En el último mes tres de nuestros columnistas han escrito sobre el periodismo, su incidencia, sus falencias y su cercanía con el poder. Jacobo Solano, Aquilino Cotes y Celso Guerra han sido crudos, han puesto el dedo en la llaga que muchos no quieren abrir y han generado todo tipo de debates públicos e internos […]
En el último mes tres de nuestros columnistas han escrito sobre el periodismo, su incidencia, sus falencias y su cercanía con el poder. Jacobo Solano, Aquilino Cotes y Celso Guerra han sido crudos, han puesto el dedo en la llaga que muchos no quieren abrir y han generado todo tipo de debates públicos e internos en el gremio periodístico de Valledupar.
Pero como si hubiera adivinado lo que ocurriría, fue el locutor y líder de opinión, Celso Guerra, quien recordó en su columna del sábado 20 de febrero lo ingratos que habíamos sido con el periodista Carlos Alberto Atehortúa Gil, quien murió ese mismo día en la tarde por una enfermedad crónica que lo aquejaba hacer varios años.
Ingratos porque se nos olvidó la brillante carrera que hizo en el Cesar este caldense que llegó a esta región para quedarse. Ayudó y fue pieza clave en la conformación del departamento del Cesar en 1967, desde su trinchera: los micrófonos de la emisora Radio Guatapurí. Su inigualable voz era sinónimo de vallenato, de cesarense, su talante profesional lo llevó a estar en momentos claves de la vida política y económica del Cesar.
Su ocaso como periodista de gran valía no fue el mejor. Acostumbrado a estar cercano a las esferas del poder, de la mano de su inseparable amigo y protector, el compositor Rafael Escalona Martínez, de quien es su biógrafo, se fue (lo fueron) relegando de las mismas, incluso del gremio periodístico de Valledupar. Su voz se dejó de escuchar por las emisoras, ni en importantes eventos en los que hacía de maestro de ceremonia con su imponente voz, ni siquiera en el Festival Vallenato, cuando aparecía como comentarista (en La Voz del Cañaguate con frecuencia).
Se fue a Cartagena en busca de mejor suerte, pero allá empeoró su salud y padeció los rigores del sistema de salud y murió el sábado en la tarde en la Clínica Nueva de Bocagrande. Su tiempo se acabó, pero no su legado como periodista y hombre proactivo a favor del Cesar.
El análisis de nuestros columnistas sobre el abandono a veces de las figuras del periodismo y lo poco que se valora el trabajo de algunos, debe ser retomado ahora con la lamentable noticia de la muerte de Carlos Alberto. Solo la muerte reconoce lo que no hace la vida.
Hoy recordamos con gratitud todo su trabajo, cada paso que dio en la radio vallenata, en el folclor de esta tierra, en la vida del insigne Escalona, de sus amigos, de sus hijos, de sus familiares, del periodismo local.
Gracias Carlos Alberto Atehortúa por su dedicación y entrega a esta tierra, en la que estarán por siempre sus recuerdos, porque su familia cumplirá su última voluntad: que sus cenizas se mezclaran con las aguas mágicas del río Guatapurí. Buen viaje a la eternidad.
En el último mes tres de nuestros columnistas han escrito sobre el periodismo, su incidencia, sus falencias y su cercanía con el poder. Jacobo Solano, Aquilino Cotes y Celso Guerra han sido crudos, han puesto el dedo en la llaga que muchos no quieren abrir y han generado todo tipo de debates públicos e internos […]
En el último mes tres de nuestros columnistas han escrito sobre el periodismo, su incidencia, sus falencias y su cercanía con el poder. Jacobo Solano, Aquilino Cotes y Celso Guerra han sido crudos, han puesto el dedo en la llaga que muchos no quieren abrir y han generado todo tipo de debates públicos e internos en el gremio periodístico de Valledupar.
Pero como si hubiera adivinado lo que ocurriría, fue el locutor y líder de opinión, Celso Guerra, quien recordó en su columna del sábado 20 de febrero lo ingratos que habíamos sido con el periodista Carlos Alberto Atehortúa Gil, quien murió ese mismo día en la tarde por una enfermedad crónica que lo aquejaba hacer varios años.
Ingratos porque se nos olvidó la brillante carrera que hizo en el Cesar este caldense que llegó a esta región para quedarse. Ayudó y fue pieza clave en la conformación del departamento del Cesar en 1967, desde su trinchera: los micrófonos de la emisora Radio Guatapurí. Su inigualable voz era sinónimo de vallenato, de cesarense, su talante profesional lo llevó a estar en momentos claves de la vida política y económica del Cesar.
Su ocaso como periodista de gran valía no fue el mejor. Acostumbrado a estar cercano a las esferas del poder, de la mano de su inseparable amigo y protector, el compositor Rafael Escalona Martínez, de quien es su biógrafo, se fue (lo fueron) relegando de las mismas, incluso del gremio periodístico de Valledupar. Su voz se dejó de escuchar por las emisoras, ni en importantes eventos en los que hacía de maestro de ceremonia con su imponente voz, ni siquiera en el Festival Vallenato, cuando aparecía como comentarista (en La Voz del Cañaguate con frecuencia).
Se fue a Cartagena en busca de mejor suerte, pero allá empeoró su salud y padeció los rigores del sistema de salud y murió el sábado en la tarde en la Clínica Nueva de Bocagrande. Su tiempo se acabó, pero no su legado como periodista y hombre proactivo a favor del Cesar.
El análisis de nuestros columnistas sobre el abandono a veces de las figuras del periodismo y lo poco que se valora el trabajo de algunos, debe ser retomado ahora con la lamentable noticia de la muerte de Carlos Alberto. Solo la muerte reconoce lo que no hace la vida.
Hoy recordamos con gratitud todo su trabajo, cada paso que dio en la radio vallenata, en el folclor de esta tierra, en la vida del insigne Escalona, de sus amigos, de sus hijos, de sus familiares, del periodismo local.
Gracias Carlos Alberto Atehortúa por su dedicación y entrega a esta tierra, en la que estarán por siempre sus recuerdos, porque su familia cumplirá su última voluntad: que sus cenizas se mezclaran con las aguas mágicas del río Guatapurí. Buen viaje a la eternidad.