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Columnista - 24 abril, 2024

Caínes y Abeles, Rómulos y Remos y otros más

Las marchas realizadas el domingo pasado en diferentes lugares del país muestran, antes de  hablar de desacuerdos, discrepancias o inconformismos, la triste polarización social en la que nos encontramos inmersos. Se escuchan gritos desde los diferentes bandos, los insultos vienen y van en el orden del día, no cesan las confrontaciones hasta dentro del seno […]

Las marchas realizadas el domingo pasado en diferentes lugares del país muestran, antes de  hablar de desacuerdos, discrepancias o inconformismos, la triste polarización social en la que nos encontramos inmersos. Se escuchan gritos desde los diferentes bandos, los insultos vienen y van en el orden del día, no cesan las confrontaciones hasta dentro del seno familiar en donde hasta ahí se ha enquistado el desafortunado sentimiento pasional de un fanatismo político que tiende a generalizarse cada día más.

¿Es que acaso no vemos que nos estamos desintegrando con el tiempo? Entramos desde hace décadas, por no decir siglos, a un ciclo repetitivo de descomposición social sometidos a gobiernos de turno que nos alejan y separan más que unirnos como Nación.

Me gusta acudir a una frase que leí hace algún tiempo: “Todo apesta y se deshace, pero nada cesa”. Con las marchas se cree obtener una victoria que no deja de ser quijotesca, porque muchos ven como enemigo de todo y todos al gobernante de turno, no siendo éste más que un actor cuyo papel  ha sido previamente asignado por el mismo pueblo que lo elige para una comedia que se vuelve a representar cada vez que se levanta el telón del período de gobierno. 

Todos nos hemos convertido en expertos analistas políticos y lo peor es que creemos saber de economía internacional y otros temas más que redundamos en ignorancia sobre ellos. Afianzamos nuestras discusiones con argumentos sacados muchas veces de unas noticias falsas que nos inundan en las redes sociales diariamente, porque nadie es capaz de corroborar lo publicado, solo nos sentimos con el derecho de reenviar lo visto o recibido sin la más mínima responsabilidad de cerciorarnos de la veracidad de la réplica. 

Hacemos parte de una multitud  que siempre habla en términos de “nosotros”, como una voz jubilosa complacidos en exhibir la desnudez de la deshonrada grandeza de nuestros gobernantes de turno. Nos alegra y hasta jugamos con cada descubrimiento escandaloso, con cada detalle sorprendente, con cada increíble revelación acerca de la vida de quienes gobiernan. Con cada reenvío que hacemos de lo que nos divide cada día más invitamos a otros a participar en una orgía de blasfemias, en un carnaval iconoclasta, con una euforia que funde el horror despreciable, el absurdo, la increíble descomposición de la autoridad y el burlesco deleite del saqueo de los recursos públicos y la violación constante de nuestros derechos.

Todos queremos vivir en la ciudad perfecta, pero ¿será que enfrentándonos los unos a los otros lo conseguiremos? San Agustín decía que es una ley que ha de correr antes sangre, allí donde ha de alzarse un Estado y aludiendo a Remo y Rómulo nos manifiesta cómo se desune y divide contra sí misma la ciudad terrena; y lo que sucedió entre Caín y Abel nos hizo ver la enemistad que hay entre una sociedad divina y otra humana. Nos enfrentamos a diario creyendo ser los buenos y viendo a los otros como los malos y viceversa y actuamos como proficientes, los que pelean entre sí, los que van aprovechando y aún no son perfectos, porque en un mismo hombre la carne desea contra el espíritu  y el espíritu contra la carne.

Hay una verdad también inocultable, la juventud en su totalidad aún no se pronuncia, algunos asoman sus cabezas pretendiendo liderazgo que es copiado por otros, sin embargo, al observar imágenes de marchas la asistencia de los jóvenes es muy reducida y creo que es porque rehúsan integrarse a un poder político, porque al igual que los anarquistas más consecuentes, consideran que la política de partido es intrínsecamente corrupta. Pero, por otro lado veo un problema mayor, pues se deja a los políticos profesionales las manos libres para gestionar los problemas, cuando a juicio de aquellos que se encuentran indignados por la situación del país, son precisamente los políticos profesionales la causa de la depresión social y económica del país. Cómo van a resolver los problemas aquellos mismos que lo causan y se benefician del sistema de corrupción social y moral, es la pregunta que muchos se hacen.

¿Por qué y para qué luchar entre hermanos? ¿Será que aún tiene vigencia la ley de san Agustín, en que debe correr primero sangre antes de alzarse una ciudad que deseamos?       

