Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 10 febrero, 2022

Chente en carnaval

Cada vez que se daban noticias sobre las dificultades de salud de Vicente Fernández recordaba una anécdota que viví con él un sábado de carnaval en Barranquilla. Lamenté profundamente su muerte en el Hospital Country de Guadalajara a los 81 años por un colapso de su corazón y pulmones. Mi impresión fue porque compartí con él casi dos horas, recordaba su calidad humana y su profesionalismo durante esa noche en la ciudad de Barranquilla.

Cada vez que se daban noticias sobre las dificultades de salud de Vicente Fernández recordaba una anécdota que viví con él un sábado de carnaval en Barranquilla. Lamenté profundamente su muerte en el Hospital Country de Guadalajara a los 81 años por un colapso de su corazón y pulmones. Mi impresión fue porque compartí con él casi dos horas, recordaba su calidad humana y su profesionalismo durante esa noche en la ciudad de Barranquilla.

Efectivamente, el sábado de carnaval de febrero del año 2009 hubo un super concierto, organizado por empresarios barranquilleros encabezados por Guillo Mendoza, fue invitado especial Vicente Fernández como figura central y la música ranchera mexicana como nuevo protagonista. Siempre los conciertos de carnaval atraen multitudes presentando las mejores orquestas de merengue, salsa, música colombiana, pero por primera vez la ranchera era el principal atractivo. Muchos habían pronosticado un fracaso de taquilla por lo poco usual de ese género musical en carnavales. Pero, fue exactamente lo contrario. Hubo mucha expectativa y lleno a reventar con una fanaticada muy entusiasta que esperó pacientemente la presencia de Vicente Fernández, por ser de las voces más reconocidas precisamente de la ranchera mexicana y de la música en Hispanoamérica.

Los organizadores solicitaron a la Gobernación del Atlántico hacerle un homenaje y un reconocimiento especial a Vicente Fernández, y como gobernador me comprometí a entregar esa noche un decreto en el cual exaltábamos su presencia en la ciudad y hacíamos un reconocimiento a su labor artística.

Cuando llegué al concierto en el estadio Romelio Martínez, los organizadores me pidieron el favor de esperar porque estaban otras orquestas en la tarima, y Vicente Fernández como artista principal se presentaría a las 11:00 p.m. Me condujeron hacia el camerino muy cómodo que le habían preparado a Chente, tenía frutas, picadas y tequila. Me recibió con mucha gentileza, me sentó a su lado y conversamos durante casi dos horas sobre sus triunfos, sobre su carrera, su repertorio de canciones obligadas donde fuese. Se interesó mucho en la política de Colombia y comentó aspectos de su vida artística y anécdotas personales por demás muy interesantes.

Sin embargo, confieso que me llegué a preocupar durante nuestra conversación porque noté que su voz estaba afectada, muy apagada, con mucha carraspera y dificultad. Hablaba con susurros y con gestos muy calmados, yo pensaba que iba a tener problemas para salir al escenario y enfrentar la multitud que lo aguardaba y esperaba de él un concierto, hasta creí que podría tener dificultades. Incluso llegué a pensar cómo debíamos manejar una reacción del público. Durante el tiempo que hablamos, muy amenamente, cada vez más notaba su dificultad para conversar.

Llegó el momento decisivo de salir a la tarima, obviamente le hicimos el homenaje de la Gobernación y entregamos el decreto de exaltación, que agradeció públicamente. Cuando cogió el micrófono para dirigirse a la multitud habló y explicó su emoción por la invitación con su voz un poco apagada igual a la que tenía conversando. Pero, qué sorpresa, apenas empezó a cantar se transformó sustancialmente y se agigantó en el escenario, cantó y salió con un chorro de voz impresionante que cautivó a la multitud de manera muy especial. Interpretó todo su repertorio: ‘Mujeres divinas’, ‘El rey’, ‘Estos celos’, ‘Volver volver’, haciendo gala de su genio artístico. 

Estaba cuidando y reservando su voz para el concierto como el artista más experimentado.

