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Columnista - 16 marzo, 2013

Central de urgencias

Con tu celular le tomas fotos a tu papá. La divinidad se posa en las criaturas al compensar su fragilidad con gracia. Cuando ves a tu papá parestésico, tendido sobre una camilla inerte, impotente, solo se te ocurre darle besitos en las mejillas y abrazarlo

Boton Wpp

 Por: Jarol Ferreira Acosta

 

“Uno, un hombre, es un cagajón que flota en el océano de la vida.”

Tomás González

 

Con tu celular le tomas fotos a tu papá. La divinidad se posa en las criaturas al compensar su fragilidad con gracia. Cuando ves a tu papá parestésico, tendido sobre una camilla inerte, impotente, solo se te ocurre darle besitos en las mejillas y abrazarlo; intentando auto consolarte a través de consolarlo a él, que siempre ha tenido la mejor actitud hasta en los peores momentos; incluso en este, en donde por raticos luce medio vencido y sin embargo trata de sonreírte, como diciéndote que está bien, que no te preocupes.

 

Ya instalado en el pasillo, al lado de la camilla, en medio del pánico por el diagnóstico que se avecina, te llama la atención como la mayoría de médicos ocupan más tiempo frente a los monitores de los computadores que frente a los pacientes, que parecen simples accesorios del sistema; es como si llenar fichas fuera su función y ver gente desesperada por sus padecimientos físicos y morales, lo accesorio al oficio.

 

Por ejemplo: Llega una muchacha envuelta en una cobija, temblando y pálida, sostenida del desfallecimiento por los brazos de su acudiente septuagenaria. La muchacha y su cuidadora deben esperar a llenar el ingreso al lugar, sacar fotocopias y demás, antes de pasar a tomar su turno y recibir atención médica.

 

Porque en Valledupar, en el mundo, hay más gente enferma que sana y eso hace de la salud un negocio redondo inmenso, basado en leyes que producen dinero para una minoría riquísima: verdaderos vampiros. Pasa el tiempo y nada que atienden a la muchacha los médicos, que no dan abasto porque las enfermedades conservan los pabellones, como en la guerra, atestados de gente adolorida que daría lo que tuviera por salir de su malestar.

 

Con razón tu mamá quería que fueras médico; claro, toda madre sabe que esta vida es enfermedad y muerte, sufrimiento y dolor ¿qué oficio podría ser más rentable? así como los secuestrados desarrollan enamoramiento hacia sus captores, también enfermos y cuidadores, desarrollamos necesidad de quien pueda aliviar el padecimiento lo más pronto posible.

 

En resumidas cuentas: la muchacha finalmente se desvanece, su cuidadora empieza a dar alaridos de desesperación y ahí si corren los encargados a socorrerla; no sabes si demasiado tarde o no, porque no eres capaz de salir a curiosear a la sala de espera, tienes ya suficiente con tu propio drama en urgencias.

 

Parece que hizo un ACV (accidente cerebro vascular), te dice sin siquiera mirarte a la cara, con la boca llena, una médica de la central de urgencias de la clínica, mientras mastica el pedazo de carne guisada del cual sostiene el resto en la misma mano con la que llena datos en un computador obsoleto.

 

(Después la ves por ahí en la clínica, subiendo escaleras, enrostrándote a ti y a los transeúntes deprimidos de la clínica, su ropa interior forrada sobre el pantalón: un calzón flojo que más parece un pañal desechable usado, que se le marca sobre el uniforme rosado vómito que usa al deambular entre la central de urgencias y los pisos del centro médico; rumiando carne roja como una vaca caníbal. Menos mal salva la patria un médico de la vieja guardia invocado por una incondicional que acudió a tu plegaria telefónica.