Columnista
24 abril, 2024

Caínes y Abeles, Rómulos y Remos y otros más

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Mejía Cuello

Las marchas realizadas el domingo pasado en diferentes lugares del país muestran, antes de  hablar de desacuerdos, discrepancias o inconformismos, la triste polarización social en la que nos encontramos inmersos. Se escuchan gritos desde los diferentes bandos, los insultos vienen y van en el orden del día, no cesan las confrontaciones hasta dentro del seno […]


Las marchas realizadas el domingo pasado en diferentes lugares del país muestran, antes de  hablar de desacuerdos, discrepancias o inconformismos, la triste polarización social en la que nos encontramos inmersos. Se escuchan gritos desde los diferentes bandos, los insultos vienen y van en el orden del día, no cesan las confrontaciones hasta dentro del seno familiar en donde hasta ahí se ha enquistado el desafortunado sentimiento pasional de un fanatismo político que tiende a generalizarse cada día más.

¿Es que acaso no vemos que nos estamos desintegrando con el tiempo? Entramos desde hace décadas, por no decir siglos, a un ciclo repetitivo de descomposición social sometidos a gobiernos de turno que nos alejan y separan más que unirnos como Nación.

Me gusta acudir a una frase que leí hace algún tiempo: “Todo apesta y se deshace, pero nada cesa”. Con las marchas se cree obtener una victoria que no deja de ser quijotesca, porque muchos ven como enemigo de todo y todos al gobernante de turno, no siendo éste más que un actor cuyo papel  ha sido previamente asignado por el mismo pueblo que lo elige para una comedia que se vuelve a representar cada vez que se levanta el telón del período de gobierno. 

Todos nos hemos convertido en expertos analistas políticos y lo peor es que creemos saber de economía internacional y otros temas más que redundamos en ignorancia sobre ellos. Afianzamos nuestras discusiones con argumentos sacados muchas veces de unas noticias falsas que nos inundan en las redes sociales diariamente, porque nadie es capaz de corroborar lo publicado, solo nos sentimos con el derecho de reenviar lo visto o recibido sin la más mínima responsabilidad de cerciorarnos de la veracidad de la réplica. 

Hacemos parte de una multitud  que siempre habla en términos de “nosotros”, como una voz jubilosa complacidos en exhibir la desnudez de la deshonrada grandeza de nuestros gobernantes de turno. Nos alegra y hasta jugamos con cada descubrimiento escandaloso, con cada detalle sorprendente, con cada increíble revelación acerca de la vida de quienes gobiernan. Con cada reenvío que hacemos de lo que nos divide cada día más invitamos a otros a participar en una orgía de blasfemias, en un carnaval iconoclasta, con una euforia que funde el horror despreciable, el absurdo, la increíble descomposición de la autoridad y el burlesco deleite del saqueo de los recursos públicos y la violación constante de nuestros derechos.

Todos queremos vivir en la ciudad perfecta, pero ¿será que enfrentándonos los unos a los otros lo conseguiremos? San Agustín decía que es una ley que ha de correr antes sangre, allí donde ha de alzarse un Estado y aludiendo a Remo y Rómulo nos manifiesta cómo se desune y divide contra sí misma la ciudad terrena; y lo que sucedió entre Caín y Abel nos hizo ver la enemistad que hay entre una sociedad divina y otra humana. Nos enfrentamos a diario creyendo ser los buenos y viendo a los otros como los malos y viceversa y actuamos como proficientes, los que pelean entre sí, los que van aprovechando y aún no son perfectos, porque en un mismo hombre la carne desea contra el espíritu  y el espíritu contra la carne.

Hay una verdad también inocultable, la juventud en su totalidad aún no se pronuncia, algunos asoman sus cabezas pretendiendo liderazgo que es copiado por otros, sin embargo, al observar imágenes de marchas la asistencia de los jóvenes es muy reducida y creo que es porque rehúsan integrarse a un poder político, porque al igual que los anarquistas más consecuentes, consideran que la política de partido es intrínsecamente corrupta. Pero, por otro lado veo un problema mayor, pues se deja a los políticos profesionales las manos libres para gestionar los problemas, cuando a juicio de aquellos que se encuentran indignados por la situación del país, son precisamente los políticos profesionales la causa de la depresión social y económica del país. Cómo van a resolver los problemas aquellos mismos que lo causan y se benefician del sistema de corrupción social y moral, es la pregunta que muchos se hacen.

¿Por qué y para qué luchar entre hermanos? ¿Será que aún tiene vigencia la ley de san Agustín, en que debe correr primero sangre antes de alzarse una ciudad que deseamos?