Por Eduardo Verano de La Rosa

Columnista
10 febrero, 2022

Chente en carnaval

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eduardo Verano De La Rosa

Cada vez que se daban noticias sobre las dificultades de salud de Vicente Fernández recordaba una anécdota que viví con él un sábado de carnaval en Barranquilla. Lamenté profundamente su muerte en el Hospital Country de Guadalajara a los 81 años por un colapso de su corazón y pulmones. Mi impresión fue porque compartí con él casi dos horas, recordaba su calidad humana y su profesionalismo durante esa noche en la ciudad de Barranquilla.


Cada vez que se daban noticias sobre las dificultades de salud de Vicente Fernández recordaba una anécdota que viví con él un sábado de carnaval en Barranquilla. Lamenté profundamente su muerte en el Hospital Country de Guadalajara a los 81 años por un colapso de su corazón y pulmones. Mi impresión fue porque compartí con él casi dos horas, recordaba su calidad humana y su profesionalismo durante esa noche en la ciudad de Barranquilla.

Efectivamente, el sábado de carnaval de febrero del año 2009 hubo un super concierto, organizado por empresarios barranquilleros encabezados por Guillo Mendoza, fue invitado especial Vicente Fernández como figura central y la música ranchera mexicana como nuevo protagonista. Siempre los conciertos de carnaval atraen multitudes presentando las mejores orquestas de merengue, salsa, música colombiana, pero por primera vez la ranchera era el principal atractivo. Muchos habían pronosticado un fracaso de taquilla por lo poco usual de ese género musical en carnavales. Pero, fue exactamente lo contrario. Hubo mucha expectativa y lleno a reventar con una fanaticada muy entusiasta que esperó pacientemente la presencia de Vicente Fernández, por ser de las voces más reconocidas precisamente de la ranchera mexicana y de la música en Hispanoamérica.

Los organizadores solicitaron a la Gobernación del Atlántico hacerle un homenaje y un reconocimiento especial a Vicente Fernández, y como gobernador me comprometí a entregar esa noche un decreto en el cual exaltábamos su presencia en la ciudad y hacíamos un reconocimiento a su labor artística.

Cuando llegué al concierto en el estadio Romelio Martínez, los organizadores me pidieron el favor de esperar porque estaban otras orquestas en la tarima, y Vicente Fernández como artista principal se presentaría a las 11:00 p.m. Me condujeron hacia el camerino muy cómodo que le habían preparado a Chente, tenía frutas, picadas y tequila. Me recibió con mucha gentileza, me sentó a su lado y conversamos durante casi dos horas sobre sus triunfos, sobre su carrera, su repertorio de canciones obligadas donde fuese. Se interesó mucho en la política de Colombia y comentó aspectos de su vida artística y anécdotas personales por demás muy interesantes.

Sin embargo, confieso que me llegué a preocupar durante nuestra conversación porque noté que su voz estaba afectada, muy apagada, con mucha carraspera y dificultad. Hablaba con susurros y con gestos muy calmados, yo pensaba que iba a tener problemas para salir al escenario y enfrentar la multitud que lo aguardaba y esperaba de él un concierto, hasta creí que podría tener dificultades. Incluso llegué a pensar cómo debíamos manejar una reacción del público. Durante el tiempo que hablamos, muy amenamente, cada vez más notaba su dificultad para conversar.

Llegó el momento decisivo de salir a la tarima, obviamente le hicimos el homenaje de la Gobernación y entregamos el decreto de exaltación, que agradeció públicamente. Cuando cogió el micrófono para dirigirse a la multitud habló y explicó su emoción por la invitación con su voz un poco apagada igual a la que tenía conversando. Pero, qué sorpresa, apenas empezó a cantar se transformó sustancialmente y se agigantó en el escenario, cantó y salió con un chorro de voz impresionante que cautivó a la multitud de manera muy especial. Interpretó todo su repertorio: ‘Mujeres divinas’, ‘El rey’, ‘Estos celos’, ‘Volver volver’, haciendo gala de su genio artístico. 

Estaba cuidando y reservando su voz para el concierto como el artista más experimentado.

Por Eduardo Verano de La Rosa