El artista es por naturaleza un ser de espíritu rebelde, capaz de percibir los misterios de la luz y de la sombra, los sonidos del dolor y los motivos de la fiesta; en su mente emerge el poder de la imaginación, fuente liberadora que vence las ataduras del conformismo. Leandro Díaz, libre pensador, célebre poeta […]
El artista es por naturaleza un ser de espíritu rebelde, capaz de percibir los misterios de la luz y de la sombra, los sonidos del dolor y los motivos de la fiesta; en su mente emerge el poder de la imaginación, fuente liberadora que vence las ataduras del conformismo. Leandro Díaz, libre pensador, célebre poeta del canto vallenato.
Leandro era un soñador y apasionado lector. Desde muy niño su tía Erótida le leía cuentos y le cantaba versos. En varias ocasiones afirmó—La mujer que más me leyó libros fue Fanny Zuleta en San Diego; también lo hizo Natividad Toncel, una muchacha de Fonseca, y después Clementina, mi mujer-. Expresaba que los conocimientos fortalecen la mente, y la memoria no solo sirve para guardar información e imágenes, es también un requisito para la creación. Como sabía que su vida era la música, desde aquella noche de su infancia en la finca “Los Pajales”, mientras dormía escuchó una voz que le dijo que se fuera, que su futuro no estaba ahí; y como en la profecía bíblica, sale cual peregrino que solo lleva consigo la luz interior de la esperanza. Su primera estación es Hatonuevo, donde se gana los primeros pesos cantando en una parranda. Y prosiguen sus estaciones: Tocaimo, Codazzi, San Diego y Valledupar.
“Uno debe poner su vida en todo lo que hace, para que todo salga bien”. Su condición de invidente le impidió concentrase en las imágenes visuales, pero desarrolló las otras capacidades sensoriales hasta el punto de lograr un alto grado de la sinestesia, que le permitió percibir una mixtura de impresiones mediante distintos sentidos; por eso pudo describir los colores del viento, la sonrisa de las sabanas, los secretos de los sueños y la tristeza de los árboles. Dedicaba varias horas a pensar en el destino del hombre y en la naturaleza. Pensaba las cosas y de tanto pensarlas se trasformaban en canciones. Sumergido en la soledad de la ceguera perfecciona sus ideas y la visión del mundo. El filósofo Demócrito encerrado en una cabaña, se pasaba el tiempo pensando y estudiando. Buscaba la soledad e incluso se refugiaba en oscuros sepulcros, alejados de la ciudad. El escritor Jorge Luis Borges en el poema ‘Elogios a la sombra’, dice que Demócrito se arrancó los ojos para pensar.
En Leandro fue un hombre de fe, y en varias ocasiones le escuchamos decir: “Recuerdo que cuando mis hermanos lloraban, yo me ponía a cantar, algo interno me decía: Leandro, la vida sin fe en mí, no tendría sentido. Y me preguntaba, ¿Quién me habla? Y yo decía, es Dios, tiene que ser Dios. Por eso llevo la fortaleza espiritual aferrada a Dios. ¡Si hubiese visto a Dios no fuera tan amigo mío!”
Leandro Díaz era único e irrepetible. Su magnífica obra musical no admite comparaciones. Leandro era Leandro. No se parecía a nadie, y nadie se parecía a él. Nunca se dejó tentar por la ligereza de plagiar versos y melodías. Las nuevas generaciones de compositores vallenatos, deben aprender del maestro Leandro: además, de su sencillez y generosidad, la medida literaria y musical de sus canciones y su riqueza poética; porque la poesía, como la sonrisa del agua, es sempiterna primavera en los jardines del alma.
El artista es por naturaleza un ser de espíritu rebelde, capaz de percibir los misterios de la luz y de la sombra, los sonidos del dolor y los motivos de la fiesta; en su mente emerge el poder de la imaginación, fuente liberadora que vence las ataduras del conformismo. Leandro Díaz, libre pensador, célebre poeta […]
El artista es por naturaleza un ser de espíritu rebelde, capaz de percibir los misterios de la luz y de la sombra, los sonidos del dolor y los motivos de la fiesta; en su mente emerge el poder de la imaginación, fuente liberadora que vence las ataduras del conformismo. Leandro Díaz, libre pensador, célebre poeta del canto vallenato.
Leandro era un soñador y apasionado lector. Desde muy niño su tía Erótida le leía cuentos y le cantaba versos. En varias ocasiones afirmó—La mujer que más me leyó libros fue Fanny Zuleta en San Diego; también lo hizo Natividad Toncel, una muchacha de Fonseca, y después Clementina, mi mujer-. Expresaba que los conocimientos fortalecen la mente, y la memoria no solo sirve para guardar información e imágenes, es también un requisito para la creación. Como sabía que su vida era la música, desde aquella noche de su infancia en la finca “Los Pajales”, mientras dormía escuchó una voz que le dijo que se fuera, que su futuro no estaba ahí; y como en la profecía bíblica, sale cual peregrino que solo lleva consigo la luz interior de la esperanza. Su primera estación es Hatonuevo, donde se gana los primeros pesos cantando en una parranda. Y prosiguen sus estaciones: Tocaimo, Codazzi, San Diego y Valledupar.
“Uno debe poner su vida en todo lo que hace, para que todo salga bien”. Su condición de invidente le impidió concentrase en las imágenes visuales, pero desarrolló las otras capacidades sensoriales hasta el punto de lograr un alto grado de la sinestesia, que le permitió percibir una mixtura de impresiones mediante distintos sentidos; por eso pudo describir los colores del viento, la sonrisa de las sabanas, los secretos de los sueños y la tristeza de los árboles. Dedicaba varias horas a pensar en el destino del hombre y en la naturaleza. Pensaba las cosas y de tanto pensarlas se trasformaban en canciones. Sumergido en la soledad de la ceguera perfecciona sus ideas y la visión del mundo. El filósofo Demócrito encerrado en una cabaña, se pasaba el tiempo pensando y estudiando. Buscaba la soledad e incluso se refugiaba en oscuros sepulcros, alejados de la ciudad. El escritor Jorge Luis Borges en el poema ‘Elogios a la sombra’, dice que Demócrito se arrancó los ojos para pensar.
En Leandro fue un hombre de fe, y en varias ocasiones le escuchamos decir: “Recuerdo que cuando mis hermanos lloraban, yo me ponía a cantar, algo interno me decía: Leandro, la vida sin fe en mí, no tendría sentido. Y me preguntaba, ¿Quién me habla? Y yo decía, es Dios, tiene que ser Dios. Por eso llevo la fortaleza espiritual aferrada a Dios. ¡Si hubiese visto a Dios no fuera tan amigo mío!”
Leandro Díaz era único e irrepetible. Su magnífica obra musical no admite comparaciones. Leandro era Leandro. No se parecía a nadie, y nadie se parecía a él. Nunca se dejó tentar por la ligereza de plagiar versos y melodías. Las nuevas generaciones de compositores vallenatos, deben aprender del maestro Leandro: además, de su sencillez y generosidad, la medida literaria y musical de sus canciones y su riqueza poética; porque la poesía, como la sonrisa del agua, es sempiterna primavera en los jardines del alma.