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Columnista - 8 noviembre, 2019

Castillo de naipes

Cuando Iván Villazón Aponte dio sus primeros pasos como cantante de música vallenata en Valledupar, la gente exclamaba: “Pobre Crispín, el hijo le salió cantante”. Aún en esas épocas que no son remotas, se tenía al músico vallenato, en la escala que estuviese, como un personaje que amenizaba fiestas, que se contrataba y se arrumaba […]

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Cuando Iván Villazón Aponte dio sus primeros pasos como cantante de música vallenata en Valledupar, la gente exclamaba: “Pobre Crispín, el hijo le salió cantante”. Aún en esas épocas que no son remotas, se tenía al músico vallenato, en la escala que estuviese, como un personaje que amenizaba fiestas, que se contrataba y se arrumaba en un rincón durante el festejo y luego de su espectáculo se le pagaba y se iba, un objeto más.

Hoy que mucho ha cambiado la cosa ya no es desgracia tener un hijo cantante, ni cajero, ni acordeonero, al contrario; hoy que la música de este Valle del Cacique Upar es la más representativa del país y que todos la aclaman, la cantan y la bailan, hoy todos quisiéramos tener un hijo con talento musical, un talento así como el de Iván, que salió cantante en una época difícil, sin redes sociales, sin internet, sin esa publicidad agobiante y abusiva de hoy que termina por engolosinar de las más espantosas melodías a la mayoría; Iván Villazón no sólo no tenía el apoyo de todos estos elementos si no que en su contra estaba el reto titánico de ingresar al círculo hermético de Diomedes Díaz, Jorge Oñate, los Hermanos Zuleta, Los Betos y El Binomio de Oro, algo que en aquella época, los que la vivimos, era algo difícil de lograr.

Y sí, el señor Villazón, nadando a contracorriente, a punta de esfuerzo, disciplina, insistencia y ante todo mucho talento logró meterse en el ranking de los duros para decirlo en lenguaje actual. Llegó y refrescó el folclor y le dio espacio a otros que también hacían fila y hoy por hoy podemos decir sin temor a yerros que hace parte de las páginas que con tinta imborrable se han escrito en este folclor.

Esta mañana y luego de que varios amigos, de esos grupos de las redes sociales, comentara el incidente que tuvo en Barranquilla Iván Villazón con la novísima cantante Ana del Castillo y de ver como de la boca de esta hermosa niña no solo sale una melodiosa voz si no una cantidad incontable de improperios, vulgaridades y maldiciones, advierto que nuestros jóvenes ni respetan a sus mayores, ni tienen conciencia de que a lo grande se llega por lo difícil, están convencidos de que nacieron con todos los derechos adquiridos y que todo el mundo tiene que hacerles venia, agacharles la cabeza y ceder a sus caprichos porque la vida según ellos es así, tal vez no saben que Iván Villazón seguramente fue rechazado alguna vez en una tarima y Diomedes no pudo entrar a una caseta por no tener dinero como pagar su entrada y los Hermanos Zuleta seguramente también debieron pasar miles de vicisitudes para lograr lo que son hoy, pero no salieron a insultar, ni a irrespetar, ni a injuriar a otro artista de la manera en que por redes lo hizo Del Castillo con Villazón, por no permitirle cantar en el show que era de Iván y de nadie más. Muestra esto la decadencia no solo de nuestros artistas y de nuestro folclor, sino de la sociedad misma que acepta este tipo de conductas sin un reproche contundente y certero que enseñe, que discipline y que indique que la grandeza se gana y se forja para que perdure y se recuerde, de resto son castillos de naipes que con el soplo de un bebé al piso van a dar.

Cuando Iván Villazón Aponte dio sus primeros pasos como cantante de música vallenata en Valledupar, la gente exclamaba: “Pobre Crispín, el hijo le salió cantante”.

Aún en esas épocas que no son remotas, se tenía al músico vallenato, en la escala que estuviese, como un personaje que amenizaba fiestas, que se contrataba y se arrumaba en un rincón durante el festejo y luego de su espectáculo se le pagaba y se iba, un objeto más.

Hoy que mucho ha cambiado la cosa ya no es desgracia tener un hijo cantante, ni cajero, ni acordeonero, al contrario; hoy que la música de este Valle del Cacique Upar es la más representativa del país y que todos la aclaman, la cantan y la bailan, hoy todos quisiéramos tener un hijo con talento musical, un talento así como el de Iván, que salió cantante en una época difícil, sin redes sociales, sin internet, sin esa publicidad agobiante y abusiva de hoy que termina por engolosinar de las más espantosas melodías a la mayoría; Iván Villazón no sólo no tenía el apoyo de todos estos elementos si no que en su contra estaba el reto titánico de ingresar al círculo hermético de Diomedes Díaz, Jorge Oñate, los Hermanos Zuleta, Los Betos y El Binomio de Oro, algo que en aquella época, los que la vivimos, era algo difícil de lograr.

