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Columnista - 11 julio, 2017

Clemente Carabalí Serrat

El personaje de que se trata, de orgulloso oficio lotero, con semisaltones ojos y extraviados dice que es la “cuarta maravilla” porque la primera es Carlos Gardel, la segunda el Junior y la tercera el extraordinario ‘Poncho’ Zuleta y este -dice Carabalí- es quien le dice que él es la “cuarta maravilla”. Enseguida con curioso […]

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El personaje de que se trata, de orgulloso oficio lotero, con semisaltones ojos y extraviados dice que es la “cuarta maravilla” porque la primera es Carlos Gardel, la segunda el Junior y la tercera el extraordinario ‘Poncho’ Zuleta y este -dice Carabalí- es quien le dice que él es la “cuarta maravilla”. Enseguida con curioso gesto afirma -¡Soy feo, qué belleza!

El habitad de Carabalí es el entorno del Palacio de Justicia de la ciudad. Un ya viejo edificio cargado de porciones de justicia y de injusticias. De jueces, fiscales y de abogados, probos, decentes, con méritos y de los otros; no de fiar, venales. De servidores judiciales comprometidos y de los otros. De enrarecido aire, pero al mismo tiempo de aceptable intelectualidad jurídica, comportamientos transparentes, neutros, sensibles, pero también de ambientes hostiles. Todos contra todos. Y todas. Carabalí, señala que silenciosa, sigilosa y reservadamente se entera de lo divino y de lo humano, porque deambula de abajo arriba de arriba abajo, de lado a lado por todos los pasillos de la casa de la justicia del Cesar.

Resulta llamativo como se aproxima Carabalí a la caza estratégica de un potencial cliente para lograr su atención. Nunca empieza ofreciendo que se le compre lotería, ¡jamás! sino que, con natural prosopopeya casi siempre hace señas que quiere -con desinterés- saludar, sin ningún ánimo -como no- de ofertar el producto que visiblemente carga en su brazo izquierdo. Emplea en su oficio, “realismo macondiano”.

-A ver, carabalí- cómo anda todo, ¿cómo están las cosas? Le cuento que eso de la descomposición moral y ética se salió de madre, está podrida, porque en Villavicencio -dizque- existe un cartel de jueces y magistrados enredados en corruptelas, el director de fiscalías anticorrupción resultó cochinamente corrupto, el secretario de seguridad de Medellín asociado con sicarios, eso tiene a todo el mundo bailándoles la mollera y comentando indignados (hasta con rabias) esto y aquello y lo demás allá. El ánimo colectivo esta emocionalmente enrarecido. Los juicios éticos son profundos y se exponen con circunspección -a propósito, doctor ¿qué es circunspección?-. Prudencia, seriedad y rectitud -Carabalí-. Ah, alza la manito con el pulgar hacia arriba.

La verdad es que yo no participo de la deliberación pública del carrusel de la corrupción -dice Carabalí, tocándose la barbilla- porque como están las cosas solo me importa subsistir, con los míos. No es egoísmo, ni viveza, sino que aquí lo que no hay es orden y disciplina, respeto a las reglas de convivencia. En los sucesivos dos gobiernos de Uribe y los dos gobiernos de Santos, todo vale, entonces, las huestes de ambos son substancialmente cínicas y deben ser sancionados con el látigo de la no repetición. Elevó los brazos -y dijo apretando los puños- ¡He dicho!

Hace más de veinte años conocí al auténtico Carabalí por intermedio del aprestigiado abogado Alvaro Morón Cuello, quien le tiene especial estima y miramientos, porque rápidamente se solazan con las ocurrencias épicas y agudas de ambos. Las del primero sutil e inteligentemente doctas -cuando Zuleta concentradamente lo escucha (me mira) y repetidamente meneando el índice se toca la punta de la lengua y con ojitos semi-cerrados se muere de risa- las de Carabalí jocosamente ingeniosas. Elementalmente breves, pero penetrantes. Caricaturescas.

-Ah, doctor abogado- anoche soñé con usted y con la doctora, que se iban a ganar la lotería de Medellín -extiende la mano- con este número el 2929 serie 013 -¿qué le parece?- y a continuación entrecierra los ojos ¡si es su gusto, claro está!

