Bukele, quien se reconocía como de “extrema izquierda”, luego pasó al centro izquierda con el partido Cambio Democrático y terminó en la Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana) de derecha.
Si algún gobernante latinoamericano ha ocupado titulares en el mundo en los últimos años ha sido Nayib Bukele Ortez, el político con imagen de ‘millennials’ y de dictador ‘cool’ que este 1 de junio inició su segundo mandato como presidente de El Salvador al cambiar la normatividad que impedía la reelección. Hijo de un acaudalado empresario palestino, Nayib tiene experiencia en publicidad y marketing político, aunque no alcanzó a terminar sus estudios universitarios. Ha pasado por todas las líneas ideológicas de su país. Se inició como miembro del equivalente salvadoreño al M19 o las Farc, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), guerrilla que tras desmovilizarse se convirtió en partido político.
Bukele, quien se reconocía como de “extrema izquierda”, luego pasó al centro izquierda con el partido Cambio Democrático y terminó en la Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana) de derecha. Hoy, los analistas políticos lo perfilan como uno de los máximos representantes de la extrema derecha en el continente.
Bukele goza de amplio respaldo de los votantes de su país. Su bandera ha sido la lucha frontal contra las bandas criminales y pandillas, llegando a cifras apreciables de reducción de delitos a través de la construcción de cárceles de alta seguridad y su famoso “Plan control territorial”. Los éxitos estadísticos y de percepción ciudadana de esta política le ha rendido tantos réditos a Bukele que hoy, muchos políticos de derecha ven en él un modelo a emular y así recibir el respaldo en las urnas.
América Latina es una de las regiones del mundo más azotadas por la delincuencia, las pandillas, los atracos, la extorsión, así que si las masas piden mano dura así sea desbordando las líneas de los derechos humanos, siempre saldrá algún candidato a ofertarse como un Bukele para captar esos votos.
Se trata de figuras políticas que están interesadas en los resultados mediáticos de esta política de seguridad sin importar el cómo y las implicaciones. En Colombia, el actual alcalde de Bucaramanga Jaime Andrés Beltrán se vendió en campaña como “El Bukele colombiano” y la estrategia electoral le sirvió, aunque los resultados en seguridad no les favorece. También el polémico y salido de tono ‘influencer’, ahora senador con aspiraciones presidenciales JPe Hernández, se volvió el hazmerreír al hacer creer que fue invitado a la posesión de Bukele y hasta fotos publicó junto al mandatario salvadoreño que resultaron ser un montaje. Evidencias claras que su estrategia futura será presentarse como un Bukele colombiano.
En las marchas contra el gobierno de Petro, cada vez se vuelven más visibles las consignas y mensajes que piden un régimen Bukele, se han convertido esta controversial figura en su referente de buen gobierno, como remplazo de la figura desgastada de Álvaro Uribe y ante la falta de opciones de liderazgo en la derecha criolla.
Ahora bien, qué tan posible y factible es que un gobernante en Colombia pueda implementar un modelo como el “Plan de control territorial” de Bukele. ¿Será que un gobierno de este estilo sí cumple con las expectativas de quienes hoy piden a gritos un Bukele colombiano? Habría que recordar que ya Colombia tuvo una experiencia similar: el “Estatuto de seguridad”, implementado en Colombia cuando Julio César Turbay Ayala fue presidente. Recuerdo que, siendo niño, varias veces fui a parar a los calabozos del ejército o la policía ya que solo estar con un grupo de amigos en la esquina o jugando fútbol en la calle era motivo para detención preventiva, sin orden de un juez; solo por sospecha como en El Salvador donde solo por portar un tatuaje ya se perfila al joven como delincuente. Siendo menor de edad, pasé tres días en el calabozo de la policía porque no pude demostrarle al agente que ya estaba trabajando. Eran tiempos de torturas, falsos positivos, desapariciones forzosas, “ley de fuga”, crímenes de estado, violaciones a los derechos humanos, acciones de las que hoy se acusa al régimen de Bukele.
