Las calles son un verdadero peligro. Por definición, vehículo es el medio de transporte de personas o cosas, de manera que tanto el lujoso automóvil como la modesta bicicleta son vehículos, al igual que las motocicletas y las carretillas.
Luis Augusto González Pimienta
Las calles son un verdadero peligro. Por definición, vehículo es el medio de transporte de personas o cosas, de manera que tanto el lujoso automóvil como la modesta bicicleta son vehículos, al igual que las motocicletas y las carretillas.
Pero la mayoría de las personas lo ignoran, y por esos conductores de motos, bicicletas y carretillas infringen las normas de tránsito e invaden el espacio del peatón.
El caos es total. Los carros cambian de calzada sin aviso previo provocando colisiones y trancones. La luz direccional pareciera estar de más pues los choferes nunca se acuerdan de ponerla y si acaso la utilizan creen que eso basta para hacer el giro sin establecer por los espejos retrovisores la distancia que los separa de quienes los suceden.
Los motociclistas no se quedan atrás. Adelantan a otros coches indistintamente por izquierda o derecha sin respetar la norma de tránsito que enseña que tal maniobra se hace por la izquierda, salvo en las vías arterias de muchos carriles.
Cuando el semáforo está en rojo no se sitúan detrás de los otros carros sino a un costado, casi siempre el derecho, propiciando accidentes en el momento en que un pasajero del coche desciende de él. Y lo más irónico: reclaman reparación de los daños e indemnización de perjuicios siendo ellos los responsables del choque.
Ciclistas y carretilleros contribuyen al caos. Para ellos no existe la contravía y aparecen de repente sin precauciones ni freno ante la sorpresa del más avisado de los conductores.
El semáforo en rojo tampoco los arredra para proseguir su marcha, cual si fueran la tortuga que por su perseverancia derrota a la liebre.
Trepar al sardinel es lo más común. Para los ciclistas es la mejor manera de llegar rápido a su destino, sin importar que por el camino produzcan laceraciones a los peatones.
El asunto de los carretilleros es más delicado. Se entiende que es una actividad a la que han llegado por sus apremios económicos.
En ese sentido es válida y legítima. Lo que no se justifica es la escogencia de sitios traumáticos para ejercer su actividad. Se sitúan en vías de mayor circulación vehicular restándole espacio a los motorizados, de suerte tal, que una carrera como la novena, de tres calzadas, se ve reducida a una sola por obra los carretilleros.
Después de este raudo examen del caos callejero, predicable de cualquier urbe colombiana, se entiende la dificultad para asimilar las disposiciones del Código de Tránsito y Transporte que parecieran muy severas, cuando en realidad reflejan la necesidad de educar a una sociedad acostumbrada a dictar sus propias leyes.
Las calles son un verdadero peligro. Por definición, vehículo es el medio de transporte de personas o cosas, de manera que tanto el lujoso automóvil como la modesta bicicleta son vehículos, al igual que las motocicletas y las carretillas.
Luis Augusto González Pimienta
Las calles son un verdadero peligro. Por definición, vehículo es el medio de transporte de personas o cosas, de manera que tanto el lujoso automóvil como la modesta bicicleta son vehículos, al igual que las motocicletas y las carretillas.
Pero la mayoría de las personas lo ignoran, y por esos conductores de motos, bicicletas y carretillas infringen las normas de tránsito e invaden el espacio del peatón.
El caos es total. Los carros cambian de calzada sin aviso previo provocando colisiones y trancones. La luz direccional pareciera estar de más pues los choferes nunca se acuerdan de ponerla y si acaso la utilizan creen que eso basta para hacer el giro sin establecer por los espejos retrovisores la distancia que los separa de quienes los suceden.
Los motociclistas no se quedan atrás. Adelantan a otros coches indistintamente por izquierda o derecha sin respetar la norma de tránsito que enseña que tal maniobra se hace por la izquierda, salvo en las vías arterias de muchos carriles.
Cuando el semáforo está en rojo no se sitúan detrás de los otros carros sino a un costado, casi siempre el derecho, propiciando accidentes en el momento en que un pasajero del coche desciende de él. Y lo más irónico: reclaman reparación de los daños e indemnización de perjuicios siendo ellos los responsables del choque.
Ciclistas y carretilleros contribuyen al caos. Para ellos no existe la contravía y aparecen de repente sin precauciones ni freno ante la sorpresa del más avisado de los conductores.
El semáforo en rojo tampoco los arredra para proseguir su marcha, cual si fueran la tortuga que por su perseverancia derrota a la liebre.
Trepar al sardinel es lo más común. Para los ciclistas es la mejor manera de llegar rápido a su destino, sin importar que por el camino produzcan laceraciones a los peatones.
El asunto de los carretilleros es más delicado. Se entiende que es una actividad a la que han llegado por sus apremios económicos.
En ese sentido es válida y legítima. Lo que no se justifica es la escogencia de sitios traumáticos para ejercer su actividad. Se sitúan en vías de mayor circulación vehicular restándole espacio a los motorizados, de suerte tal, que una carrera como la novena, de tres calzadas, se ve reducida a una sola por obra los carretilleros.
Después de este raudo examen del caos callejero, predicable de cualquier urbe colombiana, se entiende la dificultad para asimilar las disposiciones del Código de Tránsito y Transporte que parecieran muy severas, cuando en realidad reflejan la necesidad de educar a una sociedad acostumbrada a dictar sus propias leyes.