Mientras trabajaba en uno de esos empleos ocasionales, tan necesarios para mantenerse en un país extraño en aras de construir el sueño de estudiar o vivir nuevas experiencias, en mi caso en Italia; un compañero italiano cuando se enteró de dónde venía me dijo: “¿Colombia? Ciao Pablo Escobar, tú eres Pablo Escobar.”
Mientras trabajaba en uno de esos empleos ocasionales, tan necesarios para mantenerse en un país extraño en aras de construir el sueño de estudiar o vivir nuevas experiencias, en mi caso en Italia; un compañero italiano cuando se enteró de dónde venía me dijo: “¿Colombia? Ciao Pablo Escobar, tú eres Pablo Escobar.” También una marroquí me preguntó: ¿En Colombia se consigue coca en todas partes? Al principio es fuerte, sentí la estigmatización con la que hemos tenido que lidiar los colombianos en el exterior por el siniestro recuerdo de Escobar y el Cartel de Medellín, ese que bañó de sangre al país, en la época más difícil de nuestro pasado reciente. Mis compañeros no lo hicieron con la intención de ofenderme, comentarios incitados por el manejo que le ha dado al tema el mundo cinematográfico, el morbo que genera la coca y un capo que logró reconocimiento mundial por su barbarie. Intenté explicarles lo que significó para el país Pablo Escobar y que ya las nuevas generaciones no lo ven como un ídolo, pero seguían interesados en que les contara cómo una persona logró arrodillar a todo un Estado, como pudo poner a temblar a EE. UU., con la coca, los detalles de sus escapes y las avionetas que usaba y la razón por la que aún en Medellín hay quienes lo defienden.
Entendí que era inútil seguir tratando de explicarles y me pregunté: ¿Por qué sigue perenne el recuerdo de semejante monstruo con tanta referencia buena y hermosa que tiene el país? Tenemos costa en dos océanos, el incomparable realismo mágico de García Márquez, somos el segundo país más biodiverso del mundo, tenemos folclor, tres cordilleras, agua por todas partes, gente maravillosa, una parte del pulmón del mundo, en fin, la columna no sería suficiente si pretendiera resaltar todas las bondades de Colombia. Me tocó aceptar que es una realidad inocultable, el narcotráfico está ahí y Pablo Escobar sigue vivo, una sombra que nos persigue, un icono del mal, como Al Capone para los gringos o El Padrino para los italianos.
Las recientes cifras de la ONU son tremendamente reveladoras, indican que estamos en el peor momento del narcotráfico. El expresidente Duque nos dejó la medio bobadita de un ascenso al 43% en cultivos de coca, que se traduce en 205.000 hectáreas cultivadas, una verdadera locura. Colombia es un paraíso de coca, aunque nos duela, como dijo sabiamente Alejandro Ordóñez: “Estamos nadando en coca”, siendo Nariño, Norte de Santander y Putumayo los departamentos más afectados con el 62% de su área cultivada.
Hoy, los narcos llegan a un récord histórico de producción, 1.400 toneladas que abastecen especialmente el mercado de EE. UU., y Europa. Un panorama que empeora con la trepada del dólar a $5.000 porque las ganancias, serán aún mayores; de 37 billones de pesos que están facturando, podrían pasar a 55 billones, algo inmanejable; con esa cantidad de dinero es más fácil sobornar policías, penetrar cualquier puerto y llegar tranquilamente a los centros de consumo sin ningún problema; además de generar una verdadera industria de lavado por todo el país con negocios de fachada, como los recién allanados almacenes Tierra Santa, centros de lavado de dólares a gran escala. Cada día es más evidente que la guerra al narcotráfico se perdió, el anuncio del presidente Joe Biden sobre flexibilizar la marihuana en EEUU va en ese sentido, pero es necesario ir más allá, pensar en la legalización y eso solo se puede lograr abriendo el debate, como lo está haciendo el presidente Gustavo Petro, su discurso en la ONU fue tremendamente elocuente y sincero, mientras Colombia y sus aliados en esta lucha no cambien la dinámica, el negocio seguirá más fuerte. Los campesinos no tendrán ningún incentivo para sustituir un cultivo mucho más rentable que los cultivos tradicionales legales.
JACOBO SOLANO C.
