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Columnista - 22 enero, 2019

Colombia se pudre

Después del doloroso atentado en la Escuela General Santander, pensé que los colombianos nos uniríamos para rechazar todas las expresiones de violencia. Así que vi en la marcha del pasado domingo una oportunidad para dejar a un lado la rabia, reencontrarnos como nación y comenzar a construir entre todos un futuro en paz.

Después del doloroso atentado en la Escuela General Santander, pensé que los colombianos nos uniríamos para rechazar todas las expresiones de violencia. Así que vi en la marcha del pasado domingo una oportunidad para dejar a un lado la rabia, reencontrarnos como nación y comenzar a construir entre todos un futuro en paz.
Ante la tragedia de los veintiún estudiantes asesinados por el ELN, hubo muchas expresiones de sensatez y reconciliación. Sí, Duque llamó a la unión del país, varios miembros de la derecha se mostraron dispuestos a ponerle pausa a los pleitos políticos y líderes importantes de la izquierda y del centro como Claudia López, Robledo, Fajardo, Mockus y Navarro Wolf dijeron que saldrían a marchar porque la vida es sagrada.
Sin embargo, estas buenas intenciones no bastaron para acoplarnos como un todo. Los colombianos fuimos incapaces de darnos un abrazo grande, completo. La mezquindad fue superior al afecto humano y al patriotismo. Algunos le sacaron provecho político al atentado y otros cuestionaron la convocatoria a la marcha, que tenía un único propósito: rechazar el terrorismo. Y dijo que D era un paraco porque nunca protestó por los asesinatos de los líderes sociales. D dijo que Y era un guerrillero porque no salía a marchar contra el homicidio de los cadetes.
Los líderes políticos más emblemáticos de la izquierda y la derecha no se quedaron atrás. Uribe usó el atentando para enrostrarle su rabia a Santos: “¡Qué grave que la Paz hubiera sido un proceso de sometimiento del Estado al terrorismo!”. Petro insinuó que la marcha estaba provocando la guerra: “Los respeto en su marcha, pero estaré en la que provoque la paz y no la guerra… no apoyo que más madres y hermanas de policías tengan que llorar porque un gobierno decidió la guerra y no la paz”.
En la marcha de Medellín un señor enfurecido le dijo a un menor de edad que lo iba a pelar porque llevaba puesta una camiseta cuya leyenda decía: “No a la guerra de Duque y Uribe”. Sí, a pelar. A otros muchachos que pedían con sus vallas no más cortinas de humo, ni asesinatos de Estado, ni homicidios de líderes sociales, les gritaron “fuera, fuera, fuera”. Eso mismo le vociferaron a Santos y a Hollman Morris en la caminata de Bogotá, donde también un tipo iracundo le gritó a otros marchantes: “Plomo, no hay negoceo, no se va a negociar, plomo es lo qué hay, plomo es lo que viene… malditos terroristas”.
Los hashtags corroboraron lo viscerales que podemos llegar a ser en los momentos de dolor: #UribeEsElCancerDeColombia, #UribeColombiaEstaContigo, #UribeColombiaNoEstaContigo, #UribeCarroñero, #YoNoMarchoConElUribismo. El país está lleno de rabia, de furia. No hay tiempo ni espacio para reflexionar sobre nuestra realidad, solo nos preocupa tener el arma de la insolencia cargada para disparar nuestra ira al primero que se acerque con ideas distintas. 
Aunque mostramos cara de valientes y agresivos, todos nos estamos muriendo de miedo por dentro. Nuestras reacciones violentas son producto de la desconfianza. Nos sentimos solos, por eso siempre estamos buscando un mesías que nos salve. Colombia está reventada, se pudre. La esperanza ha sido acuchillada por el rencor y la envida. Si en realidad los buenos somos más, llegó el momento de demostrarlo. Quizás el primer paso sea dejar de creer ciegamente en los agitadores que se disfrazan de líderes, esos que repiten huecas consignas para convertir en verdad absoluta sus mentiras, esos que son incapaces de dar su brazo a torcer para enaltecer los intereses de la nación.

