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Columnista - 23 abril, 2010

Carmencito, el juglar de la nota gruesa

Por: Raúl Bermúdez Márquez “Porque si ella no regresa, me matará la tristeza, Si no regresa mi amor, pobre de mi corazón” José del Carmen Mendoza Efectivamente. A Carmencito lo mató la tristeza. Y no porque su amor de toda la vida, Pastora Manjarrez, no regresara. Ella, después de unos días de resentimiento pasajero, regresó […]

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Por: Raúl Bermúdez Márquez

“Porque si ella no regresa, me matará la tristeza,
Si no regresa mi amor, pobre de mi corazón”
José del Carmen Mendoza

Efectivamente. A Carmencito lo mató la tristeza. Y no porque su amor de toda la vida, Pastora Manjarrez, no regresara. Ella, después de unos días de resentimiento pasajero, regresó para quedarse durante 50 años a su lado, como su compañera inseparable, hasta el miércoles pasado a la una y media de la mañana, cuando en una de las clínicas de la ciudad de Valledupar, a los 72 años, el juglar mariangolero exhaló su último suspiro.
El origen de la tristeza irremediable de Carmencito y que a la postre lo llevó a la tumba, data exactamente el 22 de octubre de 2001 cuando, a eso de las seis y media de la tarde, un emisario del odio y de la intolerancia asesinó fría y cobardemente a su hijo Luis José Mendoza Manjarrez, en una de las puertas de salida de la Universidad Popular del Cesar. Cuentan sus otros hijos e hijas, y también sus amigos más cercanos, que después de ese aciago día de octubre, Carmencito por más que se esforzara, no podía disimular la profunda tristeza que le traspasaba el alma y le producía insomnios recurrentes.
En otras ocasiones, sentado en un taburete de cuero que recostaba en cualquiera de los frondosos mangos que protegen del sol canicular el amplio patio de su casa en Los Caciques, no podía represar las lágrimas furtivas que rodaban por sus mejillas ante el agolpamiento en su mente de los recuerdos imborrables del hijo irremplazable.  En los últimos tiempos opté por no visitarlo mucho, porque sabía que el sólo hecho de verme le horadaba la herida del alma que nunca le sanó. Lucho no le ocultó jamás la gran consideración que profesábamos el uno por el otro. Carmencito Mendoza era de esos héroes anónimos del vallenato que como Chente Munive, Luciano Gullo, Dagoberto López, Lorenzo Morales, Juan Muñoz o Víctor Camarillo, -para sólo mencionar unos cuantos-, se les ha brindado  poco reconocimiento al aporte realizado para la consolidación del género musical, que hoy por hoy, identifica nuestra identidad cultural en el extranjero.
Da la impresión que quienes tienen la posibilidad y el deber de hacerlo prohijan una división ficticia entre juglares de primera y de segunda categoría, Tronco de una dinastía musical que ha parido prodigios en el acordeón como sus hijos Wilber y Carlos José Mendoza, -nutrida ahora con el concurso de sus nietos, los hijos de Andrés Beleño-, integró la agrupación legendaria de los Playoneros del Cesar, al lado de Ovidio Granados, Miguel Yaneth, Néstor Martínez, Isaac “Tijito” Carrillo y Rafael “Wicho” Sánchez.
Muy pocos saben que Diomedes Díaz en sus inicios anduvo en correrías musicales con Carmencito Mendoza por diferentes partes del país. En alguna ocasión me confesó que a veces le pegaba su regaño cariñoso porque se desafinaba mucho. La gran compenetración que el “Cacique de la Junta” ha tenido con las obras de Calixto Ochoa se cimentó en esa época porque Carmencito era un empedernido admirador de las composiciones y del estilo musical del cantor de Valencia de Jesús.
También sentía un gran respeto por Alfredo Gutiérrez de quién decía que todavía no ha visto un acordeonero que “sacuda” un acordeón con tanta fuerza como el que se hizo llamar una vez, “el rebelde”. Un vecino, “Goyo” Molina, al cual se lo presenté y tuvo el privilegio de verlo ejecutando el acordeón en el patio de su casa, no se acordaba del nombre y un día cualquiera me pespetó: “Oye, gran carajo!, cuando me llevas otra vez a ver tocar al maestro de nota gruesa?”. Con mucha aflicción tendré que decirle, que esa oportunidad ya no se presentará jamás. Paz en la tumba de José del Carmen Mendoza, el juglar de la nota gruesa,

