Por: Luis Napoleón de Armas P Para hacer la política como forma de vida, pese a su marco maquiavélico, se requiere un mínimo de altura moral; sin embargo, en ciertas candidaturas, sus comandos, asesores y algunos seguidores, dejan de explicar sus programas para hacerle anticampañas al adversario que le vean mayores posibilidades de triunfo. Esto […]
Por: Luis Napoleón de Armas P
Para hacer la política como forma de vida, pese a su marco maquiavélico, se requiere un mínimo de altura moral; sin embargo, en ciertas candidaturas, sus comandos, asesores y algunos seguidores, dejan de explicar sus programas para hacerle anticampañas al adversario que le vean mayores posibilidades de triunfo. Esto no es saludable y ayuda, más bien, a encrespar la guerra, a tensionar las pasiones y disociar los espíritus. Es obvio que los medios, en ausencia de las acciones oportunas de los organismos de control, den las semblanzas de todos los candidatos, con seriedad y sin sesgos; pero al utilizarlos para destruir, se llega a la guerra sucia, incluyendo el pasquín, el arma del plebeyo, contra la dignidad del contrario. Calumnia, calumnia, que de esta algo queda, dijo alguien. Las ideas se deben combatir con otras mejor argumentadas, frente a todos, sin entuertos ni zancadillas. La semana pasada, en mi columna habitual, expresé, sin demeritar a nadie, mis opiniones sobre la viabilidad y oportunidad de las propuestas de Arturo Calderón R, pero, ¡oh sorpresa!, una lectora me escribió en facebook que ACR era un bandido. Le sugerí que lo denunciara; de no hacerlo estaría otorgando algún grado de complicidad. Las campañas electorales deberían asumirse con propósitos altruistas y sin pasiones, pues en estas nos usan, luego pasan y después seguimos ahí, las mismas personas con los mismos problemas. No soy defensor de oficio de nadie, nunca he vivido de eso; soy un observador del transcurrir histórico y si algo puedo aportar desde esta columna lo haré con la objetividad que mi humanidad me permita. Y, mientras no me demuestren lo contrario, sigo creyendo que, ACR, un hombre de origen extremadamente humilde, es honesto y talentoso, rara virtud que le ha permitido llegar al sitio donde hoy se encuentra. Sustraer a un candidato de la amalgama que lo rodea y apoya no es cosa fácil. Además, en todas partes se cuecen habas, dice el refrán. Igual sucede con Gonzalo Gómez Soto, el menos conocido para mí de los tres punteros para la alcaldía de Valledupar con quien hablé, una sola vez en mi casa, hace cuatro años cuando mi hija aspiró al concejo del municipio; al fin, no acordamos nada; no me cuento dentro de sus amigos y más cerca he estado de Tuto Uhía y de Fredy Socarrás, quienes, así como GGS, son personas meritorias. Pero no puedo estar de acuerdo con la gavilla malqueriente que le ha caído a este. Hay sectores de la sociedad vallenata que, pese a ser un nativo de esta tierra, en forma gratuita han querido ponerle piedras en el camino; por tradición, el vallenato no ha sido chovinista regional; muchos guajiros han sido alcaldes de esta ciudad, incluso, el padre de GGS lo fue, y gobernadores del Cesar, desempeñándose con gran pertenencia. Creo que no son justos los ataques que ha recibido. He indagado sobre el quehacer de GGS en su vida privada y profesional, y no encuentro razones para objetarlo; puede decirse, sí, que ha sido un hombre exitoso, premisa necesaria para que en lo público le ocurra igual. De la misma manera pienso de los restantes que aspiran a regir los destinos del municipio. De los Gómez y Soto de Barrancas, conozco lo suficiente; fui condiscípulo de Franco Soto Berardinelly en el Loperena, un tío de GGS, en el cual los dos fuimos internos; allí pude apreciar el quehacer de esa familia. Claro, si quienes le adversan conocen su ventana oculta, que lo margine moral y éticamente, que lo digan de una vez por todas porque tampoco podemos tener un alcalde con antifaz; de lo contrario, que rectifiquen. Que hablen ahora o callen para siempre.
