Y simplemente tras una llamada presidencial el cielo chocoano que se eleva sobre el Pacífico se oscureció con el ruido de los motores de las águilas metálicas que surcaron el firmamento buscando un descampado dónde anidar. De sus vientres emergieron hombres camuflados que se mimetizaron con la naturaleza no más entrar en contacto con ella […]
Y simplemente tras una llamada presidencial el cielo chocoano que se eleva sobre el Pacífico se oscureció con el ruido de los motores de las águilas metálicas que surcaron el firmamento buscando un descampado dónde anidar. De sus vientres emergieron hombres camuflados que se mimetizaron con la naturaleza no más entrar en contacto con ella y establecieron su base de operaciones para soltar a los sabuesos que darían inicio al rastreo incansable del General Alzate. Con cientos de ojos expectantes al más mínimo movimiento de cualquier hoja seca llevada por el viento, en cuestión de horas, Chocó era sin lugar a dudas el lugar más seguro de Colombia.
Pero entonces vino la liberación con la parafernalia, las fotos y todo lo demás que se ha debatido hasta la saciedad de las glándulas salivales esta semana. Que por qué esto, que para qué lo otro, que si sí, que si no, que si seguimos, que si paramos, preguntas válidas que muchos se hacen y con respuestas variopintas que no podrán dejar a todos felices. Pero pocos han escuchado el clamor desesperado e impotente de los habitantes del más anónimo de los departamentos de nuestro país. Con cada oportunidad de acercarse a una cámara o un micrófono durante esas horas tensas, el pueblo chocoano solo pedía que no lo arrojaran al olvido, que su realidad no fuera solo el telón de fondo para un histriónico gesto de supuesta buena voluntad.
Entonces los hércules alados alzaron vuelo llevando dentro de sí la preciada carga, oscureciendo el sol de Quibdó y sus alrededores una vez más, y Chocó no siguió siendo más que el Chocó que todos desconocemos. El que marca muy poco rating como para apoyarlo, el que ningún político menciona salvo para símiles de perfumes y bollos, el que a nadie le duele por percibirlo lejano ni recuerda más que por una reina de belleza y un grupo musical. El Chocó real que se siente más colombiano que todos nosotros, pero al que sentimos menos colombiano que nadie. Esa hermosa tierra que se pudre en silencio con su gente y su potencial.
Aun así, la indiferencia con la cual nuestro país ha tratado al Chocó no es de hoy, ni de esta administración ni de la anterior ni de la que le antecedió a esa, es una cuestión estructural e histórica que cuatrienio tras cuatrienio se arraiga en un territorio que para muchos debe ser segmentado entre Antioquia y el Valle del Cauca antes que ser salvado. Sin representantes en el Gobierno, líderes positivos influyentes en los ámbitos nacionales ni una clase política realmente preocupada por los problemas que allí tienen el caldo de cultivo perfecto para eclosionar, el Chocó parece condenado a ser solo lo que es y nunca llegará a saber lo que pudo ser.
Después del General, Chocó seguirá siendo ese rincón de la tierra abandonado de la mano de Dios que solo espera por un nuevo evento mediático dentro de sus límites para recordarnos que todavía existe y que se está muriendo.
[email protected]
@FuadChacon
Y simplemente tras una llamada presidencial el cielo chocoano que se eleva sobre el Pacífico se oscureció con el ruido de los motores de las águilas metálicas que surcaron el firmamento buscando un descampado dónde anidar. De sus vientres emergieron hombres camuflados que se mimetizaron con la naturaleza no más entrar en contacto con ella […]
Y simplemente tras una llamada presidencial el cielo chocoano que se eleva sobre el Pacífico se oscureció con el ruido de los motores de las águilas metálicas que surcaron el firmamento buscando un descampado dónde anidar. De sus vientres emergieron hombres camuflados que se mimetizaron con la naturaleza no más entrar en contacto con ella y establecieron su base de operaciones para soltar a los sabuesos que darían inicio al rastreo incansable del General Alzate. Con cientos de ojos expectantes al más mínimo movimiento de cualquier hoja seca llevada por el viento, en cuestión de horas, Chocó era sin lugar a dudas el lugar más seguro de Colombia.
Pero entonces vino la liberación con la parafernalia, las fotos y todo lo demás que se ha debatido hasta la saciedad de las glándulas salivales esta semana. Que por qué esto, que para qué lo otro, que si sí, que si no, que si seguimos, que si paramos, preguntas válidas que muchos se hacen y con respuestas variopintas que no podrán dejar a todos felices. Pero pocos han escuchado el clamor desesperado e impotente de los habitantes del más anónimo de los departamentos de nuestro país. Con cada oportunidad de acercarse a una cámara o un micrófono durante esas horas tensas, el pueblo chocoano solo pedía que no lo arrojaran al olvido, que su realidad no fuera solo el telón de fondo para un histriónico gesto de supuesta buena voluntad.
Entonces los hércules alados alzaron vuelo llevando dentro de sí la preciada carga, oscureciendo el sol de Quibdó y sus alrededores una vez más, y Chocó no siguió siendo más que el Chocó que todos desconocemos. El que marca muy poco rating como para apoyarlo, el que ningún político menciona salvo para símiles de perfumes y bollos, el que a nadie le duele por percibirlo lejano ni recuerda más que por una reina de belleza y un grupo musical. El Chocó real que se siente más colombiano que todos nosotros, pero al que sentimos menos colombiano que nadie. Esa hermosa tierra que se pudre en silencio con su gente y su potencial.
Aun así, la indiferencia con la cual nuestro país ha tratado al Chocó no es de hoy, ni de esta administración ni de la anterior ni de la que le antecedió a esa, es una cuestión estructural e histórica que cuatrienio tras cuatrienio se arraiga en un territorio que para muchos debe ser segmentado entre Antioquia y el Valle del Cauca antes que ser salvado. Sin representantes en el Gobierno, líderes positivos influyentes en los ámbitos nacionales ni una clase política realmente preocupada por los problemas que allí tienen el caldo de cultivo perfecto para eclosionar, el Chocó parece condenado a ser solo lo que es y nunca llegará a saber lo que pudo ser.
Después del General, Chocó seguirá siendo ese rincón de la tierra abandonado de la mano de Dios que solo espera por un nuevo evento mediático dentro de sus límites para recordarnos que todavía existe y que se está muriendo.
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@FuadChacon