Mientras trabajaba en uno de esos empleos ocasionales, tan necesarios para mantenerse en un país extraño en aras de construir el sueño de estudiar o vivir nuevas experiencias, en mi caso en Italia; un compañero italiano cuando se enteró de dónde venía me dijo: “¿Colombia? Ciao Pablo Escobar, tú eres Pablo Escobar.”
Mientras trabajaba en uno de esos empleos ocasionales, tan necesarios para mantenerse en un país extraño en aras de construir el sueño de estudiar o vivir nuevas experiencias, en mi caso en Italia; un compañero italiano cuando se enteró de dónde venía me dijo: “¿Colombia? Ciao Pablo Escobar, tú eres Pablo Escobar.” También una marroquí me preguntó: ¿En Colombia se consigue coca en todas partes? Al principio es fuerte, sentí la estigmatización con la que hemos tenido que lidiar los colombianos en el exterior por el siniestro recuerdo de Escobar y el Cartel de Medellín, ese que bañó de sangre al país, en la época más difícil de nuestro pasado reciente. Mis compañeros no lo hicieron con la intención de ofenderme, comentarios incitados por el manejo que le ha dado al tema el mundo cinematográfico, el morbo que genera la coca y un capo que logró reconocimiento mundial por su barbarie. Intenté explicarles lo que significó para el país Pablo Escobar y que ya las nuevas generaciones no lo ven como un ídolo, pero seguían interesados en que les contara cómo una persona logró arrodillar a todo un Estado, como pudo poner a temblar a EE. UU., con la coca, los detalles de sus escapes y las avionetas que usaba y la razón por la que aún en Medellín hay quienes lo defienden.
Entendí que era inútil seguir tratando de explicarles y me pregunté: ¿Por qué sigue perenne el recuerdo de semejante monstruo con tanta referencia buena y hermosa que tiene el país? Tenemos costa en dos océanos, el incomparable realismo mágico de García Márquez, somos el segundo país más biodiverso del mundo, tenemos folclor, tres cordilleras, agua por todas partes, gente maravillosa, una parte del pulmón del mundo, en fin, la columna no sería suficiente si pretendiera resaltar todas las bondades de Colombia. Me tocó aceptar que es una realidad inocultable, el narcotráfico está ahí y Pablo Escobar sigue vivo, una sombra que nos persigue, un icono del mal, como Al Capone para los gringos o El Padrino para los italianos.
Las recientes cifras de la ONU son tremendamente reveladoras, indican que estamos en el peor momento del narcotráfico. El expresidente Duque nos dejó la medio bobadita de un ascenso al 43% en cultivos de coca, que se traduce en 205.000 hectáreas cultivadas, una verdadera locura. Colombia es un paraíso de coca, aunque nos duela, como dijo sabiamente Alejandro Ordóñez: “Estamos nadando en coca”, siendo Nariño, Norte de Santander y Putumayo los departamentos más afectados con el 62% de su área cultivada.
Hoy, los narcos llegan a un récord histórico de producción, 1.400 toneladas que abastecen especialmente el mercado de EE. UU., y Europa. Un panorama que empeora con la trepada del dólar a $5.000 porque las ganancias, serán aún mayores; de 37 billones de pesos que están facturando, podrían pasar a 55 billones, algo inmanejable; con esa cantidad de dinero es más fácil sobornar policías, penetrar cualquier puerto y llegar tranquilamente a los centros de consumo sin ningún problema; además de generar una verdadera industria de lavado por todo el país con negocios de fachada, como los recién allanados almacenes Tierra Santa, centros de lavado de dólares a gran escala. Cada día es más evidente que la guerra al narcotráfico se perdió, el anuncio del presidente Joe Biden sobre flexibilizar la marihuana en EEUU va en ese sentido, pero es necesario ir más allá, pensar en la legalización y eso solo se puede lograr abriendo el debate, como lo está haciendo el presidente Gustavo Petro, su discurso en la ONU fue tremendamente elocuente y sincero, mientras Colombia y sus aliados en esta lucha no cambien la dinámica, el negocio seguirá más fuerte. Los campesinos no tendrán ningún incentivo para sustituir un cultivo mucho más rentable que los cultivos tradicionales legales.
JACOBO SOLANO C.