Por Hugo Mendoza Guerra

 

 

Columnista
11 julio, 2017

Clemente Carabalí Serrat

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hugo Mendoza

El personaje de que se trata, de orgulloso oficio lotero, con semisaltones ojos y extraviados dice que es la “cuarta maravilla” porque la primera es Carlos Gardel, la segunda el Junior y la tercera el extraordinario ‘Poncho’ Zuleta y este -dice Carabalí- es quien le dice que él es la “cuarta maravilla”. Enseguida con curioso […]


El personaje de que se trata, de orgulloso oficio lotero, con semisaltones ojos y extraviados dice que es la “cuarta maravilla” porque la primera es Carlos Gardel, la segunda el Junior y la tercera el extraordinario ‘Poncho’ Zuleta y este -dice Carabalí- es quien le dice que él es la “cuarta maravilla”. Enseguida con curioso gesto afirma -¡Soy feo, qué belleza!

El habitad de Carabalí es el entorno del Palacio de Justicia de la ciudad. Un ya viejo edificio cargado de porciones de justicia y de injusticias. De jueces, fiscales y de abogados, probos, decentes, con méritos y de los otros; no de fiar, venales. De servidores judiciales comprometidos y de los otros. De enrarecido aire, pero al mismo tiempo de aceptable intelectualidad jurídica, comportamientos transparentes, neutros, sensibles, pero también de ambientes hostiles. Todos contra todos. Y todas. Carabalí, señala que silenciosa, sigilosa y reservadamente se entera de lo divino y de lo humano, porque deambula de abajo arriba de arriba abajo, de lado a lado por todos los pasillos de la casa de la justicia del Cesar.

Resulta llamativo como se aproxima Carabalí a la caza estratégica de un potencial cliente para lograr su atención. Nunca empieza ofreciendo que se le compre lotería, ¡jamás! sino que, con natural prosopopeya casi siempre hace señas que quiere -con desinterés- saludar, sin ningún ánimo -como no- de ofertar el producto que visiblemente carga en su brazo izquierdo. Emplea en su oficio, “realismo macondiano”.

-A ver, carabalí- cómo anda todo, ¿cómo están las cosas? Le cuento que eso de la descomposición moral y ética se salió de madre, está podrida, porque en Villavicencio -dizque- existe un cartel de jueces y magistrados enredados en corruptelas, el director de fiscalías anticorrupción resultó cochinamente corrupto, el secretario de seguridad de Medellín asociado con sicarios, eso tiene a todo el mundo bailándoles la mollera y comentando indignados (hasta con rabias) esto y aquello y lo demás allá. El ánimo colectivo esta emocionalmente enrarecido. Los juicios éticos son profundos y se exponen con circunspección -a propósito, doctor ¿qué es circunspección?-. Prudencia, seriedad y rectitud -Carabalí-. Ah, alza la manito con el pulgar hacia arriba.

La verdad es que yo no participo de la deliberación pública del carrusel de la corrupción -dice Carabalí, tocándose la barbilla- porque como están las cosas solo me importa subsistir, con los míos. No es egoísmo, ni viveza, sino que aquí lo que no hay es orden y disciplina, respeto a las reglas de convivencia. En los sucesivos dos gobiernos de Uribe y los dos gobiernos de Santos, todo vale, entonces, las huestes de ambos son substancialmente cínicas y deben ser sancionados con el látigo de la no repetición. Elevó los brazos -y dijo apretando los puños- ¡He dicho!

Hace más de veinte años conocí al auténtico Carabalí por intermedio del aprestigiado abogado Alvaro Morón Cuello, quien le tiene especial estima y miramientos, porque rápidamente se solazan con las ocurrencias épicas y agudas de ambos. Las del primero sutil e inteligentemente doctas -cuando Zuleta concentradamente lo escucha (me mira) y repetidamente meneando el índice se toca la punta de la lengua y con ojitos semi-cerrados se muere de risa- las de Carabalí jocosamente ingeniosas. Elementalmente breves, pero penetrantes. Caricaturescas.

-Ah, doctor abogado- anoche soñé con usted y con la doctora, que se iban a ganar la lotería de Medellín -extiende la mano- con este número el 2929 serie 013 -¿qué le parece?- y a continuación entrecierra los ojos ¡si es su gusto, claro está!

Por Hugo Mendoza Guerra