De interesante lectura es el libro “Porqué fracasan los países”, escrito por Daron Acemoglu y James A. Robinson, ya de lectura bastante generalizada. E igualmente, así se comenta, es el de Thomas Piketty, intitulado El Capital en el siglo XXI, del que pudiéramos decir va en la misma línea del anterior, también circulando novedosamente por […]
De interesante lectura es el libro “Porqué fracasan los países”, escrito por Daron Acemoglu y James A. Robinson, ya de lectura bastante generalizada. E igualmente, así se comenta, es el de Thomas Piketty, intitulado El Capital en el siglo XXI, del que pudiéramos decir va en la misma línea del anterior, también circulando novedosamente por varios países del mundo; escritos por estudiosos de los temas que tratan, norteamericanos los del primero y francés, el del último; mentes universales que han observado acertadamente a los líderes políticos y económicos y a las Instituciones estatales de diversos países.
Se trata de libros que esclarecen las cuestiones socio-políticas-económicas con modernos enfoques y apoyos estadísticos más objetivamente que sus semejantes clásicos del pasado, lo que es obvio pues hoy día contamos con mayores elementos de juicio al respecto.
Y en el reportaje de la periodista María Jimena Dussan a James Robinson (Revista Semana 15 al 22 junio/2014), este le recuerda a ella y por su medio a los periodistas colombianos y a la dirigencia nacional, verdades que no se deberían ocultar tras el velo de intereses particularistas.
Por ejemplo, “El Estado (este vocablo lo entendemos dirigido a la clase excluyente que lo encarna), no se ha interesado en incorporar a la población que vive en todo el territorio. Prueba de ello es que no hace presencia en una vasta porción del territorio colombiano. Tampoco construye carreteras y no le soluciona las necesidades básicas a esa población. Por eso cualquier actor armado ilegal puede llenar ese vacío institucional… el hecho fundamental es que el Estado colombiano se acostumbró a gobernar a la Colombia periférica de manera indirecta, como si nunca hubiera querido ejercer esa autoridad”.
Más claro no canta un gallo. Pero tiene que venir alguien de fuera a enrostrárnoslo. Porque aquí dentro eso no se dice, sino por unos pocos cuyas voces no se escuchan. El partido gobiernista de siempre y sus áulicos periodistas no tocan esos temas.
En Colombia, los líderes políticos, los estratos económicos altos, las instituciones estatales, los periodistas obsecuentes con ellos, están hechos de la misma pasta y por tanto, entre sí, abonan las formas de hacer un País excluyente.
Tal comportamiento debilita y hace nugatorio el derecho que tienen los ciudadanos a recibir una información veraz e imparcial; por eso no entiende uno, aun cuando si se la explica, esa parcialidad con que un medio de comunicación como la Revista Semana, por ejemplo, y sus columnistas se ensañan contra todo lo que no sea su marca de clase.
La campaña política electoral pasada mostró la radiografía del estado de alma de Colombia, y estaremos de acuerdo en que los colombianos debemos hacer muchas rectificaciones a fin de lograr configurar un Estado de bienestar para todos, pues la paz no la podremos lograr sino con la inclusión de todos, ya que la paz es una cuestión que interesa al Estado en su totalidad y no solamente a determinado gobierno.
Los dirigentes del País, las Instituciones estatales, mixtas y privadas, las iglesias, los dueños de los medios de comunicación y los periodistas han de cambiar de mentalidad y ponerse al servicio de todos los colombianos, renunciando al egoísmo de los intereses meramente privados.
Dediquémonos al servicio de una paz verdadera, modernizando las estructuras del Estado, desterrando la torcida mentalidad colombiana de trampas y engaños, que es la verdadera causa de la violencia que aún padece el País, reemplazándola por una conducta incluyente y progresista.
De interesante lectura es el libro “Porqué fracasan los países”, escrito por Daron Acemoglu y James A. Robinson, ya de lectura bastante generalizada. E igualmente, así se comenta, es el de Thomas Piketty, intitulado El Capital en el siglo XXI, del que pudiéramos decir va en la misma línea del anterior, también circulando novedosamente por […]
De interesante lectura es el libro “Porqué fracasan los países”, escrito por Daron Acemoglu y James A. Robinson, ya de lectura bastante generalizada. E igualmente, así se comenta, es el de Thomas Piketty, intitulado El Capital en el siglo XXI, del que pudiéramos decir va en la misma línea del anterior, también circulando novedosamente por varios países del mundo; escritos por estudiosos de los temas que tratan, norteamericanos los del primero y francés, el del último; mentes universales que han observado acertadamente a los líderes políticos y económicos y a las Instituciones estatales de diversos países.
Se trata de libros que esclarecen las cuestiones socio-políticas-económicas con modernos enfoques y apoyos estadísticos más objetivamente que sus semejantes clásicos del pasado, lo que es obvio pues hoy día contamos con mayores elementos de juicio al respecto.
Y en el reportaje de la periodista María Jimena Dussan a James Robinson (Revista Semana 15 al 22 junio/2014), este le recuerda a ella y por su medio a los periodistas colombianos y a la dirigencia nacional, verdades que no se deberían ocultar tras el velo de intereses particularistas.
Por ejemplo, “El Estado (este vocablo lo entendemos dirigido a la clase excluyente que lo encarna), no se ha interesado en incorporar a la población que vive en todo el territorio. Prueba de ello es que no hace presencia en una vasta porción del territorio colombiano. Tampoco construye carreteras y no le soluciona las necesidades básicas a esa población. Por eso cualquier actor armado ilegal puede llenar ese vacío institucional… el hecho fundamental es que el Estado colombiano se acostumbró a gobernar a la Colombia periférica de manera indirecta, como si nunca hubiera querido ejercer esa autoridad”.
Más claro no canta un gallo. Pero tiene que venir alguien de fuera a enrostrárnoslo. Porque aquí dentro eso no se dice, sino por unos pocos cuyas voces no se escuchan. El partido gobiernista de siempre y sus áulicos periodistas no tocan esos temas.
En Colombia, los líderes políticos, los estratos económicos altos, las instituciones estatales, los periodistas obsecuentes con ellos, están hechos de la misma pasta y por tanto, entre sí, abonan las formas de hacer un País excluyente.
Tal comportamiento debilita y hace nugatorio el derecho que tienen los ciudadanos a recibir una información veraz e imparcial; por eso no entiende uno, aun cuando si se la explica, esa parcialidad con que un medio de comunicación como la Revista Semana, por ejemplo, y sus columnistas se ensañan contra todo lo que no sea su marca de clase.
La campaña política electoral pasada mostró la radiografía del estado de alma de Colombia, y estaremos de acuerdo en que los colombianos debemos hacer muchas rectificaciones a fin de lograr configurar un Estado de bienestar para todos, pues la paz no la podremos lograr sino con la inclusión de todos, ya que la paz es una cuestión que interesa al Estado en su totalidad y no solamente a determinado gobierno.
Los dirigentes del País, las Instituciones estatales, mixtas y privadas, las iglesias, los dueños de los medios de comunicación y los periodistas han de cambiar de mentalidad y ponerse al servicio de todos los colombianos, renunciando al egoísmo de los intereses meramente privados.
Dediquémonos al servicio de una paz verdadera, modernizando las estructuras del Estado, desterrando la torcida mentalidad colombiana de trampas y engaños, que es la verdadera causa de la violencia que aún padece el País, reemplazándola por una conducta incluyente y progresista.