Si un candidato a alcalde o gobernador promete, como el pastor Beltrán, implementar una política de seguridad a lo Bukele, está engañando al electorado pues nunca podrá cumplir. Por mucho que oficien como jefes de seguridad local y la policía esté bajo su mandato, no pueden implementar privaciones de libertad sin debido proceso, pueden construir cárceles, pero no imponer violaciones a los derechos humanos. Beltrán quiso expulsar a los delincuentes venezolanos, pero ni siquiera eso pudo porque no está dentro de sus competencias. Los bumangueses ven mucho discurso y pocos resultados.
Para que un presidente logre instaurar un régimen a lo Bukele, tendría que reformar la justicia, el régimen carcelario, violar la Constitución Política, la independencia de poderes y el orden institucional del país. Lo contradictorio es que, quienes se oponen al gobierno Petro, supuestamente defienden estos últimos principios y los ven amenazados con el gobierno del cambio, pero piden un presidente que lo haga. También es una contradicción que, el sector industrial y comercial que aupa las marchas y la oposición, pida un Bukele que impide la libertad de precios cuando le da la gana, imponen condiciones desfavorables al comercio para elevar su populismo (similar a Nicolás Maduro). Bukele les declaró la guerra a 6 cadenas de supermercado imponiéndole precios, tiene al país al borde del impago con la banca internacional y de un crecimiento económico del 11,2 % en 2021 se pasó a un pírrico 2,6 % en 2022 y de 2,8 % en 2023 que contraría la tesis que a más seguridad mayor crecimiento económico.
Para garantizar su plan de control, Bukele, como lo han denunciado en El Salvador y las autoridades de Estados Unidos, tuvo que negociar con los cabecillas de las principales bandas, siendo la más conocida la tenebrosa Mara Salvatrucha. Varios de estos cabecillas han sido capturados en Estados Unidos donde se fueron a disfrutar de pensión y feliz retiro, mientras los miles de jóvenes que instrumentalizaron aprovechando su vulnerabilidad están encerrados bajo condiciones inhumanas, sin comunicación con sus familias y sin derecho a un juicio justo. Mientras algunos aquí celebran esto, alzan su voz cuando Petro anunció que en su política de paz total pretendía negociar con los cabecillas de las más poderosas bandas criminales de Colombia.
Hay unas condiciones diferentes en Colombia para un modelo Bukele en seguridad. Somos un país casi 8 veces mayor que El Salvador, con territorios “sin control” a pesar de muchos planes de militarización. Un país con presencia de varios actores armados y no solo pandillas urbanas: varios grupos y frentes guerrilleros, paramilitares, bandas criminales organizadas, delincuencia independiente, grupos de ‘outsourcing’. El fenómeno de los cultivos ilícitos agrega leña al ya incendiado panorama colombiano. Se pueden incrementar los operativos contra pandillas, crear más cárceles, pero no es tan fácil someter a los que están en el monte como lo han demostrado más de 60 años de guerra interna. Si no, que lo diga Uribe Vélez que en 8 años no pudo derrotar a los grupos guerrilleros.
Puede que el plan de Bukele hoy reciba el aplauso de la mayoría de salvadoreños y millones de personas en el mundo, pero las consecuencias futuras no son tan favorables. Una vez se reinstale el estado de derecho y la separación de poderes, será el bolsillo de los ciudadanos que asumirá las cuantiosas demandas por violación a los derechos humanos de este régimen y el “turquito” Nayib pasará de héroe a villano sátrapa perseguido por la Corte Internacional de Justicia y el estigma de dictador violador de los derechos humanos y eso no lo salva los aplausos de la gente.
Un modelo a lo Bukele, resultaría inviable en Colombia a no ser que JPe, Vargas Lleras, Vicky, Polo Polo o la Cabal si es que llegan a la presidencia se conviertan en dictadores, presionando al Congreso y llegando con sus tropas a presionar leyes como hizo Bukele en el 2020; cooptando las cortes y tribunales, irrespetando la separación de poderes, censurando la prensa, haciendo trizas el código penal y violando normas universales y vinculantes de protección a los derechos humanos, es decir, echando al suelo todo lo que dicen defender ahora que son oposición. No hay que comerse ese cuento en las próximas elecciones, no habrá Bukele en Colombia porque no pueden cumplir esa promesa.