napoleondearmashotmail.com
Por: Luis Napoleón de Armas P Para hacer la política como forma de vida, pese a su marco maquiavélico, se requiere un mínimo de altura moral; sin embargo, en ciertas candidaturas, sus comandos, asesores y algunos seguidores, dejan de explicar sus programas para hacerle anticampañas al adversario que le vean mayores posibilidades de triunfo. Esto […]
Por: Luis Napoleón de Armas P
Para hacer la política como forma de vida, pese a su marco maquiavélico, se requiere un mínimo de altura moral; sin embargo, en ciertas candidaturas, sus comandos, asesores y algunos seguidores, dejan de explicar sus programas para hacerle anticampañas al adversario que le vean mayores posibilidades de triunfo. Esto no es saludable y ayuda, más bien, a encrespar la guerra, a tensionar las pasiones y disociar los espíritus. Es obvio que los medios, en ausencia de las acciones oportunas de los organismos de control, den las semblanzas de todos los candidatos, con seriedad y sin sesgos; pero al utilizarlos para destruir, se llega a la guerra sucia, incluyendo el pasquín, el arma del plebeyo, contra la dignidad del contrario. Calumnia, calumnia, que de esta algo queda, dijo alguien. Las ideas se deben combatir con otras mejor argumentadas, frente a todos, sin entuertos ni zancadillas. La semana pasada, en mi columna habitual, expresé, sin demeritar a nadie, mis opiniones sobre la viabilidad y oportunidad de las propuestas de Arturo Calderón R, pero, ¡oh sorpresa!, una lectora me escribió en facebook que ACR era un bandido. Le sugerí que lo denunciara; de no hacerlo estaría otorgando algún grado de complicidad. Las campañas electorales deberían asumirse con propósitos altruistas y sin pasiones, pues en estas nos usan, luego pasan y después seguimos ahí, las mismas personas con los mismos problemas. No soy defensor de oficio de nadie, nunca he vivido de eso; soy un observador del transcurrir histórico y si algo puedo aportar desde esta columna lo haré con la objetividad que mi humanidad me permita. Y, mientras no me demuestren lo contrario, sigo creyendo que, ACR, un hombre de origen extremadamente humilde, es honesto y talentoso, rara virtud que le ha permitido llegar al sitio donde hoy se encuentra. Sustraer a un candidato de la amalgama que lo rodea y apoya no es cosa fácil. Además, en todas partes se cuecen habas, dice el refrán. Igual sucede con Gonzalo Gómez Soto, el menos conocido para mí de los tres punteros para la alcaldía de Valledupar con quien hablé, una sola vez en mi casa, hace cuatro años cuando mi hija aspiró al concejo del municipio; al fin, no acordamos nada; no me cuento dentro de sus amigos y más cerca he estado de Tuto Uhía y de Fredy Socarrás, quienes, así como GGS, son personas meritorias. Pero no puedo estar de acuerdo con la gavilla malqueriente que le ha caído a este. Hay sectores de la sociedad vallenata que, pese a ser un nativo de esta tierra, en forma gratuita han querido ponerle piedras en el camino; por tradición, el vallenato no ha sido chovinista regional; muchos guajiros han sido alcaldes de esta ciudad, incluso, el padre de GGS lo fue, y gobernadores del Cesar, desempeñándose con gran pertenencia. Creo que no son justos los ataques que ha recibido. He indagado sobre el quehacer de GGS en su vida privada y profesional, y no encuentro razones para objetarlo; puede decirse, sí, que ha sido un hombre exitoso, premisa necesaria para que en lo público le ocurra igual. De la misma manera pienso de los restantes que aspiran a regir los destinos del municipio. De los Gómez y Soto de Barrancas, conozco lo suficiente; fui condiscípulo de Franco Soto Berardinelly en el Loperena, un tío de GGS, en el cual los dos fuimos internos; allí pude apreciar el quehacer de esa familia. Claro, si quienes le adversan conocen su ventana oculta, que lo margine moral y éticamente, que lo digan de una vez por todas porque tampoco podemos tener un alcalde con antifaz; de lo contrario, que rectifiquen. Que hablen ahora o callen para siempre.
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