 

Ella se acuerda del doctor Ca, lo llama y él responde: un galeno que se toma su tiempo para estar con el paciente, hablar con los familiares y ser un apoyo no solo científico sino también emocional y moral, a veces tan o más necesario que el mismo soporte físico del enfermo para su recuperación. Al doctor Ca lo llamas así para proteger su pudor y porque sabes que adora a Kafka y sus personajes…

 

 

Columnista
16 marzo, 2013

Central de urgencias

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Con tu celular le tomas fotos a tu papá. La divinidad se posa en las criaturas al compensar su fragilidad con gracia. Cuando ves a tu papá parestésico, tendido sobre una camilla inerte, impotente, solo se te ocurre darle besitos en las mejillas y abrazarlo


 Por: Jarol Ferreira Acosta

 

“Uno, un hombre, es un cagajón que flota en el océano de la vida.”

Tomás González

 

Con tu celular le tomas fotos a tu papá. La divinidad se posa en las criaturas al compensar su fragilidad con gracia. Cuando ves a tu papá parestésico, tendido sobre una camilla inerte, impotente, solo se te ocurre darle besitos en las mejillas y abrazarlo; intentando auto consolarte a través de consolarlo a él, que siempre ha tenido la mejor actitud hasta en los peores momentos; incluso en este, en donde por raticos luce medio vencido y sin embargo trata de sonreírte, como diciéndote que está bien, que no te preocupes.

 

Ya instalado en el pasillo, al lado de la camilla, en medio del pánico por el diagnóstico que se avecina, te llama la atención como la mayoría de médicos ocupan más tiempo frente a los monitores de los computadores que frente a los pacientes, que parecen simples accesorios del sistema; es como si llenar fichas fuera su función y ver gente desesperada por sus padecimientos físicos y morales, lo accesorio al oficio.

 

Por ejemplo: Llega una muchacha envuelta en una cobija, temblando y pálida, sostenida del desfallecimiento por los brazos de su acudiente septuagenaria. La muchacha y su cuidadora deben esperar a llenar el ingreso al lugar, sacar fotocopias y demás, antes de pasar a tomar su turno y recibir atención médica.

 

Porque en Valledupar, en el mundo, hay más gente enferma que sana y eso hace de la salud un negocio redondo inmenso, basado en leyes que producen dinero para una minoría riquísima: verdaderos vampiros. Pasa el tiempo y nada que atienden a la muchacha los médicos, que no dan abasto porque las enfermedades conservan los pabellones, como en la guerra, atestados de gente adolorida que daría lo que tuviera por salir de su malestar.

 

Con razón tu mamá quería que fueras médico; claro, toda madre sabe que esta vida es enfermedad y muerte, sufrimiento y dolor ¿qué oficio podría ser más rentable? así como los secuestrados desarrollan enamoramiento hacia sus captores, también enfermos y cuidadores, desarrollamos necesidad de quien pueda aliviar el padecimiento lo más pronto posible.

 

En resumidas cuentas: la muchacha finalmente se desvanece, su cuidadora empieza a dar alaridos de desesperación y ahí si corren los encargados a socorrerla; no sabes si demasiado tarde o no, porque no eres capaz de salir a curiosear a la sala de espera, tienes ya suficiente con tu propio drama en urgencias.

 

Parece que hizo un ACV (accidente cerebro vascular), te dice sin siquiera mirarte a la cara, con la boca llena, una médica de la central de urgencias de la clínica, mientras mastica el pedazo de carne guisada del cual sostiene el resto en la misma mano con la que llena datos en un computador obsoleto.

 

(Después la ves por ahí en la clínica, subiendo escaleras, enrostrándote a ti y a los transeúntes deprimidos de la clínica, su ropa interior forrada sobre el pantalón: un calzón flojo que más parece un pañal desechable usado, que se le marca sobre el uniforme rosado vómito que usa al deambular entre la central de urgencias y los pisos del centro médico; rumiando carne roja como una vaca caníbal. Menos mal salva la patria un médico de la vieja guardia invocado por una incondicional que acudió a tu plegaria telefónica.

 

Ella se acuerda del doctor Ca, lo llama y él responde: un galeno que se toma su tiempo para estar con el paciente, hablar con los familiares y ser un apoyo no solo científico sino también emocional y moral, a veces tan o más necesario que el mismo soporte físico del enfermo para su recuperación. Al doctor Ca lo llamas así para proteger su pudor y porque sabes que adora a Kafka y sus personajes…