Abel Medina Sierra
Bukele, quien se reconocía como de “extrema izquierda”, luego pasó al centro izquierda con el partido Cambio Democrático y terminó en la Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana) de derecha.
Si algún gobernante latinoamericano ha ocupado titulares en el mundo en los últimos años ha sido Nayib Bukele Ortez, el político con imagen de ‘millennials’ y de dictador ‘cool’ que este 1 de junio inició su segundo mandato como presidente de El Salvador al cambiar la normatividad que impedía la reelección. Hijo de un acaudalado empresario palestino, Nayib tiene experiencia en publicidad y marketing político, aunque no alcanzó a terminar sus estudios universitarios. Ha pasado por todas las líneas ideológicas de su país. Se inició como miembro del equivalente salvadoreño al M19 o las Farc, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), guerrilla que tras desmovilizarse se convirtió en partido político.
Bukele, quien se reconocía como de “extrema izquierda”, luego pasó al centro izquierda con el partido Cambio Democrático y terminó en la Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana) de derecha. Hoy, los analistas políticos lo perfilan como uno de los máximos representantes de la extrema derecha en el continente.
Bukele goza de amplio respaldo de los votantes de su país. Su bandera ha sido la lucha frontal contra las bandas criminales y pandillas, llegando a cifras apreciables de reducción de delitos a través de la construcción de cárceles de alta seguridad y su famoso “Plan control territorial”. Los éxitos estadísticos y de percepción ciudadana de esta política le ha rendido tantos réditos a Bukele que hoy, muchos políticos de derecha ven en él un modelo a emular y así recibir el respaldo en las urnas.
América Latina es una de las regiones del mundo más azotadas por la delincuencia, las pandillas, los atracos, la extorsión, así que si las masas piden mano dura así sea desbordando las líneas de los derechos humanos, siempre saldrá algún candidato a ofertarse como un Bukele para captar esos votos.
Se trata de figuras políticas que están interesadas en los resultados mediáticos de esta política de seguridad sin importar el cómo y las implicaciones. En Colombia, el actual alcalde de Bucaramanga Jaime Andrés Beltrán se vendió en campaña como “El Bukele colombiano” y la estrategia electoral le sirvió, aunque los resultados en seguridad no les favorece. También el polémico y salido de tono ‘influencer’, ahora senador con aspiraciones presidenciales JPe Hernández, se volvió el hazmerreír al hacer creer que fue invitado a la posesión de Bukele y hasta fotos publicó junto al mandatario salvadoreño que resultaron ser un montaje. Evidencias claras que su estrategia futura será presentarse como un Bukele colombiano.
En las marchas contra el gobierno de Petro, cada vez se vuelven más visibles las consignas y mensajes que piden un régimen Bukele, se han convertido esta controversial figura en su referente de buen gobierno, como remplazo de la figura desgastada de Álvaro Uribe y ante la falta de opciones de liderazgo en la derecha criolla.
Ahora bien, qué tan posible y factible es que un gobernante en Colombia pueda implementar un modelo como el “Plan de control territorial” de Bukele. ¿Será que un gobierno de este estilo sí cumple con las expectativas de quienes hoy piden a gritos un Bukele colombiano? Habría que recordar que ya Colombia tuvo una experiencia similar: el “Estatuto de seguridad”, implementado en Colombia cuando Julio César Turbay Ayala fue presidente. Recuerdo que, siendo niño, varias veces fui a parar a los calabozos del ejército o la policía ya que solo estar con un grupo de amigos en la esquina o jugando fútbol en la calle era motivo para detención preventiva, sin orden de un juez; solo por sospecha como en El Salvador donde solo por portar un tatuaje ya se perfila al joven como delincuente. Siendo menor de edad, pasé tres días en el calabozo de la policía porque no pude demostrarle al agente que ya estaba trabajando. Eran tiempos de torturas, falsos positivos, desapariciones forzosas, “ley de fuga”, crímenes de estado, violaciones a los derechos humanos, acciones de las que hoy se acusa al régimen de Bukele.