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Columnista
23 abril, 2010

Carmencito, el juglar de la nota gruesa

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Por: Raúl Bermúdez Márquez “Porque si ella no regresa, me matará la tristeza, Si no regresa mi amor, pobre de mi corazón” José del Carmen Mendoza Efectivamente. A Carmencito lo mató la tristeza. Y no porque su amor de toda la vida, Pastora Manjarrez, no regresara. Ella, después de unos días de resentimiento pasajero, regresó […]


Por: Raúl Bermúdez Márquez

“Porque si ella no regresa, me matará la tristeza,
Si no regresa mi amor, pobre de mi corazón”
José del Carmen Mendoza

Efectivamente. A Carmencito lo mató la tristeza. Y no porque su amor de toda la vida, Pastora Manjarrez, no regresara. Ella, después de unos días de resentimiento pasajero, regresó para quedarse durante 50 años a su lado, como su compañera inseparable, hasta el miércoles pasado a la una y media de la mañana, cuando en una de las clínicas de la ciudad de Valledupar, a los 72 años, el juglar mariangolero exhaló su último suspiro.
El origen de la tristeza irremediable de Carmencito y que a la postre lo llevó a la tumba, data exactamente el 22 de octubre de 2001 cuando, a eso de las seis y media de la tarde, un emisario del odio y de la intolerancia asesinó fría y cobardemente a su hijo Luis José Mendoza Manjarrez, en una de las puertas de salida de la Universidad Popular del Cesar. Cuentan sus otros hijos e hijas, y también sus amigos más cercanos, que después de ese aciago día de octubre, Carmencito por más que se esforzara, no podía disimular la profunda tristeza que le traspasaba el alma y le producía insomnios recurrentes.
En otras ocasiones, sentado en un taburete de cuero que recostaba en cualquiera de los frondosos mangos que protegen del sol canicular el amplio patio de su casa en Los Caciques, no podía represar las lágrimas furtivas que rodaban por sus mejillas ante el agolpamiento en su mente de los recuerdos imborrables del hijo irremplazable.  En los últimos tiempos opté por no visitarlo mucho, porque sabía que el sólo hecho de verme le horadaba la herida del alma que nunca le sanó. Lucho no le ocultó jamás la gran consideración que profesábamos el uno por el otro. Carmencito Mendoza era de esos héroes anónimos del vallenato que como Chente Munive, Luciano Gullo, Dagoberto López, Lorenzo Morales, Juan Muñoz o Víctor Camarillo, -para sólo mencionar unos cuantos-, se les ha brindado  poco reconocimiento al aporte realizado para la consolidación del género musical, que hoy por hoy, identifica nuestra identidad cultural en el extranjero.
Da la impresión que quienes tienen la posibilidad y el deber de hacerlo prohijan una división ficticia entre juglares de primera y de segunda categoría, Tronco de una dinastía musical que ha parido prodigios en el acordeón como sus hijos Wilber y Carlos José Mendoza, -nutrida ahora con el concurso de sus nietos, los hijos de Andrés Beleño-, integró la agrupación legendaria de los Playoneros del Cesar, al lado de Ovidio Granados, Miguel Yaneth, Néstor Martínez, Isaac “Tijito” Carrillo y Rafael “Wicho” Sánchez.
Muy pocos saben que Diomedes Díaz en sus inicios anduvo en correrías musicales con Carmencito Mendoza por diferentes partes del país. En alguna ocasión me confesó que a veces le pegaba su regaño cariñoso porque se desafinaba mucho. La gran compenetración que el “Cacique de la Junta” ha tenido con las obras de Calixto Ochoa se cimentó en esa época porque Carmencito era un empedernido admirador de las composiciones y del estilo musical del cantor de Valencia de Jesús.
También sentía un gran respeto por Alfredo Gutiérrez de quién decía que todavía no ha visto un acordeonero que “sacuda” un acordeón con tanta fuerza como el que se hizo llamar una vez, “el rebelde”. Un vecino, “Goyo” Molina, al cual se lo presenté y tuvo el privilegio de verlo ejecutando el acordeón en el patio de su casa, no se acordaba del nombre y un día cualquiera me pespetó: “Oye, gran carajo!, cuando me llevas otra vez a ver tocar al maestro de nota gruesa?”. Con mucha aflicción tendré que decirle, que esa oportunidad ya no se presentará jamás. Paz en la tumba de José del Carmen Mendoza, el juglar de la nota gruesa,

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