Y sí, el señor Villazón, nadando a contracorriente, a punta de esfuerzo, disciplina, insistencia y ante todo mucho talento logró meterse en el ranking de los duros para decirlo en lenguaje actual. Llegó y refrescó el folclor y le dio espacio a otros que también hacían fila y hoy por hoy podemos decir sin temor a yerros que hace parte de las páginas que con tinta imborrable se han escrito en este folclor.

Esta mañana y luego de que varios amigos, de esos grupos de las redes sociales, comentara el incidente que tuvo en Barranquilla Iván Villazón con la novísima cantante Ana del Castillo y de ver como de la boca de esta hermosa niña no solo sale una melodiosa voz si no una cantidad incontable de improperios, vulgaridades y maldiciones, advierto que nuestros jóvenes ni respetan a sus mayores, ni tienen conciencia de que a lo grande se llega por lo difícil, están convencidos de que nacieron con todos los derechos adquiridos y que todo el mundo tiene que hacerles venia, agacharles la cabeza y ceder a sus caprichos porque la vida según ellos es así, tal vez no saben que Iván Villazón seguramente fue rechazado alguna vez en una tarima y Diomedes no pudo entrar a una caseta por no tener dinero como pagar su entrada y los Hermanos Zuleta seguramente también debieron pasar miles de vicisitudes para lograr lo que son hoy, pero no salieron a insultar, ni a irrespetar, ni a injuriar a otro artista de la manera en que por redes lo hizo Del Castillo con Villazón, por no permitirle cantar en el show que era de Iván y de nadie más. Muestra esto la decadencia no solo de nuestros artistas y de nuestro folclor, sino de la sociedad misma que acepta este tipo de conductas sin un reproche contundente y certero que enseñe, que discipline y que indique que la grandeza se gana y se forja para que perdure y se recuerde, de resto son castillos de naipes que con el soplo de un bebé al piso van a dar.

Columnista
8 noviembre, 2019

Castillo de naipes

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Camilo Oñate

Cuando Iván Villazón Aponte dio sus primeros pasos como cantante de música vallenata en Valledupar, la gente exclamaba: “Pobre Crispín, el hijo le salió cantante”. Aún en esas épocas que no son remotas, se tenía al músico vallenato, en la escala que estuviese, como un personaje que amenizaba fiestas, que se contrataba y se arrumaba […]


Cuando Iván Villazón Aponte dio sus primeros pasos como cantante de música vallenata en Valledupar, la gente exclamaba: “Pobre Crispín, el hijo le salió cantante”. Aún en esas épocas que no son remotas, se tenía al músico vallenato, en la escala que estuviese, como un personaje que amenizaba fiestas, que se contrataba y se arrumaba en un rincón durante el festejo y luego de su espectáculo se le pagaba y se iba, un objeto más.

Hoy que mucho ha cambiado la cosa ya no es desgracia tener un hijo cantante, ni cajero, ni acordeonero, al contrario; hoy que la música de este Valle del Cacique Upar es la más representativa del país y que todos la aclaman, la cantan y la bailan, hoy todos quisiéramos tener un hijo con talento musical, un talento así como el de Iván, que salió cantante en una época difícil, sin redes sociales, sin internet, sin esa publicidad agobiante y abusiva de hoy que termina por engolosinar de las más espantosas melodías a la mayoría; Iván Villazón no sólo no tenía el apoyo de todos estos elementos si no que en su contra estaba el reto titánico de ingresar al círculo hermético de Diomedes Díaz, Jorge Oñate, los Hermanos Zuleta, Los Betos y El Binomio de Oro, algo que en aquella época, los que la vivimos, era algo difícil de lograr.

Y sí, el señor Villazón, nadando a contracorriente, a punta de esfuerzo, disciplina, insistencia y ante todo mucho talento logró meterse en el ranking de los duros para decirlo en lenguaje actual. Llegó y refrescó el folclor y le dio espacio a otros que también hacían fila y hoy por hoy podemos decir sin temor a yerros que hace parte de las páginas que con tinta imborrable se han escrito en este folclor.