Si un candidato a alcalde o gobernador promete, como el pastor Beltrán, implementar una política de seguridad a lo Bukele, está engañando al electorado pues nunca podrá cumplir. Por mucho que oficien como jefes de seguridad local y la policía esté bajo su mandato, no pueden implementar privaciones de libertad sin debido proceso, pueden construir cárceles, pero no imponer violaciones a los derechos humanos. Beltrán quiso expulsar a los delincuentes venezolanos, pero ni siquiera eso pudo porque no está dentro de sus competencias. Los bumangueses ven mucho discurso y pocos resultados.
Para que un presidente logre instaurar un régimen a lo Bukele, tendría que reformar la justicia, el régimen carcelario, violar la Constitución Política, la independencia de poderes y el orden institucional del país. Lo contradictorio es que, quienes se oponen al gobierno Petro, supuestamente defienden estos últimos principios y los ven amenazados con el gobierno del cambio, pero piden un presidente que lo haga. También es una contradicción que, el sector industrial y comercial que aupa las marchas y la oposición, pida un Bukele que impide la libertad de precios cuando le da la gana, imponen condiciones desfavorables al comercio para elevar su populismo (similar a Nicolás Maduro). Bukele les declaró la guerra a 6 cadenas de supermercado imponiéndole precios, tiene al país al borde del impago con la banca internacional y de un crecimiento económico del 11,2 % en 2021 se pasó a un pírrico 2,6 % en 2022 y de 2,8 % en 2023 que contraría la tesis que a más seguridad mayor crecimiento económico.
Para garantizar su plan de control, Bukele, como lo han denunciado en El Salvador y las autoridades de Estados Unidos, tuvo que negociar con los cabecillas de las principales bandas, siendo la más conocida la tenebrosa Mara Salvatrucha. Varios de estos cabecillas han sido capturados en Estados Unidos donde se fueron a disfrutar de pensión y feliz retiro, mientras los miles de jóvenes que instrumentalizaron aprovechando su vulnerabilidad están encerrados bajo condiciones inhumanas, sin comunicación con sus familias y sin derecho a un juicio justo. Mientras algunos aquí celebran esto, alzan su voz cuando Petro anunció que en su política de paz total pretendía negociar con los cabecillas de las más poderosas bandas criminales de Colombia.
Hay unas condiciones diferentes en Colombia para un modelo Bukele en seguridad. Somos un país casi 8 veces mayor que El Salvador, con territorios “sin control” a pesar de muchos planes de militarización. Un país con presencia de varios actores armados y no solo pandillas urbanas: varios grupos y frentes guerrilleros, paramilitares, bandas criminales organizadas, delincuencia independiente, grupos de ‘outsourcing’. El fenómeno de los cultivos ilícitos agrega leña al ya incendiado panorama colombiano. Se pueden incrementar los operativos contra pandillas, crear más cárceles, pero no es tan fácil someter a los que están en el monte como lo han demostrado más de 60 años de guerra interna. Si no, que lo diga Uribe Vélez que en 8 años no pudo derrotar a los grupos guerrilleros.
Puede que el plan de Bukele hoy reciba el aplauso de la mayoría de salvadoreños y millones de personas en el mundo, pero las consecuencias futuras no son tan favorables. Una vez se reinstale el estado de derecho y la separación de poderes, será el bolsillo de los ciudadanos que asumirá las cuantiosas demandas por violación a los derechos humanos de este régimen y el “turquito” Nayib pasará de héroe a villano sátrapa perseguido por la Corte Internacional de Justicia y el estigma de dictador violador de los derechos humanos y eso no lo salva los aplausos de la gente.
Un modelo a lo Bukele, resultaría inviable en Colombia a no ser que JPe, Vargas Lleras, Vicky, Polo Polo o la Cabal si es que llegan a la presidencia se conviertan en dictadores, presionando al Congreso y llegando con sus tropas a presionar leyes como hizo Bukele en el 2020; cooptando las cortes y tribunales, irrespetando la separación de poderes, censurando la prensa, haciendo trizas el código penal y violando normas universales y vinculantes de protección a los derechos humanos, es decir, echando al suelo todo lo que dicen defender ahora que son oposición. No hay que comerse ese cuento en las próximas elecciones, no habrá Bukele en Colombia porque no pueden cumplir esa promesa.
Abel Medina Sierra