Columnista
22 enero, 2019

Colombia se pudre

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Cesar Silva

Después del doloroso atentado en la Escuela General Santander, pensé que los colombianos nos uniríamos para rechazar todas las expresiones de violencia. Así que vi en la marcha del pasado domingo una oportunidad para dejar a un lado la rabia, reencontrarnos como nación y comenzar a construir entre todos un futuro en paz.


Después del doloroso atentado en la Escuela General Santander, pensé que los colombianos nos uniríamos para rechazar todas las expresiones de violencia. Así que vi en la marcha del pasado domingo una oportunidad para dejar a un lado la rabia, reencontrarnos como nación y comenzar a construir entre todos un futuro en paz.
Ante la tragedia de los veintiún estudiantes asesinados por el ELN, hubo muchas expresiones de sensatez y reconciliación. Sí, Duque llamó a la unión del país, varios miembros de la derecha se mostraron dispuestos a ponerle pausa a los pleitos políticos y líderes importantes de la izquierda y del centro como Claudia López, Robledo, Fajardo, Mockus y Navarro Wolf dijeron que saldrían a marchar porque la vida es sagrada.
Sin embargo, estas buenas intenciones no bastaron para acoplarnos como un todo. Los colombianos fuimos incapaces de darnos un abrazo grande, completo. La mezquindad fue superior al afecto humano y al patriotismo. Algunos le sacaron provecho político al atentado y otros cuestionaron la convocatoria a la marcha, que tenía un único propósito: rechazar el terrorismo. Y dijo que D era un paraco porque nunca protestó por los asesinatos de los líderes sociales. D dijo que Y era un guerrillero porque no salía a marchar contra el homicidio de los cadetes.
Los líderes políticos más emblemáticos de la izquierda y la derecha no se quedaron atrás. Uribe usó el atentando para enrostrarle su rabia a Santos: “¡Qué grave que la Paz hubiera sido un proceso de sometimiento del Estado al terrorismo!”. Petro insinuó que la marcha estaba provocando la guerra: “Los respeto en su marcha, pero estaré en la que provoque la paz y no la guerra… no apoyo que más madres y hermanas de policías tengan que llorar porque un gobierno decidió la guerra y no la paz”.
En la marcha de Medellín un señor enfurecido le dijo a un menor de edad que lo iba a pelar porque llevaba puesta una camiseta cuya leyenda decía: “No a la guerra de Duque y Uribe”. Sí, a pelar. A otros muchachos que pedían con sus vallas no más cortinas de humo, ni asesinatos de Estado, ni homicidios de líderes sociales, les gritaron “fuera, fuera, fuera”. Eso mismo le vociferaron a Santos y a Hollman Morris en la caminata de Bogotá, donde también un tipo iracundo le gritó a otros marchantes: “Plomo, no hay negoceo, no se va a negociar, plomo es lo qué hay, plomo es lo que viene… malditos terroristas”.
Los hashtags corroboraron lo viscerales que podemos llegar a ser en los momentos de dolor: #UribeEsElCancerDeColombia, #UribeColombiaEstaContigo, #UribeColombiaNoEstaContigo, #UribeCarroñero, #YoNoMarchoConElUribismo. El país está lleno de rabia, de furia. No hay tiempo ni espacio para reflexionar sobre nuestra realidad, solo nos preocupa tener el arma de la insolencia cargada para disparar nuestra ira al primero que se acerque con ideas distintas. 
Aunque mostramos cara de valientes y agresivos, todos nos estamos muriendo de miedo por dentro. Nuestras reacciones violentas son producto de la desconfianza. Nos sentimos solos, por eso siempre estamos buscando un mesías que nos salve. Colombia está reventada, se pudre. La esperanza ha sido acuchillada por el rencor y la envida. Si en realidad los buenos somos más, llegó el momento de demostrarlo. Quizás el primer paso sea dejar de creer ciegamente en los agitadores que se disfrazan de líderes, esos que repiten huecas consignas para convertir en verdad absoluta sus mentiras, esos que son incapaces de dar su brazo a torcer para enaltecer los intereses de la nación.