Esta mañana y luego de que varios amigos, de esos grupos de las redes sociales, comentara el incidente que tuvo en Barranquilla Iván Villazón con la novísima cantante Ana del Castillo y de ver como de la boca de esta hermosa niña no solo sale una melodiosa voz si no una cantidad incontable de improperios, vulgaridades y maldiciones, advierto que nuestros jóvenes ni respetan a sus mayores, ni tienen conciencia de que a lo grande se llega por lo difícil, están convencidos de que nacieron con todos los derechos adquiridos y que todo el mundo tiene que hacerles venia, agacharles la cabeza y ceder a sus caprichos porque la vida según ellos es así, tal vez no saben que Iván Villazón seguramente fue rechazado alguna vez en una tarima y Diomedes no pudo entrar a una caseta por no tener dinero como pagar su entrada y los Hermanos Zuleta seguramente también debieron pasar miles de vicisitudes para lograr lo que son hoy, pero no salieron a insultar, ni a irrespetar, ni a injuriar a otro artista de la manera en que por redes lo hizo Del Castillo con Villazón, por no permitirle cantar en el show que era de Iván y de nadie más. Muestra esto la decadencia no solo de nuestros artistas y de nuestro folclor, sino de la sociedad misma que acepta este tipo de conductas sin un reproche contundente y certero que enseñe, que discipline y que indique que la grandeza se gana y se forja para que perdure y se recuerde, de resto son castillos de naipes que con el soplo de un bebé al piso van a dar.

Cuando Iván Villazón Aponte dio sus primeros pasos como cantante de música vallenata en Valledupar, la gente exclamaba: “Pobre Crispín, el hijo le salió cantante”.

Aún en esas épocas que no son remotas, se tenía al músico vallenato, en la escala que estuviese, como un personaje que amenizaba fiestas, que se contrataba y se arrumaba en un rincón durante el festejo y luego de su espectáculo se le pagaba y se iba, un objeto más.

Hoy que mucho ha cambiado la cosa ya no es desgracia tener un hijo cantante, ni cajero, ni acordeonero, al contrario; hoy que la música de este Valle del Cacique Upar es la más representativa del país y que todos la aclaman, la cantan y la bailan, hoy todos quisiéramos tener un hijo con talento musical, un talento así como el de Iván, que salió cantante en una época difícil, sin redes sociales, sin internet, sin esa publicidad agobiante y abusiva de hoy que termina por engolosinar de las más espantosas melodías a la mayoría; Iván Villazón no sólo no tenía el apoyo de todos estos elementos si no que en su contra estaba el reto titánico de ingresar al círculo hermético de Diomedes Díaz, Jorge Oñate, los Hermanos Zuleta, Los Betos y El Binomio de Oro, algo que en aquella época, los que la vivimos, era algo difícil de lograr.

Y sí, el señor Villazón, nadando a contracorriente, a punta de esfuerzo, disciplina, insistencia y ante todo mucho talento logró meterse en el ranking de los duros para decirlo en lenguaje actual. Llegó y refrescó el folclor y le dio espacio a otros que también hacían fila y hoy por hoy podemos decir sin temor a yerros que hace parte de las páginas que con tinta imborrable se han escrito en este folclor.

Esta mañana y luego de que varios amigos, de esos grupos de las redes sociales, comentara el incidente que tuvo en Barranquilla Iván Villazón con la novísima cantante Ana del Castillo y de ver como de la boca de esta hermosa niña no solo sale una melodiosa voz si no una cantidad incontable de improperios, vulgaridades y maldiciones, advierto que nuestros jóvenes ni respetan a sus mayores, ni tienen conciencia de que a lo grande se llega por lo difícil, están convencidos de que nacieron con todos los derechos adquiridos y que todo el mundo tiene que hacerles venia, agacharles la cabeza y ceder a sus caprichos porque la vida según ellos es así, tal vez no saben que Iván Villazón seguramente fue rechazado alguna vez en una tarima y Diomedes no pudo entrar a una caseta por no tener dinero como pagar su entrada y los Hermanos Zuleta seguramente también debieron pasar miles de vicisitudes para lograr lo que son hoy, pero no salieron a insultar, ni a irrespetar, ni a injuriar a otro artista de la manera en que por redes lo hizo Del Castillo con Villazón, por no permitirle cantar en el show que era de Iván y de nadie más. Muestra esto la decadencia no solo de nuestros artistas y de nuestro folclor, sino de la sociedad misma que acepta este tipo de conductas sin un reproche contundente y certero que enseñe, que discipline y que indique que la grandeza se gana y se forja para que perdure y se recuerde, de resto son castillos de naipes que con el soplo de un bebé al piso van a dar.