veces y pensé: ¿qué puedo decir de los versos de alguien que ha transitado buena parte del camino encontrándose conmigo y sintiendo ambos las mismas ansias de buscar el verso exacto […]
MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Cuando José Atuesta Mindiola me pidió que le comentara su último libro publicado, Sonetos Vallenatos, lo leí varias veces y pensé: ¿qué puedo decir de los versos de alguien que ha transitado buena parte del camino encontrándose conmigo y sintiendo ambos las mismas ansias de buscar el verso exacto que le dé razón de ser a nuestra terquedad de escribir? Y seguí preguntándome: ¿Por qué hemos escrito tanto y seguimos haciéndolo como si fuéramos a comenzar de nuevo? Me di varias respuestas: porque estamos condenados a ello, o no, porque fuimos bendecidos para ello, o simplemente porque no podemos evitarlo. Es más grande el impulso de acariciar la palabra y enredarla en metáforas de asombro y en barahúndas de oxímoros, que detenernos con un ya es suficiente. No se puede. El maestro Luís Mizar me lo escribió en un poema, en abril del año dos mil: “Se reunirán nuestras palabras para que seamos dueños del silencio, dueños de nuestras sombras”.
José Atuesta ha recorrido el camino sin tomar atajos, siempre sin miedo a los estorbos y sin meta a la vista, ya lo dije, el escritor no tiene meta, no hay punto de llegada, ni se recuerda el de salida, él José , ha andado con el alma abierta para atrapar sonidos perdidos y tallarlos en versos que son melodías de vida, ha rescatado palabras y las ha redimido en insomnios perpetuos y llegado el amanecer las ha anunciado en explosiones que sólo proclaman que la creación sigue, que el poeta vive en la eternidad.
Hoy ese anuncio tiene forma de soneto, esencia de soneto; cuando se pensaba que los dos cuartetos y los dos tercetos se habían quedado suspendidos en la mitad del siglo pasado, en la voz sonámbula de García Lorca, o en la cascada de imágenes de Miguel Hernández y tantos y tantos, aparece en nuestra región con toda la contundencia de su razón de ser a demostrar que no hay versos que pasen de moda. El poema perfecto, fue llamado en una ocasión, el más difícil dentro de la creación literaria aseguraban, atador de impulsos, quizás por su métrica rigurosa, y algo hay de cierto en todo eso, y sólo quien haya transitado por todas las armonías de un verso puede sustraerse de la libertad del ritmo literario actual y encadenarse al pulimento de los endecasílabos.
José Atuesta lo logró, y reconoció quizás en esa manera de hacer poemas “una batalla de palabras cansadas”, al decir de un poeta, pero el maestro Atuesta las refrescó, les brindó solaz y el resultado es la interesante antología Sonetos Vallenatos, que además de ser otro milagro de la palabra es un regalo para el mundo literario.
El sonetista comienza con un homenaje a lo que ha sido su obsesión, su amor intrínseco, su materia prima, su compañera de vida: la palabra. Así lo dice: “No conquista el olvido la memoria /es vencido el mutismo de su imperio, /por la palabra ungida de criterio /en las fases cambiantes de la historia.
/La palabra la raya divisoria /Entre el silencio gris del cautiverio /Y el espejo radiante del misterio /en las voces que anuncian la victoria…”
Y sigue; son treinta poemas a diferentes instancias de la vida, a la finura de las almas, a las tristuras de las sombras, a la eternidad de los instantes. Qué buen libro; mi reconocimiento al maestro y aprovecho para hacer una petición a la vida que ya la hizo el cantautor Jorge Dexter: “…que el soneto siempre nos tome por sorpresa”.