A sus 70 años, cuando muchos ya han dejado de hacer planes a largo plazo, Luis Villalobos caminó una vez más hacia la Institución Educativa Ernestina Pantoja, jornada nocturna, en Tamalameque.
Esta vez no llevaba cuadernos bajo el brazo, sino el orgullo discreto de quien, después de décadas de trabajo y cansancio, por fin escucha su nombre en una ceremonia de graduación. Ese día, Luis no solo recibió un título: cerró una deuda pendiente consigo mismo.
Durante años, fue el hombre de los mandados, el de los oficios varios, el que todos conocían por su carácter tranquilo y su talante noble. La vida, sin embargo, nunca le había dado la oportunidad de terminar el bachillerato.
“No fue fácil”
Hasta que un día, sin hacer ruido, tomó una decisión que le cambió la rutina: volver al aula. Sabía que no sería fácil; él mismo admitía que “la cabeza ya no es la misma”, que memorizar fórmulas y fechas se le hacía más cuesta arriba que a sus compañeros más jóvenes.
De día se ganaba la vida en la calle; de noche, se sentaba frente al tablero, tratando de seguir el ritmo de clases que parecían pensadas para otros tiempos, no para alguien que ya carga siete décadas en el cuerpo. Hubo días en que el cansancio lo invitó a quedarse en casa, pero pudo más la idea de verse con un diploma entre las manos. Paso a paso, tarea tras tarea, Luis fue armando su propio camino de regreso a la escuela.
Su constancia no hizo ruido, pero sí dejó huella. En el salón, algunos lo miraban como a un compañero más; otros, como a un ejemplo que nadie necesitaba enmarcar en frases grandilocuentes. Bastaba verlo llegar puntal, escuchar sus preguntas, notar cómo luchaba por no dormirse después de una jornada larga. Cuando por fin se supo que se graduaría, su historia salió del aula y se hizo viral: cientos de mensajes en redes sociales celebraron el logro del hombre que se negó a rendirse ante la edad.
